Alguien dijo que Liszt pretendía disfrutar de las armonías celestes, sin resignar los goces terrenos. Y un rápido repaso por su vida nos hace verificar la razón del juicio. En Franz Liszt (1811-1886) la inteligencia musical y la vocación sacerdotal corren parejas desde su juventud, pero mientras bulla su sangre alegremente por las venas, se sentirá fuertemente requerido por el mundo.
¿Cómo articular esas dos naturalezas? Porque su caso no es el de un trastorno disociativo como en el personaje de Stevenson. Rápidamente se hizo famoso al estilo de un rockstar o de un actor de Hollywood. Su presencia generaba delirios. En 1833 conoció a Marie Catherine Sophie de Flavigny, condesa de Agoult (1805-1876), una mujer mayor que él con la que comenzó un intenso romance. La dama en cuestión tenía dotes de escritora y, como parecía ser de estilo en la época, firmaría sus obras con un seudónimo masculino, al caso: Daniel Stern. En 1846 publicó Nélida. La novela cuenta la historia de una mujer que “rompe las convenciones sociales en busca del ideal de la pasión, como único medio de alcanzar la felicidad”. En realidad, era la historia de su relación con Liszt y su propia justificación.
La condesa estaba casada y tenía hijos, pero se divorció en 1835. La novela fue un éxito de ventas. La traducción puede comprarse en España por 14 reales, dice con satisfacción el cronista de El Eco del Comercio del 1/10/1847. De la relación nacieron un hijo y dos hijas, una de ellas se casará con Wagner. Cuando nació Daniel, en 1939, las relaciones comenzaban a dar signos de cansancio. Las giras de Liszt, frecuentes y extensas, y la prodigalidad amatoria del músico, a quien, dicho sea de paso, las mujeres asediaban, hacían mella en la pareja. En 1844 el genial pianista conoció a la ni española, ni bailarina, ni Lola Montes, como se hacía llamar la entonces famosa cortesana. Fue el punto final del ya alicaído romance. Y como la dama, que se había divorciado del conde d’Agoult en 1835, no quería casarse, Liszt continuó siendo soltero a los ojos de la Iglesia.
Puro cuento
¿Será eso la fama? El personaje del tango que ha dado lugar al aserto de que la fama es una fábula, se encontraba “mal y sin vento”. No era el caso de Liszt. Para los húngaros era una suerte de héroe nacional. Así recoge el periódico español El correo nacional una información venida de Pest en 1840 sobre un concierto dado en esa ciudad: “[…] vestido con el riquísimo y pintoresco traje nacional de los nobles húngaros, y después de saludar repetidas veces al público que le recibió con frenéticos aplausos y entusiasmadas aclamaciones, [tocó varias piezas]. Entonces entró en la escena el conde León de Ferseteh, presidente de la sociedad real filarmónica de Pesth, [y] le entregó en nombre de la ciudad un magnífico sable […] cubierto con una funda de terciopelo carmesí, sobre la cual están bordadas las armas de la familia de M. Liszt. Este contestó que conservaría este sable como el objeto más caro a su corazón, y que en caso necesario lo emplearía como debe hacer todo buen húngaro en defensa de su soberano y de su amada patria”.
Terminada la función, el público “se precipitó al patio del teatro donde estaba el coche de M. Liszt […]. Al llegar a la plaza del teatro los estudiantes desengancharon los caballos y tiraron del coche conduciéndolo por varias calles hasta llegar a casa de M. Liszt, en cuya puerta al bajar del carruaje fue arrebatado el artista y subido en triunfo hasta sus mismos aposentos. Se calcula en más de 30.000 personas el gentío” (en 1900 la ciudad pasaba el millón de habitantes). Quién necesita caballos cuando hay tantos estudiantes…
Esos conciertos eran muy bien retribuidos. “Anoche tocó Liszt en el Circo: A pesar de la lluvia que cayó a principios de la noche, el teatro estaba lleno”, dice el medio La Verdad del 6/11/1844). Afirma, además, que “La empresa le da 2000 francos por cada función”.
Un rasgo de Liszt que está profusamente documentado en la prensa de la época era su filantropía. “Liszt después de dos conciertos, cedió el tercero, que tuvo lugar anoche, para las monjas y la beneficencia” (El Católico2/1/1845). “El célebre pianista Liszt se traslada a Weimar de Bruselas, donde ha dado un concierto a beneficio de los pobres, que ha importado unos 34.000 reales” (El Heraldo 1/2/1846).
El amor y después
“No es tonto”, así titula el diario La Independencia en su edición del 25/9/1861 el comentario que sigue: “El célebre pianista Liszt va a contraer matrimonio con la princesa Wittgenstein”. El texto, inusual en la morigerada prensa de la época, parece indicar un interés ajeno al amoroso en las intenciones del músico. Cierto es, que la princesa era sumamente rica, pero eso no podía mover a Liszt. Es que llegado a los cincuenta le parecía buena ocasión para sentar cabeza y casarse con la mujer que había buscado durante muchos años de duro trabajo.Carolyne zu Sayn-Wittgenstein (1819-1887) era la dama de sus sueños. Pero como los sueños muchas veces chocan contra la realidad, la señora tenía un inconveniente: estaba casada. Eso no había sido nunca freno para el infatigable compositor. De hecho, convivían desde hacía unos años. Tal vez los cincuenta abriles le atemperaron los ánimos, o verdaderamente la amaba, o las dos cosas. ¿Y entonces? Solo el Papa podía anular el matrimonio de la princesa. Como tenía una hija con su marido el príncipe Nikolaus, difícilmente podría alegar la no consumación del matrimonio. Presionaron a Roma sin éxito. Y eso marcó el fin del romance. La muerte de dos de sus hijos, el fracaso de su gestión frente a Roma, y la vocación religiosa que había sentido en su juventud lo llevaron a recluirse en un convento. “A pesar de los numerosos errores y transgresiones que he cometido, y por los cuales siento contrición y arrepentimiento sinceros, la divina luz de la Santa Cruz jamás ha desaparecido del todo de mí”, escribe.
Las noticias van pautando el proceso. “El célebre pianista Franz Liszt habita hace algún tiempo en el antiguo convento de los Dominicos en el Monte Pincio”. Allí recibe la visita de SS Pío IX. Ejecuta unas de sus piezas y el papa le dice: “Tenéis mucho talento, está en vuestra mano el hacer sentir a nuestros oídos los cantos de las esferas celestes; pero las armonías más sublimes las oiremos un día allá arriba”, reseña La Civilización el 4/8/1863. Un par de meses después la catalana “Revista Católica” lo corrige. El monasterio está en el Monte Mario y no en el Pincio. Además, el papa habría dicho: “Me habéis hecho gozar de antemano de la música celestial; después que os he oído, comprendo mejor los bellísimos coros de los Ángeles”. Dos años después Liszt se ordenaba como sacerdote.
Una de sus creaciones más memorables y apreciadas, es una serie de seis obras para piano denominada Consolaciones, particularmente la Nº 3. Para él era solo una “pequeña pieza de salón” y hubiera preferido ser recordado por otras obras. Como dice Borges de los poetas: “nadie sabe del todo lo que escribe”.