Al cumplirse el bicentenario del natalicio del fundador de la Universidad de la República, Brig. Gral. Manuel Oribe, el CELADU (Centro de estudios para la Democracia uruguaya, fundado por Wilson Ferreira Aldunate) recuperó un ensayo inédito de Real de Azua profundamente valorativo sobre la institución universitaria.
Advierte que el presente texto es de los pertenecientes a la peculiar clase de los “no conformará a nadie. Ni a tirios ni troyanos, romanos o cartagineses, rojos, azules o blancos”.
Asume directamente que “toda cultura, ciencia o conocimientos dignos de ese nombre poseen una altura de calidad, riqueza o complejidad máxima que deben ser celosamente guardadas; toda sociedad se culturiza a partir de ese máximo nivel por efusión, divulgación y simplificación y no a la inversa. Atender esa actividad de continuidad, asimilación y creación, entrenar a los más capaces en ella, formar los más aptos para desempeñar los roles sociales más delicados y decisivos sobre una base de competencia abierta, es la tarea prioritaria de la educación en su más ambicioso escalón que es el universitario. Esa faena, y no la de dar un barniz cultural o ciencia a todo el que la reclame, debe ser el cuidado primero no porque se trate ‘solo’ de formar élites – es obvio que no, para la conciencia democrática contemporánea. Sino porque formar alguna élite es una entre sus muchas, insoslayables tareas. Contra todo lo que mal se diga de la meritocracia resisten bravamente las dos obviedades de que toda sociedad necesita dirigentes y la competencia abierta del mérito (aunque éste sea sustantivo tremendamente equívoco) resulta el más racional arbitrio de promoción”.
“Inseparable, como es evidente, de una postura de realismo restriccionista de actividades es la de una gran parsimonia en el uso de los medios materiales y financieros de que se disponga, lo que ya no está en contradicción con una política de firme reclamo de incrementos, mejor si es articulada con las necesidades y funciones viejas o nuevas que se trata de asumir o de poner a cubierto de la nominalidad. Hay muchas formas de hacer todo esto: si es que se descarta un mal entendido y vicioso monopolismo: la multiversidad del presente y del futuro no tendrá contornos tan nítidos en la sociedad como los tuvo la universidad clásica. Pero si hay prioridades indiscutibles ella es la del decoro material de enseñantes e investigadores y la de medios físicos de estudio, investigación y creación que permiten despegarse a la faena universitaria de lo que puede ser, y a menudo es, solo la obsolescencia y la rutina. Todo el resto, dígase de nuevo es añadidura”.
“Concurrentes, complementarios han de ser los principios de que, aún con el margen de imprecisión inevitable, deben encarrilarse y alumbrarse las vocaciones y preverse aquellas necesidades y el de que el derecho a la educación es un muy sui-generis derecho-función que no es irrestricto ni ilimitado en el tiempo, que debe ganarse y puede perderse”.
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