La tiranía del clic. Bernardo Marín García. TURNER MINOR. 2019. 93 págs.
Hace escasos años, numerosas familias tenían el hábito de adquirir cotidianamente diversos diarios y periódicos. Incluso, como la mayor parte de la prensa se definía políticamente, el público adquiría prensa de diverso signo partidario para sopesar los argumentos esgrimidos.
Pero el cambio de siglo, con su hipotético fin de la Historia, su desideologización y con una exponencial revolución tecnológica hacia un mundo crecientemente digital, dinamitó ese modelo comunicacional.
Hoy son las redes sociales la panacea informativa. Internet cambió las reglas de juego para siempre y la otrora pujante prensa escrita devino (la que sobrevivió) a un modelo dual, en el cual existe en papel, pero la batalla primordial se da en el espacio virtual.
Las sociedades, al influjo de la ola posmoderna, han derivado hacia modelos ansiógenos anegados de nihilismo signados por una sensación de “era del vacío”. Todo es fugaz, instantáneo, no hay tiempo para tomar una pausa y meditar. Mucho menos para ejercitar pensamiento crítico y sopesar detenidamente versiones. Lo único que importa es el impacto, la tendencia.
Y los debates ideológicos o teológicos de los siglos previos han sido sustituidos por la devoción del dios del libre mercado. Y la prensa, en términos genéricos, también ha entrado en el redil. Las noticias, las notas deben tener “rating”. Y esto solo es evaluado por esos miles de clics anónimos, por los cuales la mirada de un apresurado lector mira sin leer las primeras líneas. Pero dicho “lector” participó en esa hipotética ágora electrónica validando una nota de un medio de comunicación del que factiblemente se desconoce radicalmente cuáles racionalidades definieron la decisión de colgar esa nota con ese enfoque, ni su nivel de validez.
En la antigüedad eran frecuentes los charlatanes de feria que ofrecían productos de muy dudosa eficacia. El modelo se sustentaba en base a que los vendedores eran nómades y no estaban en la localidad para responder por la calidad del producto presentado como una panacea. Los tenderos, por otra parte, debían vender productos claramente defendibles por su calidad, estaban compelidos a una cierta ética mínima para sostener su clientela, esto es, la racionalidad se basaba en un contrato no escrito de lealtad con sus parroquianos. Con la prensa tradicional pasaba algo similar, había un sentimiento de lealtad mutua que perduraba años, décadas. Ese contrato es el que ha quedado en entredicho de modo creciente en numerosos medios de comunicación que fueron bastiones de un periodismo profesional.
“Una acción tan fútil como un clic ha adquirido un poder extraordinario. El tráfico que consigue un periódico puede mantenerlo a flote o hundirlo completamente. Si ya nos preocupa quién controla los medios, que lleguen a estar al solo servicio del clic resulta alarmante. Y es que el paso de la prensa tradicional a la digital implica mucho más que un cambio de formato. Está transformando la información”.
Un texto que invita a la reflexión.
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