“Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero”
La nota anterior refería a una de las primeras víctimas de la furia roja durante la guerra en España: el escritor, periodista, diplomático, legislador, miembro de la RAE y de la Real Academia de Ciencias Morales y Política Ramiro de Maeztu, asesinado a fines de octubre de 1936. Al contrario de lo que informaba el periódico Isla en marzo de 1937, el crimen se produjo en el cementerio de Aravaca, localidad que entonces no era más que un caserío y que hasta la década de los años cincuenta no fue incorporada a la capital. Ahora es una de las zonas más caras de Madrid.
El artículo desgranaba una pieza publicada por la revista Acción Española en 1934, donde Maeztu explica cómo evolucionó del socialismo anticlerical de su juventud en ferviente católico. Hay una anécdota, que relata el escritor Pío Baroja, ocurrida durante la presentación de la obra de teatro Electra, de Benito Pérez Galdós. El argumento era claramente anticlerical y, según Baroja, se oyó gritar en determinado momento a Maeztu, que la presenciaba: “¡Abajo los jesuitas!”.
En esa publicación en Acción Española, Maeztu no elude el tema, pero explica: “Fui uno de los escritores jóvenes que asaltaron el escenario del teatro español para aclamar al autor. Mas, para mostrar que mi actitud no se debía a anticlericalismo, sino puramente a respeto literario por Galdós, escribí y publiqué en aquellas semanas el elogio de las jóvenes que preferían la vida del claustro a la del mundo, tesis antagónica a la de Electra”. No contradijo la mención de Baroja por el simple y fisiológico hecho de que ya estaba muerto.
En su itinerarium, primero se convenció de que “el modelo moral ha de buscarse en los Evangelios”. Luego relató la impresión que produjo en su espíritu un paseo por Londres. Deambulaba por las calles cuando vio en un templo protestante una inscripción que decía: “Sean bienvenidos todos los extranjeros”. No dudó de la buena intención, pensó que se trataría de una comunidad pequeña que deseaba expandirse. Pero le chocó lo de “extranjeros”. Porque, como bien dijo, “no hay extranjeros para la catedral de Burgos”. Y agregó: “Toda la tradición del catolicismo español se revolvía dentro de mí contra el pensamiento de considerarme extranjero en un templo. Entonces no la conocía, pero mi herencia nacional me la hacía sentir”.
Enseñar
No podía faltar en un escritor sus impresiones sobre el ideal literario. Y dice algo lleno de sentido común que, sin embargo, no es respetado por muchos de los que se dedican a las letras, y que no consiste en complicar lo sencillo, sino en explicar cosas profundas en lenguaje llano, como una madre lo hace a un niño. Porque, “Nuestro Señor habla a la gente como un padre a sus hijos”, les revela sus más íntimos pensamientos a través de la trasmisión de “conceptos directos como espadas”, o parábolas relacionadas con la vida y los quehaceres de su época.
Maeztu se refiere luego al orden de los valores y concluye que, tomando los que el hombre estima de algún modo, pueden clasificarse en tres grupos: el poder, el saber y el amor. Pero dice que, si bien es relativamente fácil clasificarlos, en realidad son inseparables. “El poder, por ejemplo, además de poder, ha de ser poder de saber o poder de amor, porque en cuanto se convierte en poder de ignorancia o de odio se destruye a sí mismo, y otro tanto ha de decirse del saber y del amor. Pero Dios, el Bien, es la unidad absoluta del poder, del saber y del amor”.
Posteriormente aborda el tema de las influencias personales y menciona a tres hombres que, en distintos aspectos, le dejaron enseñanzas: T. H. Hulme, Arthur G. Penty y el barón Von Hugel.
Aprender
De Hulme, muerto en la guerra, aprendió “con el ejemplo, que la devoción cívica y el valor guerrero son virtudes de la caridad y del espíritu, sobreponiéndose a las flaquezas de la carne”. Concepto que también tenía D’Annunzio cuando hablaba del triunfo del espíritu sobre la carne miserable.
El arquitecto Arthur. G. Penty (1875-1937), de quien dice que, después del arquitecto William Morris (1834-1896) fue quien “más ha hecho por hacer simpáticos los gremios medievales y las ideas de la Edad Media sobre el precio justo, me enseñó la necesidad de restaurar la supremacía del espíritu sobre el culto supersticioso de las máquinas a que fían los modernos sus esperanzas de un mundo mejor”.
Del barón Friedrich von Hügel (1852-27 de enero de 1925), hijo del militar y botánico Carl Alexander, que había hecho ingresar a Maeztu en la London Society for the Study of Religión aprendió “la posibilidad de conciliar la más absoluta tolerancia para todo el que sinceramente profesa una idea, con la piedad más exaltada”.
Con todos esos insumos y su “amor a España y la constante obsesión con el problema de su caída”, encontró en la fe religiosa española “las raíces de su grandeza antigua”. Sumado al “descubrimiento de que esa fe era razonable y aceptable, y no solo compatible con la cultura y el progreso, sino su condición y su mejor estímulo”.
Una parte de esa España en que lo tocó vivir abominaba esa forma de pensar y de sentir y, sobre todo, de escribir. Esa fue la España que le heló el corazón.
Los mártires
Estaba en Madrid cuando fue prendido y encarcelado por milicianos rojos. Murió en una de las muchas sacas ocurridas. Simplemente fue sacado de la prisión, trasladado hasta Aravaca y fusilado contra uno de los muros del cementerio local. No hubo juicio ni sentencia de jurado.
Y no fue el único, claro. En esa cárcel también estaba, entre otros, el líder falangista Ramiro Ledesma Ramos. Dicen que dijo: “¡A mí me matáis donde yo quiera, no donde vosotros queráis!”. Y allí mismo lo asesinaron.
A Maeztu lo llevaron, las manos atadas con alambre a la espalda. Y antes de que sonaran los disparos fatales alcanzó a decir: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero”. ¿No están implícitas las palabras de Jesús: “¿Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen”?
El poeta y escritor francés Paul Claudel, en el prefacio al libro La persecución religiosa en España, editado en 1937, le dedica a la España de Maeztu, este poema-homenaje:
A los mártires españoles (fragmento)
En esta hora de tu crucifixión, santa España, en este día, hermana España, que es tu día,
Yo te envío mi admiración y mi amor con los ojos llenos de entusiasmo y de lágrimas.
¡Cuando todos los cobardes hacían traición, una vez más tú no transigiste!
¡Como en tiempo de Pelayo y del Cid, una vez más blandiste la espada!
Ha llegado el momento de escoger y desenvainar el alma.
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