El número 13 históricamente se ha asociado con la mala suerte. El origen de esta creencia parece reportarse a tiempos bíblicos. Según el National Geographic, cuando se asocia con un martes (ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes) por tradición romana (día del nada pacífico Marte) es aún peor.
Por fortuna para algunos, el 9 de octubre de 1913 no fue un martes. Si bien, el hecho de que el año anterior, el Titanic se había ido a pique la noche del 14 al 15 de abril, parece indicar que la suerte no es un problema de calendario…
El año 1913, sin embargo, no fue de buena suerte para la navegación. El medio español El Año Marítimo en una edición de enero de 1914, lo describe como: «uno de los años más desastrosos para la marina mercante». Su fuente es una estadística del Lloyd’s de Londres. Hasta la fecha de la publicación se informaba que no había pasado un solo día sin uno o varios siniestros marítimos. Se había contabilizado unos 5332 accidentes de todas ciases. Se han perdido totalmente 216 buques, de ellos 72 ingleses. El naufragio más importante en lo que respecta a pérdidas de vidas ha sido el del Volturno. Por ese siniestro llevaba pagado el Lloyd’s hasta el 30 de noviembre, por seguros de distintas clases, 160.212.500 francos.
La peor de las hipótesis
El piróscafo Volturno, producido por la empresa Fairfaild Co., fue botado en Glasgow en setiembre de 1906. Cuatro años después fue vendido a la Uranium Line, haciendo su primer viaje Rotterdam-Halifax-Nueva York. El 2 de octubre de 1913 zarpaba de Rotterdam para Halifax con 657 personas a bordo cuando después de siete días de navegación, en pleno Atlántico, se desató una terrible tempestad.
Se recomendó a los pasajeros que se recluyeran en sus camarotes y así procedieron. A la mañana siguiente, a las 06.50, como recoge la prensa de la época, comenzó un incendio. Se ignoran las causas. Se supone que pudo haber sido debido a la explosión de una pequeña caldera; según otros, a la combustión espontánea de unas balas de algodón, y hay también quien supone que el fuego fue consecuencia de la imprudencia de algún fumador que arrojó un cigarrillo no apagado a una de las calas de proa.
Pero esas preocupaciones no afligieron en ese momento a la tripulación que se ocupaba en apagarlo, mientras el mar embravecido rugía alrededor del vapor. Los pasajeros refugiados en sus lechos no se percataron del problema en los primeros instantes. Y, además, se cuidó muy bien de no advertirlos de lo que ocurría con el propósito de evitar el pánico, hasta tener el control de la situación.
Pero las llamas crecían en intensidad y los esfuerzos por extinguirlas no daban los resultados esperados. Hasta que alguien dio el grito de «fuego» y los durmientes despertaron sobresaltados. Se encontraban con la peor de las hipótesis hecha realidad: entre el fuego y el abismo marino desaforado.
TSH
En los tiempos que corren, TSH es la denominación por la que se conoce un análisis de sangre para medir la hormona estimulante de la tiroides. Pero esa técnica comenzó a desarrollarse en 1975, tres cuartos de siglo después de que Marconi aportara sus invenciones. En los tiempos del ingeniero y marqués italiano, se identificaba esa abreviatura como «telegrafía sin hilos».
Cuando la tragedia del Titanic, en 1912, funcionaban ya 479 estaciones costeras y 2752 barcos contaban con instalaciones de TSH.Claro que la utilidad de los mensajes depende de la existencia e idoneidad del receptor. Si los marconigramas de socorro radiados por el Titanicno hubieran sido captados por el Carpathia y otros buques, la pérdida de vidas (alrededor de 1500 personas) habría sido todavía mayor.
El primer buque que ostentó esa innovación fue un vapor estadounidense en 1899. Pero ya los rescates marítimos se efectuaban en 1909 gracias a la radio.
En el insuceso del Volturno, ante la evidente imposibilidad de dominar el fuego, el capitán dio orden a los telegrafistas de pedir auxilio. La rapidez de la respuesta en este caso fue mayor a la del Titanic por la simple razón de que los buques estaban más cerca del lugar del siniestro. El primero en llegar a la proximidad del Volturno fue el buque alemán Carmenia.
El primero en llegar
A todo esto, el pánico se había apoderado de los pasajeros, que corrían tratando de ganar un lugar en los botes que se iban a echar al agua. Fiel a los códigos de caballerosidad que regían en la época, la orden de «las mujeres y los niños primero» se hizo respetar por la tripulación. Varios hombres intentaron descolgarse con cuerdas, que se rompieron. Otros se arrojaban directamente al mar. Todos perecieron, menos uno (tal vez un predecesor de Johnny Weissmüller) que fue el primero, y el único, en llegar al Carmenia.
Se trataba de un ciudadano alemán. El periódico El Heraldo de Madrid, transcribe sus declaraciones a la prensa londinense:
«El incendio se propagó al cargamento, y, el capitán ordenó echar al agua las canoas. Tanto él como los oficiales, todos ingleses, se mostraban llenos de valor y sangre fría. Los tripulantes, alemanes y belgas, tenían mucho miedo. Confundidos con el pasaje, en vez de dar ánimo a las mujeres decían que las canoas y los botes debían ser para ellos. El primer oficial hizo lanzar al agua un bote. ¡Que lo ocupen las mujeres y los niños! ordenó. Pero muchos hombres, sin hacerle caso, saltaron a él. El bote se estrelló contra un flanco del Volturno, y todos los que le ocupaban se ahogaron. Momentos después era botada otra lancha que sufrió la misma suerte que la primera. Todos los que habían bajado a ella, hombres en su mayoría, se ahogaron. Estas dos lanchas eran de las del centro del barco. Fueron botadas luego otras tres, en una de las cuales tomó asiento, para dirigirla, el cuarto oficial de a bordo. Las olas enormes que sacudían al Volturno volcaron dichas embarcaciones y todos sus tripulantes cayeron al agua. En vista de ello, el capitán ordenó que no fuera botada ninguna más.
De pronto, los maquinistas y fogoneros se presentaron sobre cubierta. ¡No queremos seguir abajo!, exclamaban. ¡Vamos a perecer! El capitán se enfrentó con ellos, revólver en mano. ¡A vuestros puestos u os hago arrojar al agua! Después de corta resistencia, bajaron de nuevo. Una espantosa explosión conmovió el barco. Y esto redobló la confusión. Algunos, sin embargo, decidieron comer. Fueron al restaurante y volvieron con bizcochos y carne en conserva. Yo restauré mis fuerzas, y decidí arrojarme al mar. Durante una hora nadé con todas mis fuerzas. Al fin entré en la zona que iluminaban los reflectores del Carmania. Me vieron desde este barco y me recogieron. Y no sé más».
Entre los que respondieron a la señal de socorro, además del Carmania, se presentaron varios buques. Al 12 de octubre el Volturno estaba rodeado por el francés La Tourene, diversos barcos alemanes y norteamericanos como el buque cisterna Narragansett, además de naves británicas y rusas.
Gracias a Marconi, y a que el capitán del Carmania tuvo la idea de sugerir al Narragansett que derramara petróleo para calmar las olas, se logró salvar 521 personas, y hubo solamente 136 fallecidos.
Sobre la bella dama que ilustra esta nota nada pudimos averiguar. Pero va bien con el título.
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