Tuve el gran gusto de participar del 11 al 15 de marzo pasado de un viaje temático, con un grupo de amigos que tiene un hilo conductor de unión, que es la gran afición por la historia, sumada al gusto por la geografía y la pasión por la naturaleza y su conservación.
El coordinador es el Téc. Agr. Juan Carlos Palacios, a quien conocí en Salto en los años 80, trabajando ambos para el MGAP, con una inquietud en común: el interés por temas ambientalistas al inicio, al que sumamos la historia después. Acepté de inmediato su invitación a colaborar en su causa, lo que se tradujo en la organización de excursiones y paseos temáticos, conferencias, publicaciones y demás actividades de difusión de nuestras ideas, apoyados generalmente por expertos en distintas disciplinas. El grupo salteño siguió creciendo y trascendiendo fronteras por lo que hoy lo integran decenas de personas de muchos departamentos del Uruguay e incluso amigos de la hermana Argentina.
Uno de los temas seleccionados para su abordaje fue el del estudio de la labor de las misiones jesuíticas en Hispanoamérica, lo que motivó mucho a la mayoría de los participantes y se realizaron en estos años, distintos viajes para visitar las misiones de Paraguay, Brasil y Argentina, lo que ratifica el particular interés sobre este tan interesante como controvertido tema histórico y cultural, además de religioso, obviamente.
Este viaje se centralizó en la visita a las misiones jesuitas ubicadas en la provincia de Córdoba, Argentina. En efecto, si bien son de las reducciones menos conocidas de los seguidores de san Ignacio de Loyola, brindan una magnífica difusión de la obra arquitectónica, artística y espiritual de estos sabios sacerdotes que trabajaban junto a los locales indios guaraníes.
En Córdoba, en la geografía central de la vecina Argentina, se encuentra en su capital la denominada “Manzana jesuítica” que la integran una serie de edificios monumentales que expresan la importancia que tuvieron en los siglos XVII y XVIII, los religiosos de la Compañía de Jesús (en adelante SJ: Societas Jesu).
Previo a las visitas de campo, tuvimos un aula magistral a cargo de la profesora y doctora en historia y arquitecta Melina Malandrino, que integra la cátedra de Análisis crítico de la arquitectura colonial americana, bajo la dirección de la profesora Dra. Josefina Piana, que no pudo acompañarnos por causas de fuerza mayor.
La citada docente expuso, con una particular calidad de conceptos, la misión que cumplieron los jesuitas en esta zona de América del Sur y nos explicó los orígenes de su instalación en la provincia y los detalles de la organización social cultural, económica y religiosa que imponían en sus reducciones para civilizar y evangelizar a los indios guaraníes y algunas de sus subtribus originarias como los comechingones y los sanavirones.
Itinerario de viaje
Como fue dicho, en la ciudad de Córdoba visitamos la “Manzana jesuítica” de la cual detallo las características más sobresalientes que impactaron a todos los visitantes.
Situada en el centro de la ciudad, es una verdadera joya histórica y arquitectónica muy bien conservada, en algunos casos reconstruida y sede de los principales establecimientos de la Compañía de Jesús en la provincia de Paraguay a la que pertenecía Córdoba como capital, siendo todo territorio perteneciente, en esa época, al virreinato del Perú.
Se encontraban en esta área: la sede y residencia del clero superior con funciones eclesiásticas y administrativas, el “Colegio máximo”, luego Universidad, y con una imponente presencia, el colegio convictorio de Nuestra Señora de Montserrat que albergaba el noviciado, y tiene anexa su “capilla doméstica”.
De singular importancia en la capital provincial, está la iglesia de la Compañía de Jesús, en la que se debe señalar que albergaba a sus costadoslas “capillas extra corpus”, una para los españoles y otra para los negros y naturales.
En los días subsiguientes, desde temprano, el grupo –siempre en un ómnibus charteado con 42 viajeros– pasamos a visitar las denominadas “Estancias jesuíticas”, que eran los establecimientos agrícolas, ganaderos y productivos que se instalaban con el fin primario de abastecer las necesidades de los sacerdotes, novicios, colaboradores y todos los indios, mestizos y negros que poblaban los reductos de la Orden, sumado a las necesidades materiales de mantenimiento de las infraestructuras edilicias e industriales que tenían los jesuitas dispersas en caso toda la provincia.
Debemos situarnos en el contexto del descubrimiento de América o “Indias occidentales”, para entender mejor la función que se propusieron cumplir los clérigos ignacianos en estas latitudes iberoamericanas. Por de pronto, llegaron casi en simultánea con los descubridores y conquistadores españoles y portugueses encontrándose con la población indígena nativa.
Esta no era tan numerosa como a veces se describe, ni tampoco belicosa o agresiva, sin perjuicio que hubiese una variedad de caracteres de acuerdo con las tribus y subtribus, sumado a su entorno geográfico y económico, en función de las riquezas naturales disponibles.
En el caso que nos ocupa, era evidente que la SJ se enfrentaba a dos posibilidades para su misión de civilizar y evangelizar a la población aborigen. Una era la del rigor y la fuerza, ya empleada por otras congregaciones y sobre todo por los encomenderos europeos o criollos que ejercían su poder con métodos implacables y reñidos con la mínima bondad humana en su trato para con los indios y negros.
La SJ optó –con buen criterio, coherente con los postulados del santo de Loyola– por civilizar y evangelizar a los nativos y a los esclavos que compraban a los mercaderes, dada su imperiosa necesidad de mano de obra, con métodos de respeto, paciencia y aceptación de muchas de las costumbres arraigadas en esas poblaciones, mayoritariamente guaraníes.
Así, aprovechaban rasgos propios de los indios, tan importantes como la creencia en deidades, la sumisión al anciano o superior en la familia o la sociedad, la afinidad por el arte, la música y diversos oficios agrícolas o de artesanía y construcción, para conjugar un grupo humano de varios cientos o miles de indígenas al cuidado y dirección de tan solo dos o tres sacerdotes, en establecimientos de millares de hectáreas prácticamente vírgenes al inicio.
La vida en comunidad, compartiendo espacios de trabajo, recreo y oración en común, la estricta disciplina impuesta por los frailes, el gusto y aprendizaje del arte pictórico, artesanal o musical y el detalle tan importante de que sus superiores les hablasen en su lengua nativa, conformaba un ambiente de convivencia llevada en armonía, siendo escasísimos los problemas de relación, agregado a que estos solían solucionarse con estricto rigor.
Los padres jesuitas sabían lo que tenían entre manos, y darles buen trato, no solo era norma cristiana, sino de algún modo trenzaba un lazo de unión a su comunidad que les alejaba de la mente la idea de huir o buscar otras opciones de vida con los bandeirantes y mamelucos que venían del Brasil a llevárselos como esclavos a Minas Gerais o San Pablo y otras comarcas lusitanas.
Estancias jesuíticas
En suma, los jesuitas tenían clara su misión evangelizadora y civilizadora de la población nativa y mestiza, pero les faltaba en su proyecto cómo obtener los fondos para solventar esa obra. La idea de la implementación de establecimientos agropecuarios, granjeros y textiles no muy lejos de la capital, y la explotación de rubros básicos de primera necesidad, para uso propio y ventas a terceros, le proveerían del dinero para llevar adelante su misión social, cultural y religiosa.
La SJ tenía su lema de trabajo: “Modus noster”, o sea “a nuestro modo”.
Las tierras las adquirieron a partir de donaciones de estancieros locales y limosna de la población. Roma no tenía total confianza en el éxito de este tipo de misión y su aporte era mínimo o nulo.
Visitas a las estancias
Alta Gracia
Ubicada a 36 km al SW de Córdoba capital.
Creada en 1643, a partir de una donación de tierras de la familia Nieto, se organiza por los sacerdotes jesuitas un establecimiento agrícola-ganadero para la producción, uso y venta de los bienes obtenidos, en beneficio de la manutención de la congregación, sus auxiliares, alumnos, novicios y pobladores obreros indios y negros.
Un detalle particular era la cría de inmensas cantidades de mulas, que se vendían para su uso en fletes de minería, granos y materiales diversos en esos áridos terrenos de serranía.
Este modelo y motivo de funcionamiento es común a las demás “estancias” que se ubican en torno a la capital provincial, en un radio de unos 80 km, y linderas o casi contiguas entre sí, conformando el “territorio para habitar” propuesto.
El modelo constructivo era un patrón similar en todas: en torno a una plaza mayor, de gran superficie, se sitúan las edificaciones del Colegio, la residencias, las rancherías de los indios, el taller, el obraje y aparte un gran tajamar utilitario.
Su iglesia y sus salas donde se exponen objetos y enseres de la época son de una fineza arquitectónica especial.
Debemos recordar que, en este casco de estancia, vivió un tiempo –por 1810– el Virrey Santiago de Liniers antes de ser fusilado.
Jesús María
Situada a 60 km al norte de Córdoba.
Creada en 1618 en las “tierras de indios”, precisamente en las chacras de Guanusacate, se formó la estancia con una magnífica edificación del barroco americano, múltiples salas donde se exponen más de 14.000 objetos de uso doméstico, artesanal e industrial (2º museo en Argentina), y merece una especial atención el lagar y bodegas de vino, que caracterizaron el viñedo más importante de la comarca. También los guaraníes usaban máquinas caseras para procesar, a golpes, tanto el cuero como la lana, para su desgrasado, conservación y venta.
Caroya
Situada a 50 km al norte de Córdoba, fue la primera estancia en conformarse, en el año 1618.
Servía además de proveedora de insumos rurales, como asiento para las vacaciones de novicios y estudiantes de los colegios ignacianos.
Se destaca, expuesta en la sala de fábrica de armas blancas, una réplica exacta del sable que le obsequiase el gobernador de Córdoba al Gral. José Artigas, en 1815, como “Protector de los pueblos libres” de su Liga federal. Un emocionante y espontáneo aplauso de todo el grupo, saludó el digno recuerdo del caudillo oriental.
Las inclemencias del tiempo de los días anteriores, con serias inundaciones en la zona, impidieron el acceso a las estancias de La Candelaria y Santa Catalina, que seguro serán objeto de próxima visita por nuestro colectivo histórico-misionero.
En sustitución de la actividad de ese día vistamos la Villa de Tulumba, a 150 km al N de la capital, que es un pueblo destacado por su belleza por la Organización Mundial de Turismo, designándolo como “pueblo auténtico” e “histórico nacional”. Al no poseer edificación notoria de la época jesuítica, dejamos aparte su descripción para concentrarnos en nuestro tema prioritario, sin dejar de mencionar que fue el beato argentino, fray Mamerto Esquiú quien colocó la piedra fundamental de la Catedral de Villa Tulumba, en 1882.
Apuntes conceptuales sobre las misiones jesuíticas en Hispanoamérica
Cuando nos referimos a la frase del título: “Un Estado dentro de un Estado”, tratamos –sin ser originales– de ilustrar la situación que vivían las monarquías europeas, en transición entre el absolutismo tradicional y el liberalismo creciente, y sus posesiones coloniales en el nuevo mundo hispanoamericano, especialmente de España y Portugal.
Quedará como materia de continuo estudio y análisis, si la polémica e impactante “expulsión de los jesuitas de todas las posesiones de Portugal primero (1759) y España después (1767)”, obedeció a una preocupación, más bien a un temor, de que las reducciones jesuíticas se estaban transformando, desde hacía ya mucho tiempo –casi dos siglos– en una forma particular de organización social y económica muy distinta a la que se imponía por virreyes, gobernadores y sus administradores, junto a la complicidad de la clase pudiente en fortuna o títulos en las tres Américas.
La propiedad con uso comunitario para criar y cultivar bienes de manutención y venta para solventar los egresos, la organización social y familiar de armonía pese a la condición de sumisión de los pobladores de las reducciones e incluso esclavitud en el caso de los africanos, se debe hacer notar que eran muy numerosos a cargo de tan solo dos o tres sacerdotes que les enseñaban artes, gramática, aritmética, astronomía, oficios diversos, albañilería, hilandería, orfebrería y tantas otras labores.
Estos curas aprendían de los indios antes que nada su lengua nativa, sus costumbres religiosas y artísticas y las enlazaban con las de la evangelización cristiana, procurando minimizar el choque lógico de civilizaciones ancestrales tan distintas, pero con valores elevados en común.
Sin duda el resultado era muy bueno y las misiones crecían en tamaño territorial, población civilizada y producción de bienes. Eran, precisamente, un “Estado”.
El otro “Estado”, el de las monarquías borbónicas ilustradas, tuvo temor de verse disminuido en su poder político y económico y optó por la solución drástica: la expulsión de los Jesuitas de sus reinos. Tiempo después los Jesuitas volvieron, aunque en otras condiciones y hoy continúa su obra en todo el planeta, adaptándose con delicado equilibrio en un mundo tan alterado por la globalización.
Termino con un concepto clave, casi textual de mis apuntes de clase de la Dra. Melina Malandrino: “La más poderosa idea es la del encuentro entre dos grupos con una misma utopía. Los guaraníes, que descendían hacia el sur escapando de los bandeirantes y en busca de su propia idea de ‘una tierra sin mal’, y los jesuitas que buscaban la idea de la utopía en una república de aborígenes, también ‘sin mal’, sin el mal de los españoles. Entonces ese es el concepto: el encuentro y la utopía”.
Ad maiorem Dei gloriam, que es el lema de la Compañía de Jesús: “Para mayor gloria de Dios”.
(*) Roberto Mezzera Raggi, Ingeniero Agrónomo, Maestro de Lavoro