Qué cosa fea es la pérdida de memoria.
No debe haber cuestión más difícil de sobrellevar, tanto para el que la padece, como para quienes rodean al desmemoriado.
Para peor, parece se ha confirmado que es una afección contagiosa. Varios conocidos en el pueblo se han desmemoriado.
El “chulengo” González se olvidó que era casado con la Mireya, y un día lo encontraron durmiendo en un rancho y con una mujer ajena a su propiedad.
Para peor de los males, cuentan las malas lenguas que lo pescaron in fraganti y que el “rengo” Flores, que era el verdadero dueño de casa y marido de la “pelusa”, se frenó de “cuerearlo” cuando escuchó el grito:
—¡Y yo qué hago acá! ¡¿Quién soy?! —por parte del Chulengo.
Dicen que ese grito, y la Pelusa agarrándole la mano que sostenía el facón, evitó la tragedia.
—Está enfermito, no se da cuenta —dicen que exclamaba la fémina en cuestión.
También hay quienes dicen que la Pelusa se contagió y anda por varias casas tratando de acordarse en dónde vive.
A otro que le afectó la pérdida de memoria fue al “canario” Zenón, uno que fue candidato a alcalde. En campaña le decían “el zeta” y no era hongo. Este se golpeaba el pecho proclamando su honestidad a los cuatro vientos. Se golpeó tanto que se hizo flor de hematoma, de puro bruto, y además cuando perdió la elección se olvidó de pagar las cuentas. Cuando le fueron a cobrar las facturas, decía con cara de zorro:
—No me acuerdo de esta compra. Debe ser el stress, que ya debe ser cuatro.
El asunto es que sigue aún por ahí dando vueltas y dando pena… porque plata no da, ideas tampoco, y se le olvidaron las soluciones.
Para completar los males de la pandemia de olvidadizos, el “petizo” Marrero renunció al trabajo de mandadero en la farmacia de don Rosifredo.
—No era lo mío, no me acuerdo nunca del nombre de los remedios —decía y le dejó su lugar al “botellón” Gancedo, famoso por su cuerpo voluminoso y cuello fino.
—El Botellón es mañoso y mal entretenido —diría el comisario.
—Hay que tenerlo vigilado, no le saque los ojos de encima —le recomendó al farmacéutico.
Dicho y hecho, el Botellón empezó a hacer de las suyas y arrancó haciendo acopio de paracetamol, pastillas para la presión y medicamentos para el sueño. Abría los blisters y guardaba las cápsulas en los bolsillos, para después vender a granel.
Lo descubrieron porque un día lo agarraron triturando los paquetes.
Resultó que ese día había sacado unas “mentitas” y unas pastillas para aflojar el estreñimiento. Las guardaba como siempre, descuidadamente en los bolsillos. Pero un día pasó que se confundió de bolsillo al querer refrescarse el aliento y se tomó varias pastillas de las que “aflojan el cuerito”.
Dicen que cuando el comisario lo fue a buscar, estaba encerrado en el baño con gran dolor de barriga.
—¡Entregate Botellón! —grito el comisario.
—No puedo, estoy sucio hasta las manos, ¡voy a largar todo! —respondió este.
—¿Qué comiste para estar tan mal? —interrogó el comisario.
—No sé…me olvidé.
—No le dije Rosifredo —dijo el comisario al farmacéutico— hay una pandemia de amnesia.
—¡La pucha con los virus, che!
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