La música en occidente siempre fue dividida en dos grandes clasificaciones que han cambiado, tanto en significado como en nombre y definición, pero que siempre terminan teniendo un tinte en común: la institución de las reglas musicales vigentes. Estas reglas son obviamente artificiales y de eso hablaremos hoy.
En el siglo XI, cuando Guido D’Arezzo inventó el primer sistema de escritura sistemático para la música que permitía su transmisión y conservación de una manera mucho más fiel que los sistemas “neumáticos” anteriores, la música –sacra o profana– no era de gran complejidad. La existencia de la escritura neumática era utilizada desde aproximadamente el siglo VII por los monjes y sacerdotes a modo de “ayuda” para no modificar las líneas de los cantos de las misas, de todas maneras no daban detalles exactos de altura y principalmente no tenían un sistema que codificara las duraciones de los sonidos.
Con la notación de D’Arezzo, no solamente se especificaron las alturas exactas de los sonidos, sino su duración. Esto, pensado simplemente para cantos monofónicos o al unísono o intervalo fijo, era simplemente una manera de conservar más aún la música de la Iglesia católica, pero a la vez dio paso a la gran revolución de la polifonía.
Hay que entender que los cantos gregorianos y sus antecesores son melodías que siempre se cantan al unísono o a la par de un intervalo fijo. La escritura mensural y exacta permitió que los músicos pudieran construir diferentes melodías en distintas voces simultáneas para crear nuevas sonoridades y estilos. No solo era posible ejecutarlo, sino que, el poder “pensar sobre el papel”, dio lugar a que los estilos polifónicos se volvieran progresivamente más espectaculares y con una arquitectura cada vez más compleja.
La complejidad de la música se volvió más intrincada aún debido al encuentro de la Europa continental y la de las islas británicas durante las reuniones del cisma de Occidente. El distinguido lector sabrá que hay siete notas naturales en la escala y entre ellas hay 5 más que completan el total cromático, hoy en día en una octava seguimos teniendo esas 12 divisiones ajustadas de forma equidistante. Pero la equidistancia de las notas es en realidad algo muy reciente, pues músicos en diferentes países y regiones cambiaban la distancia entre los intervalos creando diferentes temperamentos que favorecían ciertas características de la música que componían. En particular, la Europa continental utilizaba los intervalos llamados “consonancias perfectas”, descritas hace cientos de años por Pitágoras, mientras que en las regiones británicas utilizaban temperamentos que favorecían las consonancias imperfectas. Mientras los jerarcas de la época se ocupaban de discutir el cisma, los músicos que las cortes que habían traído con ellos intercambiaban estilos e ideas que darían lugar a una explosión en las formas de componer y utilizar las relaciones entre las notas.
Para la época del Concilio de Trento la imaginación de los músicos ya había llegado demasiado lejos con eso de poner decenas de voces superpuestas, a veces con distintos textos sacros ejecutados a la vez. Esto no fue visto con buenos ojos: por un lado, no se entendía la letra de las canciones sacras y por otro los coros se estaban llevando el protagonismo de los rituales religiosos. En el siglo XVI se estuvo a punto de prohibir la polifonía completamente para volver a la austeridad de los cantos gregorianos de más de medio milenio de antigüedad.
Por suerte algunos músicos –intentando salvar su trabajo, su pellejo y, de paso, el avance de la música como arte– compusieron varias obras demostrando que utilizando ciertas técnicas era posible que se distinguiera la letra y que la música no fuera un elemento de distracción. El modelo a seguir para estas nuevas reglas, que se enseñan a los estudiantes de música hasta el día de hoy, están inspiradas en la composición de Giovanni Pierluigi de Palestrina, de quien hablaré en el siguiente artículo.
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