Entrevistada por el periódico La stampa en 1933, Luisa Tetrazzini, declara que «los periodistas, cuando se dedican a inventar, van bien a fondo». A sus 62 años la diva había experimentado en carne propia las constantes referencias de la prensa a su vida íntima. Es cierto que la extraordinaria cantante daba pábulo con sus actitudes.
Parece bien distinta su hermana mayor y maestra Eva Tetrazzini, la que sin embargo no estuvo exenta de algún comentario malicioso, aunque seguramente gratuito. Era de público conocimiento la afición del apuesto general Máximo Santos por las damas. En especial llamaban su atención las cantantes líricas. Cuando la compañía de Pietro Cesari en 1883 visitó el Río de la Plata, Santos se había prendado de Margherita Preziosi que actuaba en Doña Juanita, la opereta de Von Suppé. Tanto fue así que la presentación en Buenos Aires se vio postergada. De dar crédito al medio argentino El Mosquito: «Por fin la tenemos a la bella dama que ha causado tanta demora por haber plantado en [Santos] una flecha robada al carcaj de Cupido», anuncia en su edición del 10 de noviembre de 1883, celebrando la llegada del elenco.
No era de extrañar entonces, que aquel fatídico día de agosto de 1886, camino al Teatro Cibils, el general llevara entre sus ropas una cajita con un collar destinado a otra estrella de la lírica. Los rumores señalaban a Eva Tetrazzini que presentaba en el Teatro Cibils La Gioconda deAmilcare Ponchielli.
Eva tuvo una actuación fulgurante en el campo de la lírica. La prensa española desde 1882 solo tiene elogios para ella. No solo a sus dotes como cantante sino a su personalidad, sobria, respetuosa, digna. Casó con el maestro Cleofante Campanini, famoso director de orquesta fallecido en 1919. La única nota anecdótica refiere, casualmente, a otra representación de La Gioconda en el San Carlos de Lisboa.
Uno sbaglio
Ocurrió en 1890, en plena función: «se sintió acometido de un accidente uno de los profesores de la orquesta, […] a quien levantaron de su asiento, pálido y demudado, llevándolo en brazos fuera de la sala. Poco después era víctima de un violento ataque de influenza una corista […]. Cuando Eva Tetrazzini estaba cantando, […] el telón […] corrió antes de tiempo, y el bastidor de madera que lo sostenía fue a caer a los pies de la cantante, enredándose esta los vestidos, lo que dio lugar a que cayera, lastimándose bastante. La Tetrazzini lanzó un doloroso grito e inmediatamente cinco criados del teatro acudieron a socorrer a la artista, que, haciendo un esfuerzo supremo, pudo concluir la ópera (El Día, 12 /01).
La Iberia agrega: «Al terminar el tercer acto, […] cayó un madero del techo, no alcanzando afortunadamente a ninguno; pero una de las coristas se impresionó de tal modo, que se desmayó. […] para concluir: un espectador, en el momento de salir de la sala, sufrió una caída, fracturándose una pierna».
En 1892, el escritor, musicólogo y crítico musical Antonio Peña y Goñi, dice de Eva: «siempre dispuesta al trabajo […] fina, delicada, refractaria a los desplantes de brocha gorda».
Luigia, detta Luisa
Mientras tanto, El Heraldo de Madrid, recoge una noticia llegada desde Buenos Aires a los períódicos de Milán: «El empresario […] Scalaberni, mató al barítono Cesari, entre bastidores, en el momento en que se disponía éste a salir a escena para cantar en el segundo acto de Un ballo in maschera. La causa del crimen fue la tradicional de los celos, pues parece que el barítono Cesari cortejaba de amores, y con éxito, a la mujer [de] Scalaberni, Luisa Tetrazzini, hermana de la dulce Eva, la tiple favorita hoy del público de Madrid».
Luigia o Luisa como la llamaban, tuvo una vida bastante distinta a la de su hermana Eva y a la de su otra hermana Elvira, también cantante. Conocida como el «ruiseñor florentino», fue tan famosa por su voz como por su vida sentimental. Escribió una autobiografía que publicó en 1921 considerada «poco attendibile». Es cierto que cabe preguntarse, cómo distinguir la realidad de la ficción en una fuente escrita en la que el autor habla de sí mismo.
El crítico de arte y cultura de La Nación y Caras y caretas (Buenos Aires) José Ojeda se refiere al pasaje de la diva por Argentina, donde vivió algunos episodios que ella no recoge en su texto. En 1928 publica dos notas en la revista, en mayo y en diciembre, donde se refiere a los sucesos de 1892 que extrae «de los diarios de la época».
En fuga
A sus 19 años, Luisa estaba casada con el empresario teatral Giuseppe Santino Scalaberni, a quien dejó al poco tiempo. Se integró entonces a la compañía del cantante Pietro Cesari que ya había estado con Margherita Preziosi por estos lares. Así, se anunció su presencia en Buenos Aires.
Luisa Tetrazzini: «los periodistas, cuando se dedican a inventar, van bien a fondo»
Parece que dejó algún contrato sin cumplir con Scalaberni, porque este decidió embarcarse para el Río de la Plata, para reclamar el cumplimiento de las obligaciones de Luisa y no solo conyugales. En Montevideo, Scalaberni se entera que Luisa va a debutar en el teatro San Martín, de modo que cruza a la vecina orilla. Se presenta ante el juez y logra detener la función al reclamar incumplimiento de compromisos por parte de Luisa.
Junto con Scalaberni había viajado un exoficial italiano de apellido Genazzini que lo había ayudado en la investigación sobre el paradero de la escurridiza esposa. Estaban almorzando, Genazzini, Scalaberni y Luisa, y se presentan unos señores invocando su calidad de oficiales de la justicia, que invitan a Scaleberni a acompañarlo para formalizar detalles de su declaración. Poco después aparecen otros e invitan a Genazzini a concurrir al juzgado. El joven acepta pero exige que la señora vaya también. Suben a dos coches distintos. Nada de funcionarios policiales. Scalaberni por su lado y Genazzini por el otro son dejados esperando dentro de los coches por los supuestos oficiales. Mientras tanto la dama en el otro coche se fuga con Pietro Cesari.
Scalaberni vuelve al juez y este pide la captura de los prófugos. En aquellos tiempos ese tipo de escapadas eran perseguibles por la ley. Pasa una semana y los tórtolos no aparecen por ningún lado.
Muerte en el teatro
Genazzini estaba muy molesto por la tomada de pelo. Tenía un carácter irascible por el cual lo habían dado de baja del ejército. Había llegado a Buenos Aires con destino a Mendoza donde el Ing. Cipolletti le había ofrecido trabajo. Genazzini había conocido en su breve estancia a Jorge Arnold Brown, un joven redactor del periódico santafecino El Nacional, conel cual había hablado de negocios. Se le puso que Arnold no había querido saludarlo y le envió los padrinos. El santafecino le respondió que no veía motivo de duelo. Genazzini le mandó decir que lo abofetearía. Arnold replicó que entonces le pegaría un tiro. En el teatro durante el tercer acto de La Traviata, Genazzini abofeteó a Arnold y este lo mató de dos tiros. La justicia falló legítima defensa.
Il morto che canta
La falsa noticiade la muerte de Cesari por Scalaberni parece dar la razón al comentario de Luisa que inicia esta nota.
La tragedia cambió el foco de la atención sobre el asunto amoroso. Scalaberni se volvió a Italia. Luisa continuó su carrera triunfal. Actuó en el Solís en 1894 y 1898 ante un público entusiasta.
Junto con su Pietro Cesari, siguieron con sus exitosas giras hasta 1904 en La Habana, en que Luisa cambió de timbre: dejó a Cesari por el bajo Giulio Rossi. Luego cambió a Rossi por Giorgio Bazelli. Se le atribuye también un romance con el torero Machaquito en México. Se fue a EEUU donde hizo mucho dinero. A los 54 años se casó con Pietro Vernati (de 21 a 32 años según las fuentes) a quien llamaban «el segundo Rodolfo Valentino».
La describen como «de corta estatura y rollizas carnes, gran aficionada a los placeres de la mesa, siempre alegre y decidora, sin pizca de preocupaciones», a esas bellas cualidades, que seguramente estimularon al joven Vernati, unía la de ser millonaria. Después de dos años se separaron.
El periodista de La Stampa encuentra «una padrona di casa festevole e cordiale». ¿Seguirá cantando? «Todo depende del de Arriba, dice, si Él me da salud yo daré mi voz».
Esa voz que tía Mita nos hacía escuchar a la «sobrinada», cuando exhumaba la vieja vitrola del abuelo, en aquellos cálidos veranos santalucenses. Perdonarán que el recuerdo me piante una furtiva lágrima…
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