Los gobernantes del rocío. Jacques Roumain. LECTORES DE LA BANDA ORIENTAL. 120 págs. 1982.
Hace pocos días Haití volvió a ocupar los titulares de la mass media por su última desgracia: el asesinato de su presidente. Pero la heroica tierra que forjó la abolición de la esclavitud antes que nadie y que apoyó a Simón Bolívar cuando estaba prácticamente aniquilado, es también una tierra de creación literaria.
Cuando Rodó recupera el orgullo de lo hispanoamericano y aboga por no caer rendido frente a las luminarias de cierto progresismo materialista, está expresando la necesidad de los pueblos balcanizados y explotados por tener una voz propia, distinta a las dictadas desde ciertas metrópolis. Y en el mismo continente pocos años más tarde Jacques Roumain sintetiza una búsqueda similar.
Haití venía de sufrir una extensa e ignominiosa ocupación por parte de EE.UU. Las pautas son claras, dejar de lado todo atisbo de tradición popular, asegurar el derecho de propiedad… pero de los extranjeros a costa de los campesinos y productores medianeros que son sistemáticamente desalojados. Una lucha que se parece demasiado a los cristeros masacrados en México.
Jacques Roumain se propone recuperar la veta de lo que se ha definido como indigenismo en América Latina, que en el caso haitiano pasa a ser la negritud, con su sincrético universo de creencias y costumbres. Pero piedra angular de esta cosmología es también el vudú, un conglomerado de ritos paganos a los que Roumain se enfrenta decididamente, pues asume que la mejor defensa de una cultura propia es también expurgarla de aquellos elementos que hacen imposible la liberación del haitiano.
Los gobernantes del rocío es una narración lineal sobre una aldea campesina, signada por las luchas clánicas y la desesperada puja por el agua. Pero el retorno de Miguel, arquetipo del haitiano expulsado de su tierra, cambia la historia de su gente.
Claro que la belleza de lo simple muchas veces es calificada de forma peyorativa; “panfleto romántico” ha sido alguno de los adjetivos. Pero Jacques Roumain, “con su prosa solidaria y su verdad poética de amplitud universal, ha dejado en esta obra uno de los testimonios mayores de la trágica grandeza de la cultura del continente”.
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