En diálogo con La Mañana Laura Monestier expone la riqueza que da la libertad de elección en los diversos trayectos a seguir. Como guitarrista, docente e investigadora, se nutrió de la manera que quiso, con las oportunidades que tuvo y sintió que eran valiosas para sus fines profesionales más allá de los trayectos obligatorios que debió cumplir. Sus clases son muy ricas para sus alumnos. En ellas transmite el esencial aliciente de búsqueda creativa para que cada uno diseñe y transite su propio camino.
Háblanos de tus comienzos.
Nací y me crie en una familia en la que la música tenía un buen lugar. Comencé a estudiar guitarra a los ocho años y lo hice en forma bastante pareja hasta los dieciocho, cuando entré en el Conservatorio Universitario. Ya tenía diez años de estudio serio del instrumento. Había tomado clases con Álvaro Botto, Lola Gonella y Abel Carlevaro.
¿Cómo fue la experiencia con Carlevaro?
El aprendizaje con Abel Carlevaro era del tipo “modelo a imitar”. La clase consistía, básicamente, en el estudio de sus cuadernos y en una digitación realizada por él de la obra que estábamos estudiando. Luego me señalaba algún pasaje en especial para que yo lo probara in situ con la guitarra. La clase concluía y yo le dedicaba mucho tiempo de estudio.
¿Cómo te defines? ¿Docente, guitarrista?
Es difícil establecer un perfil profesional definido ya que tengo muchas formaciones. Creo que soy guitarrista en primer lugar y me adentré en la educación musical cuando me empecé a interesar en los métodos de pedagogía musical como Willems, Dalcroze, Orff. Yo estudiaba en el Conservatorio Universitario y en Magisterio nocturno. En ese momento me fascinaban estos métodos de aproximación a la música desde el cuerpo, desde la educación del oído o desde muchos instrumentos a la vez. Leía bastante a Montessori, además. Pude aplicar mucho de esto en experiencias posteriores.
¿Qué recuerdas como más importante de esa etapa?
La obra de la Asociación de Educadores Musicales (Ademu) era enorme. Traían profesores de muchos lados. Pude conocer a Patricia Stokoe, Violeta Hemsy de Gainza, Iramar Rodrigues, José Posada (un genio) y otros. En definitiva esta etapa me sacó del enfoque más específico de la guitarra, me dio mucha libertad porque también me gustaba mucho crear.
¿Cómo empezó tu carrera docente?
En la Escuela de Música de Primaria, donde la propuesta era excelente. La directora era la maestra Nilba Machado: ¡con ella aprendí mucho! Ella me decía cariñosamente que yo era “su comodín”, porque cuando faltaba un profesor allá iba yo y daba la clase. Trabajé en Magisterio años más tarde dando expresión musical y corporal. Allí pude hacer todo lo que me gustaba sobre integración de áreas, ¡hasta las clases de yoga que había tomado de niña con mi padre!
¿Cómo te resultó el trabajo en ANEP?
Muy interesante, aunque cansador. Me entregaba enteramente al trabajo. Tenía puesta la camiseta de la educación pública, que está muy impregnada del concepto artiguista y vareliano de la igualdad. Aunque que allí a veces te sentís un número y lo sos [risas].
¿Cómo percibes la carrera de Magisterio?
En aquel momento, cuando daba clases en los Institutos Normales en el año 93, la veía como un poco infantilizante para los estudiantes. Creo que no está bien elaborado institucionalmente el tema de que vas a trabajar con niños desde un lugar en donde se respete tu ser adulto. La capacidad de investigar, desarrollar proyectos, trabajar en la reflexión debería estar presente. El ser maestro no debería ser un lugar donde se borre tu identidad, aunque sea vocacional. Lamentablemente se entiende por vocacional a veces algo servil y no debe ser ese el concepto, sino de comprensión adulta de la infancia, amor, búsqueda, investigación. Esto para preservar la educación misma en su totalidad, comenzando por el vínculo sano con el niño.
Y a todo esto, ¿dónde estaba la guitarra?
Conmigo. Estudiando nuevamente con Abel Carlevaro. Cursé primer y segundo año en el Conservatorio Universitario. En el tribunal estaba nada menos que Atilio Rapat. Había hecho algunos dúos con el guitarrista Leonardo Palacios en la escuela de Lola Gonella tiempo atrás. Pero me tuve que ir a México en 1983; allí viví dos años. Antes de irme fundamos con Felipe Silveira y Ulises Ferretti la revista Puente, posteriormente escribí varios artículos para la revista Sinfónica, algunos con el guitarrista Augusto Galván.
¿Cómo fue tu experiencia en México?
Buena en general, aunque la Ciudad de México no es muy amigable. Tuve el privilegio de ser madre y no fue fácil.
¿Pudiste hacer algo a nivel musical?
Sí, hice dúos de violín y guitarra, algunos cursos con María Luisa Cortinas, algo de investigación también y trabajé como profesora de música.
¿Cómo fue tu experiencia en investigación?
Realicé un estudio sobre las danzas de moros y cristianos en el pueblo de San Pedro Atocpan; otro sobre las prácticas musicales de los niños de Xochimilco, ambos como parte de mis monografías de folclor y etnomusicología. Fue muy interesante ver canciones y juegos similares a los nuestros, en donde la letra, por ejemplo, era la misma y la melodía diferente y mucho material sincrético de ellos mismos. Esa experiencia fue deliciosa. También asistí a un congreso de música indígena muy potente. Allí se percibían un poco las diferencias de “clase intelectual” entre los musicólogos y los indígenas investigados. No me pareció una perspectiva de estudio desde su cultura y su pensamiento en aquel momento.
¿Y luego de México?
Volví a Uruguay, retomé mis clases y fundé un taller de música con otros docentes que duró quince años y tuvo mucho éxito, la gente nos apoyaba mucho. También retome el Conservatorio.
¿Cómo vivías esa diversidad?
Las actividades eran convergentes. Cuando ejercés la docencia todo lo que hiciste está allí, todo lo que sos y cómo sos también, con los puntos fuertes y los débiles.
Volvamos a tu formación. Hay un recorrido muy personal.
Así es. La guitarra académica me aportó muchísimo. Tengo la suerte de tener un instrumento tan hermoso integrado completamente a mi vida. Pero busqué todo lo que esa carrera y ese ambiente no me podían dar. El trabajo corporal, la pedagogía de la música, la búsqueda espiritual, filosofía oriental (estudié mucho a Krishnamurti y practiqué yoga en el primer centro de yoga de Uruguay) que te enseña a buscar en vos misma. Aún sigo con mis prácticas: tengo la suerte de poder aplicar muchos recursos porque mi formación tiene justamente esa diversidad.
¿Cómo fue la experiencia en el IPA?
Muy buena, aunque sufrida. Como toda institución grande, arrastra sus vicios. Fundamos con un colega, Miguel Meneguzzi, un grupo de música con los estudiantes: Derecho de Ensamble, con personas hermosas. Allí pasaron cosas interesantes, como conectar las prácticas docentes con su perfil de ejecutantes, por ejemplo. Claro, cuando los proyectos no son estrictamente curriculares chocan un poco con la inercia de la institución, pero eso pasa en general con estas instituciones grandes: hacen mucha obra, pero son un poquito rígidas.
¿Y la guitarra?
Bueno, seguí tocando sobre todo música de cámara, lo cual me hizo muy feliz. Egresé de las licenciaturas primero de Musicología y luego de Guitarra. En ese período de egreso en la UdelaR tomé clases con Olga Pierri durante cinco años. Fue todo un aprendizaje, ya que ella era muy mayor, pero tenía un conocimiento muy profundo de la enseñanza de la guitarra y le apasionaba la comunicación. No se quedaba en la mecánica y los aspectos más artesanales, te inspiraba a adentrarte en el arte de la guitarra, aún en etapas de estudio, el decir, el sonido, que es la verdadera identidad del guitarrista.
¿Es posible desarrollar la docencia y la ejecución en paralelo?
En mi caso siempre tuve claro que el perfil solista de concierto, con el formato que se planteaba en aquel momento en el Conservatorio Universitario, no era mi camino. La docencia enriqueció mucho mi vida. Aprendí muchísimas cosas, porque también me interesaba ayudar, seguir los procesos, me encantaba ver los resultados de los alumnos en su evolución. Me hacía bien. El alumno es arcilla, ¡pero vos también!
¿Qué significa eso?
Significa que trabajar con el sonido es algo delicado. Todo le llega al alumno en forma explícita o implícita. Cuidado con el vínculo, las exigencias, las comparaciones. Hay un canal racional, pero también emocional y espiritual abierto en ambos sentidos.
Todavía no hablaste de otra faceta, ¿desde cuándo haces cerámica?
Hace quince años. Eso me dejó muchas lecciones sobre la resiliencia, la variabilidad de los resultados, la interacción con un material moldeable… los procesos ¡otra vez!
¿Y eso se puede vincular con la guitarra?
Sí. Con la pedagogía especialmente. La música es esencialmente un fenómeno espiritual, además de técnico, físico, teórico… Pero la música es una necesidad interna del alumno y eso no se puede perder de vista. No podés adentrarlo en el instrumento desde una foto de otro a modo de imagen que copiás o desde un solo método, porque eso encierra el concepto de “currículum oculto”, el concepto de que para tocar bien tenés que ser como otro y eso te descentra. Es gravísimo, mejor dicho. Hay un cerebro que procesa todo. Lo visual, lo cognitivo, lo emocional, la memoria. También somos seres espirituales por lo tanto las vías no pueden ser únicas, sino diversas para que los resultados sean originales. No podés perder de vista lo principal: el alumno guitarrista y su particularidad, los procesos que está haciendo, cómo aprende.
¿Qué recomendarías a los estudiantes que quieren ser guitarristas profesionales?
La práctica de escenario desde el comienzo, exponerse. La conexión consigo y con los demás. El trabajo con el cuerpo importa, adentrarse en otras músicas también. La práctica sistemática de música de cámara, la pertenencia a orquesta de guitarras, a grupos no necesariamente académicos. Tener muchas experiencias con otra gente y en otros lados es fundamental y algo que no se debería perder de vista: el desarrollo espiritual. El resultado tuyo va a ser de todo lo que realizaste, aun lo que aparentemente no tiene nada que ver. Fue muy rica la experiencia realizada con el pianista Bruno Benedetto en la investigación musical de su método Organización Técnica.
¿Cómo un pianista puede compartir la perspectiva de método a una guitarrista?
Porque el funcionamiento del cerebro y los centros que procesan la información sobre la motricidad son los mismos para todos. Aunque sea diferente la adaptación a cada instrumento, el proceso de coordinación entre manos y digitaciones son los mismos. Hay además una base común en la pirámide del aprendizaje musical respecto de la organización de los sonidos. Esto pasa en todos los instrumentos e incluye también el método de estudio.
Recientemente realizaste dúos con canto en la EUM-Facultad de Artes.
Así es. Fue una gran experiencia que duró cinco años por períodos. El trabajo con las voces es fascinante, cada cantante pide algo nuevo. Fue bueno iniciar este espacio con guitarra en la Cátedra de Canto gracias a una iniciativa de la soprano Cecilia Latorre. El ambiente en la cátedra es excelente e iniciar un espacio nuevo allí fue un privilegio. Lo de participar en espacios nuevos ha sido una constante en mi vida, creo.
También realizaste una investigación sobre el Bachillerato Artístico.
Sí, se realizó un proyecto con la coordinación de la profesora Fornaro, integrando un lindo equipo de trabajo que investigó las posibilidades de articulación entre el BAE y la enseñanza terciaria. Se pretendía poner una lupa sobre el Bachillerato Artístico como propuesta educativa en todos los aspectos que lo conformaban ese año. También problematizar interinstitucionalmente las posibilidades de articulación con el nivel terciario. El trabajo hubiera dado para mucho más, pero lo realizado fue interesante y positivo.
¿Cómo fue la experiencia en la Universidad Autónoma de Barcelona?
Hice un máster en Educación Musical –tuve la beca Carlos Quijano– que tenía algunas materias de Musicología también. Fue una experiencia intensa: entregué la tesis en diez meses. Fue muy bueno profundizar en el universo de la educación a distancia, ya que yo trabajaba en la modalidad semipresencial del profesorado de Educación Musical (Formación Docente, ANEP). Es increíble cómo en Europa se ponen a investigar y a enseñar investigación sin pasar por la experiencia docente verdaderamente, eso se nota muchísimo. Además, en general, la gente hace los posgrados muy joven también y eso se nota en la sinergia de las clases, tiene un aspecto muy positivo.
Es interesante reflexionar sobre por qué elegimos un camino y no otro. A su vez cada camino implica decisiones más concretas.
Sí. En mi caso era muy ávida de información y experiencias en todo sentido. Los recorridos son muy personales, los recorridos largos se componen de corredores más pequeños. Todo lo que hacemos lo hacemos por algo y se puede evaluar a distancia con diferentes perspectivas. La única certeza es que tenemos que buscar un camino que nos refleje, porque es la mejor forma de brindar lo que somos en realidad. Yo era muy creativa e inquieta. Busqué todo lo que pude, otros caminos que me permitieran explayar mi personalidad con mayor libertad.
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