En la edición anterior nos referíamos al discurso histórico y Shakespeare en la perspectiva de Rodolfo Fattoruso. Intentando, de algún modo, seguir con el tema, destacaremos algunos aspectos de la época y la obra de aquel Guglielmus filius Johannes Shakespeare, como luce en su partida de bautismo en la Catedral de la Santísima Trinidad un 26 de abril de hace 460 años.
Para ello tomaremos como insumo las investigaciones de un especialista español. Luis Astrana Marín (1889-1959) fue un biógrafo, periodista, ensayista y traductor, que se destacó como cervantista y traductor de William Shakespeare.
Según la Real Academia de la Historia, Astrana emprendió la gigantesca labor de verter a Shakespeare íntegramente en buen romance. Primero iba publicando obras sueltas: Hamlet apareció en 1920, seguida de Macbeth, y así sucesivamente hasta 1929, año en el que culminó la obra completa. “Su marca aún no ha sido igualada, y destaca por su recepción en lengua castellana: es la de mayor número de ediciones y, posiblemente, la más plagiada”.
La editorial Aguilar publica en el Madrid de 1951 la décima edición de las Obras Completas de Shakespeare, señalando que se trata de la primera versión íntegra del inglés, con el estudio preliminar, traducción y notas del especialista español.
Astrana comienza su introducción señalando las dificultades que supone traducir a Shakespeare. Lo primero que observa es la riqueza del lenguaje, combinada con el uso de expresiones populares, y con frecuentes y oscuras alusiones a sucesos de actualidad. Ello ha significado que los traductores, e incluso grandes críticos ingleses, debatan sobre el sentido de palabras y frases sin lograr acuerdo. Astrana se ocupa, con vocación docente, en ir ejemplificando este aserto con notas al pie de página bastante extensas. Ardua versión es “verter a un clásico de la talla gigantesca de Shakespeare”, dice Astrana, de donde se deduce que solo otro gigante podría hacerlo.
Otro problema es la diferencia entre los diversos textos publicados en vida del autor. Se trataba de ediciones piratas, fruto de malos copistas, que asistían a las obras y luego intentaban, malamente reproducirlas. Eran tiempos duros. ¡Cuánto más fácil es plagiar ahora! Al menos, técnicamente.
Después de la muerte del llamado Cisne de Avon, dos de sus amigos, actores como había sido él, John Heminge (1566-1630) y Henry Condell (1576-1627), compilaron sus obras enmendando gran parte de los errores cometidos hasta esa fecha.
Los personajes
La influencia de la cultura puritana en la Inglaterra del siglo XVI, dice Astrana, producía situaciones curiosas. Veamos un ejemplo. En el drama de Shakespeare A vuestro gusto, uno de los personajes femeninos principales es el de Rosalinda. Se trata de la hija de un duque desterrado por su hermano que detenta su cargo. La joven también es compelida al destierro por su tío usurpador. Su prima Celia decide acompañarla.
Como es muy peligroso viajar, porque “la hermosura atrae a los ladrones más que el oro”, deciden disfrazarse. Celia se ataviará con pobres vestiduras y se embadurnará la cara con un pigmento oscuro. Rosalinda le pregunta: “¿No sería preferible que yo, que soy de una estatura mayor que la corriente me vistiera como un hombre?”. Una pregunta retórica, porque la decisión estaba tomada.
Cuando llegan al bosque donde están refugiados los desterrados, se encuentran con Orlando, joven del que Rosalinda está enamorada, así como él de ella. Orlando no la reconoce y le pregunta: “¿Con quién habitáis, lindo joven?”. Ella (que es él) le va a ir sonsacando sus expresiones de amor y le ofrece que, para practicar, haga de cuenta que él (que es ella, que es él) le haga la corte. “¿Qué me dirías en este momento si fuese vuestra Rosalinda?”. Como se puede deducir, representar estos papeles podría resultar sumamente disfórico.
En algún momento, alguien descubrió que para los roles femeninos eran más apropiadas las mujeres. En verdad no era que no se hubieran dado cuenta, pero cierta ceguera prejuiciosa y fanática les impedía obrar en el sentido adecuado. En 1662, el rey Carlos II levantó la prohibición y, por primera vez, una dama pudo representar el papel de Desdémona. ¿Y en la España católica?
En la España católica a diferencia de Inglaterra, la presencia de las mujeres fue muy relevante en el teatro. Aunque en los siglos XVI y XVII las mujeres no tenían precisamente muchos derechos, de todos modos, lograron ingresar al mundo del teatro como autoras de comedias, actrices e incluso como empresarias.
El teatro
Recién en 1586 se prohibió, en España, representar a las mujeres. Se entiende que, hasta esa fecha, lo hacían… Sin embargo, las damas no estaban dispuestas a callar resignadamente. De inmediato, un grupo de actrices se dirigió al Consejo de Su Majestad solicitando el levantamiento de la medida. Los argumentos usados fueron los adecuados. Pagaron con la misma moneda: arguyeron razones morales. Dijeron que la separación de sus maridos propiciaba las uniones extraconyugales. Y que, además, el uso de varones jóvenes para esos roles les hacía proclives al pecado de la carne.
En 1587 se otorgó la licencia pedida, pero las actrices debían estar casadas y actuar vestidas de mujer. Además, se disponía que, “de aquí adelante tanpoco pueda representar ningún muchacho bestido como muger”, señala la catedrática de Literatura Española de la Universidad de Valencia Teresa Ferrer Valls en La representación y la interpretación en el siglo XVI.
La actividad teatral no era bien vista. Los teatros eran corridos de Londres por la influencia puritana, dice Astrana, que insiste mucho en responsabilizar a esa confesión religiosa de esa persecución. Las compañías se iban entonces a recorrer los pueblos y eran mirados como vagabundos.
En 1576 James Burbage (1531-1597) construyó un teatro de madera fuera de la ciudad. Ese fue el primero del constructor y de Londres. Su denominación no fue muy original, pero suficientemente descriptiva: The Theatre. Después erigió el Curtain Theatre y luego el Blackfriars. Este último recibió ese nombre por haber sido construido en parte del antiguo monasterio de dominicos, que por usar una capa negra sobre el hábito blanco eran llamados frailes negros. El monasterio fundado en 1275 lo fue hasta que el femicida serial Enrique VIII decidió romper con la Iglesia católica para casarse con Ana Bolena que, en ese momento, todavía lucía una bonita cabeza.
Los teatros eran públicos, como The Globe, en el que se representó la mayoría de las obras de Shakespeare que, además, era su principal accionista, o privados como Blackfriars, donde las entradas eran mucho más caras, acorde con su estructura más sofisticada.
La Biblia
Las restricciones a la actividad teatral no eran solo puritanas. En Deuteronomio 22,5 se establece: “No llevará la mujer vestidos de hombre ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominación a Yahvé, tu Dios”. Una polémica que hoy continúa. Varias comunidades protestantes aun revindican para el hombre el uso exclusivo de los pantalones.
Según Astrana la primera mujer en pisar las tablas en Inglaterra fue “mistress Coleman en 1654, con un papel insignificante. De modo que, Julietas [y] Desdémonas […] alentaron por primera vez a la vida inmortal en corazones masculinos”.
Y sí, las mujeres eran hombres.
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