La palabra “educación”, del lat. Educare, está compuesta por el verbo “ducere” cuyo sentido era el de: guiar; y también en un sentido más profundo el de: nutrir. Así desde la antigüedad la educación, la guía de la nutrición del ser, estaba vinculada a ciertas condiciones y aspectos formales que no sólo la hacían explicable, sino que a través de su característica más trascendente, la de desarrollarse de un modo práctico y eficaz, demostró ser necesaria para hacer posible la subsistencia o sea la nutrición de todo un grupo humano en sus circunstancias históricas y espaciales. Esto quiere decir que fue justamente en el Taller, en el ejercicio de la disciplina mediante la praxis, bajo la guía de un Maestro o varios de ellos, que el ser humano fue tomando contacto con el sentido más profundo que se le pueda otorgar a la palabra cultura, palabra que paradójicamente en su raíz trae reminiscencias agrícolas, pues en su etimología que proviene del sánscrito: “cárati”, significa: “dar vueltas la tierra”.
En la Edad Media, durante el s. XII, se gestó el período en el que comenzaron a construirse las catedrales góticas, las ciudades florecieron nuevamente, y había una gran demanda de artículos de toda especie, por consecuencia de mano de obra. Este crecimiento económico fue causa de un desarrollo agrícola importante, que tuvo sus bases en algunos avances técnicos y una mejor comprensión de los suelos y los cultivos asociados a él, aparte de la reanudación del comercio en Europa que durante la Alta Edad Media había sido casi nulo. Así, bajo éstas condiciones florecieron o se hicieron más perceptibles, cofradías y gremios, a los que se asociaban diversos artesanos o artífices, aunados bajo un oficio o actividad: herreros, picapedreros, escultores, carpinteros, zapateros, panaderos, etc. Estos gremios eran asociaciones en las que se impartía un conocimiento específico acerca de un oficio determinado, y en los que se brindaba asistencia mutua entre los miembros (hemos de tener presente que en la Edad Media este era el único tipo de tener, valga el término, seguridad social).
Ahora bien, siguiendo el tema que nos incumbe, podemos decir que estos gremios eran centros de estudio, eran escuelas para los más jóvenes o neófitos, puesto que a través de la construcción de una catedral gótica, obras que podían durar tres generaciones, iban preparando educativamente a los artífices del porvenir del gremio, manteniendo una tradición unida al oficio y a la subsistencia del grupo. Es interesante observar que durante este período no era común en un escultor, en un pintor de frescos, firmar su obra, podríamos decir que había una vocación colectiva detrás de cada obra de arte (Recién en el Renacimiento comienzan a firmarse las obras), y esto tenía que ver en los modos en que se impartía esta enseñanza. Es aquí justamente cuando entra en acción la palabra “Arte”, la cual tiene, en la Edad Media, un sentido práctico, estético e ideal inseparables unos del otro.
Obreros-artistas con sentido ético, estético y justo
Consideremos por un momento el arte en toda su dimensión histórica y cultural, cuando hablamos de arte, hablamos también de barcos, de redes, de herramientas, de armas, de utensilios de cocina, de vestidos, de joyas, de zapatos, también obvio de arquitectura, las consideradas bellas artes, etc. El arte es más una consideración de valor sobre las obras humanas, sobre el quehacer humano, que un objeto preciso, y tradicionalmente implicó así como una estética también una ética. Esta ética (del gr. Ethos: costumbre, carácter) tenía que ver con la disposición del aprendiz hacia su disciplina por el sentido ideal que se le daba a la misma, por el valor que le otorgaba el trabajador a su oficio, y la manutención de ese oficio mediante la idea de hacerlo de una manera justa, bella y buena, condiciendo en primer lugar con Platón y con aquello que expresó Pedro Figari, valgan las diferencias históricas, en su obra Arte, Estética e Ideal. La educación era así una manera de nutrir el intelecto, el cuerpo y el alma.
Es justamente aquí donde Figari me parece trascendente, sobre todo en la consideración artística del obrar humano, pues él que era un hombre práctico por excelencia, afirmaba que: “El fin racional de la institución no puede ser el de formar simples operarios, más o menos hábiles, oficiales mecánicos, artesanos en la estrecha acepción que se da a esta palabra y ni aun contramaestres y jefes de taller, con algunos conocimientos generales … Más racional y más digno del Estado sería formar artesanos en la verdadera acepción que debe tener esta palabra, dada su etimología, es decir, obreros-artistas, en todas las gradaciones posibles”. Con esto quería afirmar que nada hay de más valioso que llevar la belleza a nuestra labor cotidiana, desde la realización de una silla de madera por parte del carpintero al pan que hornea el panadero, pero además tiene que ver con la eficacia, pues una persona verdaderamente educada y que ame su trabajo, es una persona que busca hacer bien las cosas, y aparte, es una persona que puede innovar, y desarrollar otros medios técnicos para subsidiar diferentes dificultades que se puedan presentar en su labor, como desarrollar una forma más eficaz de hacer las cosas. Hay más similitudes perceptibles entre el taller medieval y aquello que propone Figari, que entre Figari y lo que terminó siendo la educación técnica media en Uruguay. Lo que une a Figari a la forma educativa de los gremios medievales es la idea de que la enseñanza “técnica” tiene que ser aplicada, y tiene que tener un sentido ético y estético y justo.
En conclusión, los gremios medievales existieron para garantizar el derecho al trabajo y a los trabajadores del fruto justo del mismo, el derecho a los jóvenes a tener educación en una profesión, pues los aprendices recibían manutención por parte de sus maestros, y derecho a cierta cobertura sanitaria, y cuidado de huérfanos o viudas. Pero más allá de eso, lo que me parece importante considerar es qué podemos aprender nosotros como sujetos históricos, del pasado, porque si nos pusiéramos a pensar, en cómo se piensa el trabajo en nuestro país, cómo se piensa la educación técnica, cómo se piensa el desarrollo económico, podemos ver que no hay sólo un camino ya trazado e inamovible, sino que al contrario, dentro de las huellas de nuestros propios antecesores quizá esté la respuesta que nos permite avizorar otros horizontes más fértiles todavía. ¿Es posible una economía a gran escala basada en pequeños talleres, en empresas pequeñas o familiares? ¿Es posible una educación que tenga un sentido práctico aplicado también a la belleza, a la ética y a la justicia social?
Pedro Figari en su obra “Arte y Educación”, nos ofrece sus respuestas al respecto. En el siguiente artículo, trataremos de ver cuál era su proyecto de escuela, y cómo de alguna manera su realización sigue siendo una materia pendiente de nuestro país.
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