Cuando un mensaje de gran envergadura que puede afectar el andamiaje apolillado de algún establishment no se puede ocultar, hay que buscar la forma de tergiversarlo; o vaciarlo de contenido.
Una figura que fue adquiriendo la estatura de Rodó, dentro y sobre todo fuera de fronteras, no es posible soslayarla luego del estado público que adquirió a nivel mundial, sobre todo en Hispanoamérica y España.
Esto hace que despierte celos enfermizos que se traducen en enconado rechazo. Ni que hablar cuando sus ideas ponen en tela de juicio la ya alicaída concepción positivista y materialista de la existencia.
Ya en vida, pero fundamentalmente después de muerto, había que opacar al “Maestro de la juventud de América” ¡y si fuera posible arrebatarle el título! Es así que, en la década de 1920, cuando se apagaron los ecos del apoteótico y multitudinario entierro con que se recibieron sus restos traídos de Italia a casi tres años de su fallecimiento, comenzó una torva embestida destinada fundamentalmente a vaciar de contenido sus palabras y bastardear su mensaje.
En forma insistente se ha querido etiquetar y simplificar a Rodó como un escritor fatuo, falto de contenido, elitista y aristocratizante, desapegado a cualquier compromiso. Muy por el contrario, Rodó estaba comprometido con la realidad social de su tiempo.
El 6 de mayo de 1917, a pocas horas de saberse en nuestro país la noticia de su fallecimiento en Sicilia, decía en el Senado de la República Pedro Manini Ríos:
“Sr. presidente, la muerte de José Enrique Rodó es duelo nacional. Todos los órganos de la vida del país han suspendido sus actividades para saludar la entrada a la posteridad del más ilustre prócer del pensamiento uruguayo. Este formidable duelo público tiene la virtud de unirnos en la comunión del mismo sentimiento y en la vibración de idénticas expresiones…
En las muy breves palabras que voy a decir, si bien no debo dejar de manifestar que siento orgullo de que el eminente intelectual haya sido militante de la causa política a la que pertenezco y vicepresidente del Comité Ejecutivo de nuestra agrupación, quiero referirme principalmente al alto carácter con que su personalidad investía algo como las credenciales del entendimiento nacional ante el concierto intelectual de la América Latina…
En lo que me es personal recuerdo con verdadera y profunda emoción que aquella águila de la tribuna francesa, el gran Jaures en ocasión del banquete que se le diera a su paso por Montevideo, solicitó vivamente que Rodó fuera uno de los comensales, porque quería conocer y cultivar al autor de Ariel, libro cuya lectura produjo en su espíritu, según declaró, la impresión imborrable de uno de los evangelios más acabados del verbo latino…”.
La peor pandemia
Estamos convencidos que la peor pandemia que hoy sufre nuestro país y buena parte del mundo no es la del coronavirus, es la de la falta de motivación, la de una juventud sin una luz en el horizonte, que ha perdido su razón de vivir, que vive de espaldas al mundo real y elude comprometerse con los grandes temas nacionales y sociales. Y es en estas circunstancias en que el mensaje de Rodó adquiere inusitada vigencia.
Es tiempo ya de convocar a las fuerzas de la esperanza, trasmitir el potencial que encierra ser joven, repetir con Rodó que está dentro de cada uno esa fuerza capaz de transformar al mundo. Recordemos que el leitmotiv de su otra obra cumbre (junto a Ariel), Motivos de Proteo, destinada a ensanchar la inconmensurable fuerza interior del ser humano: “¡Hombre de poca fe! ¿Qué sabes tú lo que hay acaso dentro de ti mismo? ¿Nada crees ya en lo que dentro de tu alma se contiene?…”.
Más allá de la claridad de su pensamiento, expresado por escrito ya sea en sus inmortales ensayos, ya en sus discursos parlamentarios o en sus artículos periodísticos, se insistió en presentarlo como un intelectual torremarfilista totalmente despreocupado de la realidad, como un escritor estilista pendiente de la sonoridad de las palabras, al estilo del modernismo decadente. Hasta especulando con su nuevo posicionamiento en el Partido Colorado. Pero conviene dejar claro que su separación de Batlle se debió exclusivamente al rechazo del proyecto para implantar un ejecutivo colegiado, al igual que Manini hiciera posteriormente. La sensibilidad por la justicia del Maestro lo ubica inequívocamente en la primera fila de los reformistas sociales de comienzos del siglo XX.
Esta es la única lectura que admite el pedido que hace el máximo dirigente socialista europeo, Jean Jaures, cuando le pide a Pedro Manini Ríos, entonces ministro del Interior de Batlle y Ordóñez, de que Rodó lo acompañara en el banquete que ese ministerio iba a ofrecer en su honor con motivo de la visita a Uruguay el 9 de septiembre de 1911.
Vale recordar que hace cuatro años, con motivo del centenario de su muerte, el movimiento obrero inauguró en la plaza 1º de Mayo, un monolito con una frase de Rodó que habitualmente utiliza el movimiento sindical uruguayo: “El trabajador aislado es instrumento de fines ajenos, el trabajador asociado es dueño y señor de su destino”.
Para mostrar hasta dónde se puede llegar cuando obedeciendo a intereses inconfesables se intenta falsear ideas o etiquetar a figuras, aún de la talla del Maestro de la Juventud de América. Reivindiquemos la verdad histórica y vayamos a lo que realmente opinaba Rodó en el ámbito parlamentario respecto a la justicia social.
Justicia social y trabajo obrero
En 1906 cuando se inicia el debate sobre la jornada laboral, realiza una serie de agudas apreciaciones que luego incluye en El mirador de Próspero bajo el título: “Del Trabajo Obrero en el Uruguay. Con motivo de la ley propuesta en 1906 por el Gobierno uruguayo”.
“Los conflictos entre el capital, que defiende su superioridad, y el trabajo, que reclama su autonomía, no son el rasgo privativo de una sociedad o de una época: pertenecen al fondo permanente y sin cesar renovado de la historia humana…”.
“La limitación de la jornada de trabajo es, en todas partes, la más vehemente y porfiada de las reivindicaciones obreras. Fúndase esa reivindicación en la necesidad de proporcionar el esfuerzo a la medida de la resistencia normal de la salud, y en el derecho de disponer, fuera de la tarea obligatoria, de algún tiempo de reposo de espíritu o de actividad personal y libre…”.
Y como vislumbrando que habría una formula superadora de ambas figuras supuestamente antagónicas, expresa: “…Hay que comprender una estrecha solidaridad de destinos que vincula al capital y al trabajo, y que no debe, abusar de sus fuerzas ni exacerbar sus agravios, sino ver en el agente productor y ver en sí mismo como dos órganos cuya integridad es mutuamente necesaria para ambos, siendo la condición la salud de un cuerpo único…”.
Avanzando en el mismo sentido conciliatorio y pretendiendo superar la virulenta dialéctica que ya golpeaba fuerte en aquel entonces, agrega: “…Fomentar en obreros y patronos el espíritu de asociación profesional, de modo que cada una de esas parcialidades se organice y adquiera personalidad corporativa, relacionándose entre ambas y propendiendo a equilibrar sus conveniencias y derechos”.
Las ideas frescas de este profeta, que, aunque esté cumpliendo los 150 años, no pierde la imagen del joven visionario, siguen teniendo hoy plena vigencia.
Hoy más que nunca, sigue retumbando la voz de Próspero: “…debéis empezar por reconocer un primer objeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posición permanezca ardiente y eficaz en vosotros. La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida”.
¡Arraigada convicción del Maestro que se repite en toda su obra: las banderas de los cambios, deben flamear en las manos de los jóvenes!
*Guido Manini Ríos. Senador de la República Oriental del Uruguay por Cabildo Abierto. General de Ejército. Cte. en Jefe del Ejército 2015-2019. Licenciado en Historia por la Universidad Católica del Uruguay. Ejerció la docencia en institutos militares.
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