Victor Margueritte nunca imaginó, al dar a luz La Garçonne, que la sobredosis de fama le costaría la legion d’honneur. Y menos aún, que en un pequeño país sudamericano, un diputado comunista sufriría las consecuencias de emular al escritor francés.
Entiende Borges que «un destino no es mejor que el otro pero […] todo hombre debe acatar el que lleva adentro». El juicio no incluye a las mujeres, y por tanto, deberá ser convenientemente actualizado.
Liberada
“La Garzona”, así su título en español, es la historia de la hija de los Lerbier, una chica de buena familia que tras un desengaño amoroso, decide dar a su vida un giro copernicano. A esta altura de un siglo XXI que ya parece curado de espanto, la trama resulta casi infantil. La joven Monique se entera de que su prometido tiene una amante, y su decepción la lleva a salir a las calles de París, y entregarse a un desconocido. Confiesa el hecho a su madre. Y ésta, al igual que su padre después, le sugiere que oculte el episodio y siga su vida como si nada hubiera ocurrido. En ocasiones, mentir es un deber, reflexiona la buena señora. Ante esta nueva desilusión la chica deja la casa paterna y resuelve «darse súbita e inesperadamente a una conducta más liberada», tal como define el diccionario de la RAE: «tirar la chancleta». Así, conoce -bíblicamente hablando- hombres y mujeres, fuma y esnifa «opium et coco», y se corta el pelo con melenita. El prototipo de la «conducta más liberada» de los locos twenties.
Mientras la sociedad francesa se escandaliza, el libro se vende por millares, se traduce en varios idiomas y llega a Montevideo a manos del periodista Celestino Mibelli, que a la sazón ocupaba una banca como representante por el partido comunista.
Dictadura proletaria
Mibelli, que dirigía el diario Justicia, órgano oficial del PC, publica la obra de Margueritte en entregas. Quiere demostrar la corrupción de la sociedad burguesa a que solo podía poner remedio «la dictadura proletaria». Como no le parece suficientemente específico el tratamiento de Margueritte, se dispone a encargarse él mismo, de denunciar la depravación de la burguesía local.
Redacta entonces una serie de notas para Justicia, que luego resume en un folleto, que titula «Las machonas de Montevideo». Describe allí, con no poca delectación, una serie de episodios que habrían ocurrido en distintos espacios donde se nucleaba la sociedad de la época. Sin dar nombres, insinuaba con iniciales o algunos otros detalles, las identidades objeto de sus crónicas. Poseedor de una gran imaginación, reproducía situaciones que seguramente no había presenciado. Tanto se refería a las orgías escandalosas de una garçonnière en «Ellauri, casi 21», como a escenas ocurridas en el Parque Hotel, o en Carrasco. Desde su óptica, la disolución que retrataba era natural consecuencia de «el mundo capitalista de hoy a quien ha dado el primer mazazo formidable Rusia Soviética».
La nota que colmó el vaso
Hasta que decidió involucrar en una de sus notas a la hija del gerente de una importante empresa tranviaria de la época. En realidad la chica no había hecho nada. Estaba bailando en una fiesta con su prometido, según Mibelli: un individuo «un poco libertino y un tanto canallín y… terror de maridos y pescador de dotes», cuando se acerca una «viciosa dama» que amenaza al joven: «Si te casas con esa, te pego un balazo». Es así que el padre de la chica va a buscar al diputado a la sede del Cabildo, donde funcionaba el Poder Legislativo… y el balazo se lo pega él al diputado. En realidad intercambian disparos. Ambos quedan heridos aunque de poca consideración.
Justicia
No había mucha simpatía en la época hacia los desplantes literarios de Mibelli. El juez del Castillo a quien compete la causa, entiende que se trata de un caso de legítima defensa. La campaña de Justicia había ofendido «profundamente a un hogar respetable, y con ello, a todo el pueblo honesto…». No había forma de intentar una reparación. Regía la Ley de Duelos, pero el diputado comunista, siguiendo la tradición socialista de que el duelo era una costumbre burguesa, no estaba dispuesto a batirse. Amparado por sus fueros parlamentarios tampoco podía demandársele. Un callejón sin salida. La ofensa «rebasó los límites de lo tolerable» reconoce el fallo judicial. El padre de la chica es excarcelado bajo fianza.
Se propone en la Cámara el desafuero del diputado, que no prospera. De todos modos, Mibelli, según parece aconsejado por algunos amigos, desiste de su campaña, en abril de 1923.
Purgado
Serán sus propios camaradas los que se encargarán, años más tarde, de sacar a Mibelli de la escena política. En 1926, durante el disciplinamiento dispuesto por Moscú, don Celestino es acusado de ser representante de «una tendencia sectario-oportunista» que procura «un retroceso hacia el reformismo liberal-burgués». Vivir en Uruguay le evitó al expulso del invierno soviético.
Político desocupado, actuará ahora a tiempo completo como dirigente en la noble actividad del fútbol, tarea sin duda más gratificante, y un poco menos peligrosa.
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