llá en mi pueblo vivía Nepomuceno.
Era famoso por lo mal entrazado y mentiroso.
Desde chico fue así. En la escuela se metía en líos por faltar a la verdad y por vago.
Siempre llegaba tarde a clase porque se quedaba mirando la televisión hasta que terminara el capítulo de “Cisco kid”. Apenas terminado el programa, agarraba cartera y túnica y salía a la carrera.
En una ocasión, cuando entró al salón se despachó con un:
—Disculpe maestra, estábamos con mi padre en Buenos Aires y recién llegamos.
Era incorregible. En otra oportunidad inventó que un ladrón, huyendo de la policía, lo pechó y como consecuencia se cayó, se rompió los pantalones y tuvo que volver a la casa a cambiarse.
De mayorcito siguió con las mentiras, contando hazañas de jineteadas que sucedían siempre en otros pagos y de visitante, porque de local sabíamos todos que vivía revolcado por el suelo.
La mentira más grande y famosa de Nepomuceno fue cuando transcurría el período del gobierno de facto.
Resultó que salió de juerga con unos amigotes, de beberaje, y se agarró un “peludo de mi flor”, que fue retocado por tres días consecutivos y alentados por las muchachas de un centro nocturno de divertimento “El globo rojo”.
La cuestión es que se terminó la plata, el crédito y se llevó una “laceada” de mi flor, por no pagar los servicios prestados.
Desaparecido por varios días más para curarse las heridas y la humillación, no se presentó a trabajar por una semana.
Cuando volvió al galpón a retomar actividades, vino con el cuento de que lo habían detenido las fuerzas conjuntas, que lo retuvieron durante diez días, bajo un tormento de palo, para sacarle información de la guerrilla, porque según decía, él era un rebelde al servicio de la causa y además agregaba con orgullo:
—No me sacaron una palabra, no soy buchón.
Como en todos los pueblos chicos, la noticia corrió como reguero de pólvora y llegó a oídos del comisario.
Este hombre, representante de la ley, era don Perucho Rodríguez, muy derecho y sin dobleces, y harto ya de las mentiras de Nepomuceno, se dijo así mismo:
—A este lo voy a curar de mentiroso.
Perucho hizo organizar por unos amigos una reunión de parroquianos en el boliche, pidió que el invitado especial fuera Nepomuceno y acordó que lo dejarán hablar de su última hazaña.
Después de que se había tomado más de un litro de caña con butiá, la imaginación voló y la lengua fue imparable.
Cuando ya todos estaban a punto de aplaudir sus actos de heroísmo, Perucho tomó la palabra.
—Pero qué gaucho mentiroso, —le espetó Perucho.
—¿Por qué dice eso? ¿Me quiere desprestigiar ante la gente? —le interrogó Nepomuceno.
—No, lo que pasa es que por aquí tengo unas fotos, en las que se lo ve abrazado a una botella y con un par de chinas al lado y no parece que lo estuvieran interrogando con violencia y está con esa misma bombacha bataraza. Además, me dijo el dueño del “Globo rojo”, que quedó debiendo y por eso le dieron una buena tunda. ¿Tiene algo pa’ agregar?
—¡A ver esa foto! —dijo Nepomuceno.
Las miro, se quedó quietito, como gurí con pañal sucio.
Y le dijo Perucho con una mueca sonriente:
—A usted lo mataron la boca grande y las imágenes, nadie lo tocó, gaucho mentiroso.
Ahora, dígame estimado lector, ¿no les da la impresión de que hay algún parecido con la historia de cierto compañero municipal en la actualidad?
Purita casualidad.