Hace pocos días, la sociedad uruguaya fue testigo de una “temeraria afirmación” por parte de un panelista en un programa televisivo que se reconoce porque desde la boca de sus integrantes se lanzan andanadas de conceptos que en algunos casos están al borde de la cordura, si no se los entiende como militancia al servicio oficialista.
Un panelista vomitó (no se puede imaginar otra función corporal) un sesgado análisis acerca del significado de los símbolos patrios en nuestra sociedad y se despachó con contundente ¡las banderas son trapos! para asombro de oyentes y posterior rechazo de un enorme sector de la sociedad, que consideró esta opinión como un brutal exabrupto del panelista de marras.
La cuestión es que tal situación me trajo a la memoria, a un personaje de mi barrio: “El Agapito”. Agapito era un hombre que había pasado su vida defendiendo toda causa que le pasará cerca, por el derecho de lo que fuese, su bandera siempre estaba desplegada. Se enorgullecía de haber leído algunos párrafos de un libro de un tal “Marz”(así lo pronunciaba, para la risa de quienes lo oían) y por ello se consideraba, como un erudito en políticas sociales y luchador de fuste por la igualdad de los pueblos. A tal punto estaba convencido de su ideología, que un día armó un alboroto en el almacén de doña “Chichita”, porque afirmaba que el aumento de dos centésimos en el kilo de boñatos, no se debía a otra cosa que a la intervención norteamericana en Vietnam. ¡Yanquis go home! repetía con firme convicción. El siempre llevaba su bandera ideológica a donde fuese, era meritorio y entusiasta, pero no entraba en la categoría de líder, no tenía arraigo su prédica en el barrio.
Hubo una vez una jornada deportiva entre vecinos y se formaron varios cuadros de fútbol, Agapito no era muy diestro con el balón, así que decidieron los futbolistas que el verborrágico y activo compañero, fuese el líder de la barra brava. Y allá estaba, al costado de la cancha con una bandera roja, total no había camisetas, pues eran los tiempos que se jugaba con torsos desnudos, contra los que tenían camisetas de cualquier color. La pasión trajo los sinsabores de la rivalidad desmedida, en medio de una jugada polémica se armó una trifulca de proporciones épicas y la bandera de Agapito fue al piso y en la frenética pelea, el pabellón rojo era restregado por el piso sin compasión alguna, Agapito desesperado gritaba con profundo dolor ¡la bandera no es un trapo, respétenla che!
Y si, escuchando al inefable panelista me trajo el recuerdo de Agapito y me surge la necesidad de comentar sobre su triste y liviana opinión. ¿Por qué las banderas y los símbolos no son trapos? Es simple y nada complicado de entender las sociedades se rigen, se mueven, se nuclean por una serie determinada de acciones, valores y emociones que nos hacen sentir y obrar en conjunto y la representatividad de una comunidad, se basa en símbolos que representan lo más profundo de los sentimientos de esta.
En el canto y la poesía se han escrito infinidad de canciones que en nivel escolar se enseñan para cantar con gran devoción y espíritu patriótico, aunque ahora parece que hay un grupo de iluminados que consideran tales enseñanzas como fascistas y pretenden también evitar que se sigan enseñando.
Son los mismos que eliminaron el escudo por un sol, autores de la bandera pixelada de fondo en las participaciones oficiales y logos en lugar de escudos departamentales.
Nota de autor: Me olvidaba decirles que el cuadro de Agapito no sólo perdió el partido, también la pelea y con ello todo respeto y decoro.