Ante el apellido Lussich algunos evocan arboreto y Punta Ballena. A mí me trae el recuerdo de mi profesor de Matemática. En el 59 yo cursaba segundo en el Liceo Suárez. Si me pongo a pensar quiénes fueron mis profesores en ese largo año de mi vida –en ese entonces los años todavía lo eran– recuerdo solamente uno que se destaca con nítidos perfiles: el profe de Matemática, que no era, precisamente, de mis materias preferidas.
El Arq. don Carlos Lussich era un docente muy especial. Nos hablaba de la importancia del recientemente finalizado Año Geofísico Internacional –un raro año de dieciocho meses– y de cómo nos iba a cambiar la vida. Para la mayoría de nosotros ese era un tema tan intrincado como el álgebra que Lussich mezclaba enseñándonos griego. Nos decía que los libros se debían leer «empezando por el lomo». Luego ver atentamente quién, dónde y cuándo se había editado, tomar referencias del autor y nos hacía toda una serie de recomendaciones. La intención era trasmitirnos la inconveniencia de consumir alegremente todo lo que se lee y de darlo por bueno y cierto.
Era un hombre alto, ligeramente encorvado. Lo recuerdo con su sobretodo negro con las solapas alzadas, cabello cano y bigote al tono que le daba un aspecto distinguido. Tenía una voz grave y profunda e inspiraba respeto con su sola presencia que irradiaba un indudable señorío.
En aquella época yo ignoraba que había sido el primer presidente del Club Trouville, que nació en 1905, que en 1930 se estaba por recibir de arquitecto y que, además, era poeta. Uno piensa que los profesores son solo eso, igual que el médico es solo médico, o el guitarrita solo guitarrista. Pero son personas con multiplicidad de intereses como cualquiera de nosotros.
Su calidad de poeta me fue revelada el día en que Lussich se apareció en el salón de clase con un montón de periódicos argentinos debajo del brazo. Estaba radiante: le habían publicado unos versos. Nos repartió un ejemplar a cada uno.
Yo recorté el poema, lo guardé durante años y, como tantas otras cosas, lo perdí. Recuerdo el título, Hilar de lluvias y la estrofa final:
Bendito hilar de lluvias
que saca de sus copos
el milagro del sol en tu sonrisa
y en la honda ternura de tus ojos.
Olvidé el resto de la letra, pero nunca la poesía de ese gesto.
Antonio Dionisio
Muchos años después supe que a mi recordado profesor la vocación escritora le venía de familia.
La historia se remonta a la llegada a estas tierras de Felipe Lussich (que así se registró el apellido de este inmigrante croata). Don Felipe casó con una dama italiana, doña Carmen Griffo. Antonio Dionisio y Enrique Benjamín fueron algunos de los muchos hijos del matrimonio.
Antonio D. Lussich: arboreto, Punta Ballena. Sí, pero eso es el axis del iceberg. Don Antonio era una mezcla de empresario, hombre de acción y escritor.
El Lussich originario, que había llegado a Montevideo hacia 1836 como contramaestre de un buque inglés, había encarado una actividad de armador que se desarrolló hasta transformarse en una gran empresa. Así, en la obra titulada Naufragios célebres reeditada en 1893, Antonio Lussich afirma que el Uruguay «es tal vez hoy el país de Sud América que está dotado de mejores elementos para acudir sin pérdida de tiempo al auxilio de cualquier siniestro que ocurra en sus aguas». En cuanto al tiempo de respuesta, estaba condicionado por una disposición del ministro de Guerra y Marina que impedía la salida de naves de rescate particulares antes de los buques de la Armada.
El periódico La Época de principios de mayo de 1890 consigna sobre el gran temporal ocurrido en esos días, que los vapores de Lussich habían salvado a ciento doce personas. Tres años después, la cifra de rescatados se aproximaba a las trescientas personas. Y no se lo contaron: estaba ahí. Así lo reconocía el gobierno británico en noviembre de 1888. Por los rescates de los náufragos de las naves Mabel en 1886 y Amoor y Livingstone en 1887, se le otorgó una medalla de oro. En el acto realizado en la sede del consulado inglés el diplomático hizo constar que Lussich había dirigido personalmente los salvamentos y se negó a recibir una compensación económica por parte del consulado, aduciendo que solamente se había cumplido con el deber de la gente de mar.
De esa función salvífica también da testimonio la poesía en tono de charada publicada en El Bien en noviembre de 1895 con la firma de Asonispe (Pedro Espinosa) dedicada a Lussich y al intrépido remolcador Emperor: La breve barca que en tus ondas flota / Atlántico inconstante, / ¡Cuántas veces tu innoble ansia embota! ¿Quieres la humana presa? / ¿Hundirla intentas en tu ignoto seno? / A esa vil empresa, / Lussich opone su valor sereno. / Mientras el «Emperor» flote, / Mientras aliente su ilustre propietario, / Mientras conserve un bote, / Mientras impere del Plata en el estuario; / Será olas y vientos / Vuestro adversario, el «Emperor» temible: / Cónsteos elementos / Que es, yendo en él Lussich, insumergible…
El escritor
Naufragios célebres historia las peripecias de los salvamentos, las felicitaciones recibidas y los ingresos obtenidos, pero años antes don Antonio ya se destacaba como narrador. El 14 de junio de 1872 había editado Los tres gauchos orientales y obtenido la felicitación de José Hernández el 20 del mismo mes. Y aquí aparece Borges en esta historia. No en ese momento, porque aún no era nacido, pero siguiendo a su admirado Lugones, el ilustre argentino no solamente señala que Martín Fierro salió a la luz pública meses después –diciembre de 1872– sino que hace un análisis comparativo entre los textos.
Sin llegar a la ironía de Pierre Menard, autor del Quijote, Borges encuentra tantas concordancias como para afirmar: «El mayor interés de la obra de Lussich es su anticipación evidente al inmediato y posterior Martin Fierro […] ya en la entonación, ya en los hechos, ya en las mismas palabras. […] los diálogos de Lussich son un borrador del libro definitivo de Hernández. Un borrador incontinente, lánguido, ocasional, pero utilizado y profético».
Leopoldo Lugones publicó El Payador en 1916 haciendo notar las similitudes. Años más tarde Borges se ocupó en divulgarlas. El hecho no había pasado desapercibido en su momento para don Antonio. Lo cierto es que continuó escribiendo hasta completar la trilogía con El matrero Luciano Santos, y años después, con Cantalicio Quirós y Miterio Castro en un baile del Club Uruguay.
Unos años antes de terminar el siglo se retiró y comenzó la etapa de Punta Ballena en el último tramo de su vida.
Carlos Lussich era hijo de Enrique Benjamín, hermano de Antonio Dionisio. Y yo tuve el privilegio de haber sido su alumno cuando el liceo Suárez estaba en el local que hoy ocupa el liceo 28, cuando el Arq. Maag vivía al lado de la zapatería de Mateossian enfrente de mi casa, se podía jugar al fútbol en la calle, y todo en la vida estaba aún para ser descubierto.
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