“El Amor me ha ordenado escribir
aquello que la boca no se atreve a decir”.
Arnaut de Maruelh
“Pero sé que la corte es… temporal, cambiable y variable, que pertenece a un lugar y que vaga de lugar en lugar, sin mantenerse nunca en el mismo estado; cuando la dejo no consigo conocerla en su totalidad, cuando vuelvo encuentro poco o nada de lo que había dejado atrás… La corte es la misma, pero sus miembros han cambiado.”
Map, Walter, De nugis curialium
En otros artículos publicados en este medio, he insistido en las relaciones entre política y cultura, y el caso de los trovadores en la Edad Media constituye otro buen ejemplo de cómo la corte medieval cumplía no solo una función ejecutiva, sino también era un espacio de vivencia y difusión de la cultura. Esta relación recíproca llevó a que en los siglos XII y XIII, a través de la poesía, se pusiera de moda, entre los nobles, una idea diferente del amor, que equilibraba lo sensual y lo espiritual, la belleza y la pureza, al que se le denominaba fin´amor, que podría ser traducido como “el amor perfecto o sublime”. Este movimiento emergió en las cortes de Provenza, y desde allí se expandió por todas las cortes de Europa.
El fin´amor
El fin’amor, también llamado “amor cortés”, se le llamaba a una suerte de filosofía social que, a través de la poesía, constituyó una transformación de los modelos del amor. Historiadores del siglo XIX decían que el amor se había inventado en el siglo XII, pues nunca antes en la historia se había tratado el tema tan profundamente como se abordó en ese momento a través de la literatura, y la influencia que ejerció en la moralidad aristocrática. Los trovadores, con sus letras y melodías, proponían un arte de amar que, si bien no tenía un concepto estricto y definido, cada autor fue labrando una imagen coherente de un amor, que sabía fusionar perfectamente los supuestos opuestos, cuerpo y espíritu.
En definitiva, estas poesías trovadorescas cantaban a los sentimientos que el amor inspiraba en todos sus aspectos, pero de una manera idealizada. El poeta nunca pretendía, aunque lo insinuaba, poseer la dama, pues eso destruiría fin‘amor convirtiéndolo en fals’amor. En la mayoría de los casos, la dama estaba casada (aunque debemos admitir que en esa época los matrimonios, casi sin excepción, eran convenidos) sin constituir eso un impedimento para desarrollar el juego social al que la corte acostumbraba, donde el comportamiento del poeta, como el de la dama, y su señor, estaban minuciosamente establecidos por una serie de reglas y convenciones.
A su vez, muchas mujeres fueron patrocinadoras en sus cortes de este nuevo impulso cultural, como Leonor de Aquitania y su hija María de Francia, condesa de Champagne, que era también poetisa y traductora. Pues, dentro de estos cambios culturales, la mujer pasaba a ocupar un lugar activo, no solo como receptora de la poesía y la cultura, sino también como creadora y propulsora de nuevos movimientos, como sucedió con Les Romans de Chretién de Troyes (novelas de caballerías sobre el ciclo artúrico, que tuvieron el patrocinio de María de Francia). La palabra dama, justamente viene del latín ‘domina’ y designaba a la mujer que mandaba en la casa, que viene dellatín ‘domus’.
Pluralidad de la cultura
Cuando se dice que la Edad Media estuvo compuesta por una gran diversidad cultural, se habla de aspectos y características que constituyeron distintos espacios, tiempos, pueblos, costumbres, y casos como el de los trovadores que transformaron la idea de amor llevándolo a una nueva sensibilidad, que permanece vigente hasta el día hoy; esto demuestra la pluralidad de universos que caracterizaron a la cultura medieval.
En el siglo XII, no solo surgieron los trovadores, sino también las mujeres místicas, los Goliardos, y en el arte y la arquitectura apareció el gótico. Los poetas tuvieron, entonces, la posibilidad de elegir la lengua y los temas que les parecían más aptos o convenientes para escribirse y recitarse, y así, los Goliardos del siglo XII prefirieron al latín para sus composiciones como, por ejemplo, el Carmina Burana, los trovadores eligieron el provenzal, y en el caso de los reinos de Castilla y León, esta preferencia se vinculaba a lengua galaico-portuguesa, como fue el caso de Las Cantigas de Alfonso X.
La formación de las sociedades feudales fue el puntapié inicial para que comenzara un cambio en el modelo de las estructuras políticas, productivas y culturales. Este desarrollo del feudalismo fue el que generó un crecimiento de las ciudades, un aumento cualitativo de la paz, y una estratificación bien marcada de la sociedad que determinó una división del trabajo y de las obligaciones dentro de un nuevo orden. La corte fue un espacio intermedio entre el espacio religioso de cultura y las nuevas ciudades nacientes, y fue también el escenario perfecto para que se generara este nuevo modo de vivir, orientado hacia el amor cortés, hacia una forma de ver la vida y la propia espiritualidad. Además, la corte no solo era necesaria para el patronazgo de las artes, sino que, a su vez, era un sitio de propagación del arte, y un lugar donde el poeta podía encontrar manutención. Es cierto que muchos de estos poetas venían de las clases más pudientes, pero también había excepciones como en el caso de Marcabrú (trovador gascón del siglo XII, de familia humilde, que fue protegido por Guillermo X de Potiers, padre de Leonor de Aquitania).
La palabra Trovador designa a aquellos poetas que formaron parte de la lírica provenzal de los siglos XII y XIII, y se les llamaba así por el verbo trovar, emparentado semánticamente con el verbo latino invenire, fusionando en un mismo vocablo “inventar” y “hallar”. Para decirlo con otras palabras, estos poetas concebían que, al crear un artificio literario, más que crearlo estaban hallándolo. El provenzal o la lengua de occitano, era la lengua de la poesía galante y cortesana, en ese aspecto, este movimiento cultural también significó una innovación en la época, ya que fueron entre los primeros poetas medievales que comenzaron a escribir en lenguas llamadas “vulgares” (lenguas derivadas del latín). Dante Alighieri en su obra De vulgaris eloquentia, trata a fondo el tema del uso de las lenguas vulgares en la poesía, y se refiere a los trovadores como un buen ejemplo de ello:
“…estas tres cosas, es decir, la salud, el placer y la virtud, evidencian ser aquellos grandes temas que deben ser tratados de la mejor forma, […] como la destreza en las armas, la pasión del amor y el gobierno de la voluntad. Sobre estos temas, encontramos hombres famosos que compusieron versos en lengua vulgar, así Bertrans de Born cantó a las armas, Arnaut Daniel, al amor; Giraut de Bornelh, a la justicia.”
Ética, amor y buen vivir
Así, ética, amor y buen vivir fueron los pilares fundamentales de esta poesía que tenía un trasfondo pedagógico. El fin´amor fue necesario para educar a los jóvenes caballeros en el arte de amar, afianzando de este modo el orden existente en la corte, inculcando así una moral fundada en dos virtudes, la mesura y la amistad. Era un ejercicio de dominio, en el que el caballero debía contenerse, controlar sus pasiones, y el cortejo se constituyó en un ritual que pasó a ser la manera “honesta” de seducir a las mujeres de la aristocracia. Pero, además, esta labor pedagógica promovía ciertos códigos de refinamiento para el comportamiento de los jóvenes en sociedad como la sobriedad al beber, el saber, hablar o callar, el valor, y el vasallaje, pues el enamorado se convertía en un vasallo de su dama, del mismo modo que lo era de su señor. El prototipo ideal del caballero enamorado fue el de Lancelot del Lago.
La propagación de esta forma de vivir el amor hizo que las relaciones entre los sexos tuvieran, en Occidente, sus propias características, siendo un rasgo particular de nuestra cultura que sigue plenamente vigente, cada vez que alguien escribe un poema o una canción a su amado o amada, usando los mismos símbolos o metáforas que expresaban aquellos sentimientos y anhelos del enamorado medieval. Así, desde entonces, el amor se volvió en nuestra cultura en un tópico recurrente, presente en el arte, en el cine, en la música y, obviamente, en la literatura.
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