La importancia del agua en la configuración de la cultura humana ha sido determinante y esencial. Su influencia puede ser rastreable históricamente a través de las huellas que ha dejado no solo en determinadas obras como pudieran ser los acueductos, los canales o las represas, sino también en las palabras.
“El agua no se para ni de día ni de noche. Si circula por la altura, origina la lluvia y el rocío. Si circula por lo bajo, forma los torrentes y los ríos. El agua sobresale en hacer el bien. Si se le opone un dique, se detiene. Si se le abre camino, discurre por él. He aquí por qué se dice que no lucha. Y sin embargo, nada le iguala en romper lo fuerte y lo duro”.
Lao Tse
Uno de los elementos básicos de la naturaleza junto al fuego, el aire y la tierra es el agua. Por lo que desde muy temprano este elemento adquirió un valor simbólico que puede rastrearse fácilmente a través de la literatura. Al mismo tiempo, su uso y consumo estuvieron desde tiempos arcaicos legislados, estableciéndose pautas, comportamientos y reglas en torno a este elemento. Tal fue así, que el agua también cumplía una función importantísima a nivel religioso, como lo es en la actualidad el bautismo, por ejemplo.
De hecho, en todas las cosmogonías que van desde la India védica hasta las religiones monoteístas actuales, el agua cumplía un papel determinante a nivel del ritual al mismo tiempo que participaba como un ingrediente importantísimo en los mitos.
El agua como fuente y origen
Ya en la escritura egipcia el jeroglífico para designar al “agua” estaba representado por una línea ondulada de pequeñas crestas agudas. Por otra parte, las crecidas anuales del Nilo que favorecían la fertilización natural de los campos, hicieron que este río fuera adorado como un dios por los egipcios con el nombre de Hapi o Hep (las nomenclaturas varían según la zona y el momento histórico). El nombre Hep proviene del período predinástico y es un término perteneciente a la zona donde el alto Nilo fluía entre filosos acantilados. Los egipcios creían que este dios residía en una caverna cerca de las cataratas junto a varias diosas rana, de donde emergía anualmente para generar la inundación.
En el caso de la China milenaria se consideraba que las aguas eran el hogar del dragón y se suponía que, en algún lugar de Asia central, en un jardín habitado por “dragones de sabiduría”, brotaban de una fuente el río Oxus, el Indo, el Ganges y el Nilo.
Otra de las historias mitológicas más antiguas respecto al tema del agua proviene de la India, y narra la batalla entre Indra y la serpiente o dragón Vritra. Según el relato védico, Vritra retenía las aguas, causando una gran sequía que estaba haciendo estragos sobre la población hindú. Por lo que Indra, que vendría a ser algo así como un Zeus védico, un dios de la lluvia, debe enfrentar a esta serpiente para liberar las aguas. Indra siente miedo en principio ante esta enorme serpiente Vritra, pero al final termina venciéndola y la sequía finaliza con el triunfo de la lluvia.
“En general, en la India se considera a este elemento (el agua) como el mantenedor de la vida que circula a través de toda la naturaleza en forma de lluvia, savia, leche, sangre. Ilimitadas e inmortales, las aguas son el principio y fin de todas las cosas de la tierra” (Eduardo Cirlot).
La tradición clásica de los dioses-río
En la antigüedad los ríos se consideraban divinidades debido no sólo a que eran fuente de vida sino también de cultura. Tal es así que las primeras civilizaciones se asentaron a la vera de algún río y a éste se le rendía culto como dios local; por ejemplo, el dios-río Aqueloo que era considerado el espíritu hídrico más importante Grecia y Pausanias le llamó: “príncipe de los ríos, el grande”.
Otro tanto sucede con el Ganges, río purificador, que fue divinizado y personificado en el hinduismo como la diosa-madre Ganga o Ganges, río celestial que se derrama, según la mitología, de la cabellera de Shiva.
Dentro de la tradición judeocristiana los ríos también tuvieron un valor literario importantísimo. Ya en el Génesis nos encontramos con una descripción del Paraíso, en la que, entre los elementos más importantes referentes a su topografía, se destacan los árboles de la Vida y de la Ciencia, y la fuente de la Vida, la cual vertía agua a los cuatro puntos cardinales.
“Salía del Edén un río que regaba el jardín y luego se dividía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón; es el que rodea toda la tierra de Javilá, donde hay oro. El oro de aquella tierra es fino. Allí se encuentran bedelio y ónice. El segundo río se llama Guijón, y es el que rodea toda la tierra de Cus. El tercero se llama Tigris, y corre al oriente de Asiria. El cuarto es el Éufrates”.
Los escritores de la Antigüedad dedicaron mucho tiempo a establecer a qué ríos se refería este pasaje de la Biblia, siendo reconocibles apenas los dos últimos. Sin embargo, por medio de algunos datos comparativos se pudo conjeturar que es posible que el río Pisón haya sido el Nilo y el Guijón, el Ganges. Diodoro Sículo en el siglo I afirmaba que el Tigris y el Éufrates eran los ríos más destacables después del Nilo y el Ganges.
El “agua” en las palabras
El agua tuvo un protagonismo considerable en la evolución de la lengua española. Según el manuscrito titulado “De proprietatibus rerum” o “De las partes de la tierra y de diversas provincias”, obra heredera del enciclopedismo medieval, el nombre “Iberia” derivaría directamente del nombre del río “Ebro”.
“Se cuenta que ‘fue primero llamada Iberia por el río de Ebro que pasa por ella; y después fue llamada Ispala por un río llamado Íspalo que ende es…’. Además, ‘España ha el aire bueno y sano y ha grand copia de trigos y de metales y de piedras preciosas y ríos muy nobles, de los cuales algunos traen oro, mayormente uno que llaman Tajo…’. Es decir, los primitivos nombres de la Península Ibérica estuvieron vinculados al agua en su representación fluvial. Y actualmente hay total consenso de que la palabra ‘Iberia’ proviene del hidrónimo ‘Iber’”. (Miguel Ángel Puche Lorenzo, Nombrar el agua en la Edad Media. Del preciado líquido al líquido mortal).
Como bien sabemos, el vocablo “agua” procede del latín “aqua”, y este término viene de la raíz indoeuropea *akw, la cual hacía referencia al agua como elemento. No obstante, esta raíz dio lugar a numerosas formaciones como “aqueductus”, en latín “conductor de aguas”, y en lenguas romances permitió formaciones como “acuarela”, del italiano “acquarella”. Otro tanto sucede con “acuario”, en lenguas romances significa “recipiente que contiene peces”, y esta palabra procedente del latín “aquarium”, que quería decir recipiente destinado exclusivamente a contener agua.
“Por otra parte existía una segunda raíz indoeuropea que aportaba otra visión del agua, esta vez como movimiento. Nos referimos a la raíz *wed, que resultó en latín ‘unda’ y en castellano “onda”. A partir de esta idea de movimiento surgieron los derivados ondear, ondular u ondulación, generadas a través de la imagen del agua en movimiento, pero, quizás, los derivados que nos cuesta más desentrañar sean inundar, donde la etimología de unda no ofrece dudas al respecto. Con esta idea en mente, con facilidad identificaremos mediante la raíz *wed el inglés water o el alemán wasser’” (Ibidem).
Gestión del agua, gestión de riesgos
Desde hace miles de años el manejo de riesgos de una economía basada en la agricultura pasaba por tener una buena gestión de aguas, y por ello los mitos, los ritos y los nombres establecían una ética en torno al cuidado y al consumo del agua. Además, no hay que olvidar el valor que tuvieron las obras hidráulicas en torno a la cuenca y desembocadura del Nilo, o en las ciudades asentadas entre el Tigris y Éufrates, tal como lo expresa Heródoto:
“En la campiña de los asirios llueve poco, y únicamente lo que basta para que el trigo nazca y se arraigue. Las tierras se riegan con el agua del río, pero no con inundaciones periódicas como en Egipto, sino a fuerza de brazos y de norias. Porque toda la región de Babilonia, del mismo modo que la del Egipto, está cortada con varias acequias, siendo navegable la mayor; la cual se dirige hacia el solsticio de invierno, y tomada del Éufrates, llega al río Tigris […] Esta es la mejor tierra del mundo que nosotros conocemos para la producción de granos”. (Heródoto).
En definitiva, si algo nos enseña la historia de las mayores civilizaciones es que sin perder el carácter sagrado del agua, es fundamental para una producción agropecuaria efectiva, no depender exclusivamente de la lluvia. Por lo que la inversión y el desarrollo de obras hidráulicas ha sido desde siempre un elemento indispensable para el progreso humano.
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