La figura del paraguayo León Cadogan, hoy poco conocida en nuestro país, comprende a esa clase autóctona de pensadores que no sólo han sido pioneros en sus respectivas disciplinas, sino que escapan a las fáciles categorías que impone el reduccionismo contemporáneo. Así, igual a un Indiana Jones sudamericano, Cadogan se aventuró en la selva paraguaya para ahondar en las secretas tradiciones del pueblo guaraní.
“Se dirigió al Cacique preguntándole si ya había discurrido conmigo, sobre el origen del lenguaje humano: Ayvu Rapyta. Contestándole el Cacique que no, le volvió a preguntar si me había divulgado los himnos sagrados relacionados con ‘los huesos de quien porta la vara-insignia’. Volviendo a contestar negativamente el Cacique. Mario le dijo que yo ya era merecedor de que se me divulgara Ias Re’e Porá Tenonde, las primeras palabras hermosas…”
León Cadogan
En la historia de las religiones toda manifestación de lo sagrado merece ser estudiada. En ese sentido, todo mito, todo rito, implica, más allá de una creencia determinada que podamos compartir o no, la expresión de una idea del Ser y de la Verdad. Y tal como expresaba Mircea Eliade: “ser hombre significa ser religioso”. Porque las leyendas y los mitos constituyeron para los pueblos arcaicos, no sólo una forma de ordenar el mundo, sino también de mantener viva una tradición necesaria para la supervivencia.
De hecho, en las culturas primitivas las actividades cotidianas participaban de lo sagrado. Por ello, a través de estas historias que eran básicamente orales, recordaban a sus grandes héroes o caudillos, las hazañas que habían realizado, los peligros o las derrotas que habían sufrido, pero también memoraban sequías, inundaciones y otros temas más complejos, como la vida, la muerte y el alma.
Las palabras-almas
En este sentido, la religiosidad guaraní tiene aspectos que resultan muy interesantes sobre todo si se lo mira a la luz de la tradición judeocristiana. Uno de estos aspectos, considerado por León Cadogan de los más relevantes de la cosmogonía guaraní, es la idea o el concepto de “palabra-alma”, cuyo significado nos retrotrae de alguna manera al Evangelio de San Juan cuando expresa: “En principio era el verbo y el verbo era Dios”. Así, la palabra: “Ñe’eng” que en guaraní significa “lenguaje humano”, aplicándose también al cantar de las aves, al chirriar de algunos insectos, etc. También tiene otro significado que es el de “porción divina del alma” o “palabra-alma”.
Ñe’eng sería algo así como el espíritu que envían los dioses para que se encarne una criatura. De hecho, en algunos pasajes del Ayvu Rapyta se refiere a la transmigración del alma de un jaguar que se encarnó en un ser humano; y en éste al alma del lapacho. Esto va en concordancia con la tesis de Eliade, en la que refiere que los pueblos arcaicos consideraban que, entre los animales, los árboles y los seres humanos había misteriosas relaciones y lazos. De esa forma, las palabras dentro de la tradición mbyá-guaraní serían algo así como los lazos que unen las almas a los cuerpos.
“El señor León Cadogan, guiado por la experiencia de su trabajo en las selvas y tomando en serio ciertas indicaciones del folklore paraguayo, adivinó la importancia primordial de la etnobotánica y la etnozoología para hacer etnografía guaraní: árbol y palabra aparecían cada día más como fundamentos a partir de los cuales se organiza un sistema de significaciones. En sus estudios se ha ocupado muy frecuentemente de árboles, animales y aves, porque sabía hasta qué punto la esfinge indiana encerraba en ellos, los enigmas de esos pueblos sin historia”. (Bartomeu Meliá)
Biografía de un pensador pragmático
León Cadogan nació en Asunción el 29 de julio de 1899. Era hijo de John Cadogan y Rose Stone, ambos inmigrantes australianos que llegaron a Paraguay con la idea de instalarse en la Colonia Nueva Australia, cerca de Coronel Oviedo. Por esa razón, durante sus primeros años de vida León Cadogan únicamente habló inglés y guaraní. Pero a causa de un incendió que destruyó la casa donde vivían, terminaron por mudarse a Villarrica. Allí, el pequeño Cadogan concurrió a una escuela alemana, donde recibió su única educación formal y donde también aprendió alemán.
Antes de dedicarse a la etnografía y a la etnolingüística, desempeñó las más variadas actividades. Con 18 años obtuvo un empleo en el frigorífico de la compañía Swift, de Zeballos Cue donde trabajó como secretario. Su amistad con el francés Emile Lelieur le valió también aprender francés, y por lo tanto acceder a la lectura de los volúmenes de su biblioteca que comprendía a los autores clásicos.
En 1919 se trasladó a Buenos Aires y dos años después se mudó a las selvas de Caaguazú, donde comenzó a sentir curiosidad por los aborígenes de la región. De ese modo y casi por pasatiempo comenzó a realizar investigaciones sobre los guaraníes y sobre el folclore guaireño.
Pero su dedicación a la cultura indígena era poco sostenible y debía alternarla con otros trabajos que le permitieran hacer frente a sus carencias económicas. Así, se ganó la vida como profesor de inglés y fue hasta jefe de investigaciones de la policía guaireña. Sin embargo, en 1949 fue designado por el Gobierno como curador de los indígenas Mbyá-Guaraní del Guairá. Desde entonces se dedicó exclusivamente a la defensa de estos indígenas y al estudio de la cultura guaraní.
Siguiendo sus investigaciones, se relacionó con otros hombres de ciencia como el general Juan Belaieff y el doctor Andrés Barbero. Y aunque no hubiese cursado estudios superiores, su capacidad de análisis fue reconocida por sus contemporáneos. Además, los resultados de sus trabajos llamaron la atención de varios intelectuales extranjeros como el mexicano Miguel Ángel Portilla, los brasileños Paulo de Carvalho Neto y Egon Shaden, el uruguayo Adolfo Berro García y los franceses Alfred Metraux y Claude Levy-Strauss.
Quizás el logro más trascendente de la labor científica de Cadogan fue conquistar la confianza de algunos caciques mbyá que le revelaron conocimientos de una desconocida mitología que enraizaba en la espiritualidad de esta etnia guaraní.
Entre las principales obras de Léon Cadogan se encuentran: “Apuntes de medicina popular guaireña” (Centro de estudios antropológicos, Asunción, 1957); el “Ayvu rapyta. Textos míticos de los mbyá-guaraní del guairá”, 1959/1992 (Facultad de filosofía, ciencias y letras de la Universidad de San Pablo) y “Yvyra ñe’ery: fluye del árbol la palabra”, 1971, entre otras obras que incluyen un diccionario guaraní-castellano.
El antiguo universo guaraní
Ya el jesuita Antonio Ruiz de Montoya en su obra “La conquista espiritual” de 1639, refiere que los guaraníes rendían culto a los huesos de los grandes chamanes, lo que podía ser revelador de una tradición religiosa original de este pueblo. De hecho, esta obra ejerció una notable influencia en León Cadogan y fue determinante para que él comenzara a investigar a la etnia Mbyá guaraní.
“Los Mbyá con quienes mantengo relaciones viven diseminados en pequeños grupos a través del actual departamento del Guairá, dentro de la región comprendida entre Yuty al Sur y San Joaquín al Norte; pero, a juzgar por el último mapa etnográfico de la Smithsonian lnstitution (Handbook of S. A. Indians, 1946) existirían grupos de la misma parcialidad dentro de la vasta región comprendida entre el Rio Vaccaria, Brasil, y el Rio Uruguay. Generalmente se les aplica el nombre de Mbyá; pero el nombre por el que ellos mismos se designan en sus tradiciones es ‘Jeguakáva’, o ‘Jeguakáva Tenonde Porangue’. ‘Jeguaka’, en el lenguaje común, significa: adorno (de plumas para la cabeza); ‘jeguakáva’, en el vocabulario religioso, es el nombre utilizado para designar al hombre, a la humanidad masculina; por lo que ‘Jeguakáva Tenonde Porangue’ sería: los primeros hombres escogidos que llevaron el adorno de plumas”. (León Cadogan)
De ese modo, la tradición religiosa de los Mbyá se dividía en dos categorías: las comunes, asequibles a todo el que quiera dedicarse a recopilarlos, y los sagrados, llamados Ñe’ê o Ayvu Porá Tenonde: “las primeras palabras hermosas”.
Fueron, justamente, estos últimos cantos sagrados, aquellos que León Cadogan recopiló después de años de trabar amistad con estos indígenas. Los mismos pertenecen al “Ayvu Rapyta” que significa “el fundamento del lenguaje humano”, y constituyen el cerno de la religiosidad guaraní que habían mantenido en secreto durante siglos. Así, León Cadogan se convirtió en el primer hombre blanco en iniciarse realmente en el estudio de la mitología, la religión y el culto guaraníes, ya que estos sólo se habían divulgado entre los miembros de la tribu que dominaban este vocabulario, siendo desconocido en aquella época dentro de los elevados círculos científicos.
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