Tal vez usted no haya oído hablar de Ósip Mandelstam ni de las discusiones entre simbolistas y acmeístas en vísperas de la revolución comunista en Rusia.
A los efectos, basta saber que para el régimen de terror inaugurado en 1917 hubo dos clases de poetas: los que hacían «realismo socialista», propagandistas del sistema y los otros, a quienes consideraban «enemigos del pueblo». A estas alturas ya sabemos cuál era el destino de los de esa última categoría. Los primeros eran colmados de laureles dentro y fuera de la URSS, los segundos o escapaban hacia latitudes más saludables o terminaban sus días en Siberia. Mandelstam perteneció a la segunda categoría.
Algunos dicen que fue víctima de una suerte de «suicidio literario». Según cuentan, había escrito un poema sobre Stalin y decidió leerlo en una reunión de amigos. El poema, que alguien tituló Epigrama contra Stalin, según la traducción del escritor y traductor cubano José Manuel Prieto, dice algo así:
Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos. / La más breve de las pláticas / gravita, quejosa, al montañés del Kremlin. / Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos, / y sus palabras como pesados martillos, certeras. / Sus bigotes de cucaracha parecen reír / y relumbran las cañas de sus botas. / Entre una chusma de caciques de cuello extrafino / él juega con los favores de estas cuasipersonas. / Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora; / sólo él campea tonante y los tutea. / Como herraduras forja un decreto tras otro: / A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja al cuarto en el ojo. / Toda ejecución es para él un festejo / que alegra su amplio pecho de oseta.
La RAE define la expresión «oseta» –derivada de osar– como: «Lo que pertenece a la rufianesca». Aunque es más probable que venga de Osetia, una pequeña república vecina de Georgia cuyos habitantes son considerados –según Prieto– como gentes menos refinadas que los georgianos, origen este último atribuido a Stalin.
En el círculo de confianza de Mandelstam debió haber habido alguien más cercano a los diez pasos porque escuchó con claridad la lectura. El poeta era consciente de que la más breve de las pláticas gravita, quejosa, hacia el tirano. Sin embargo, estaba entre amigos, igual que Cristo Jesús.
Arrestado en 1934, fue desterrado por tres años a los Urales. Comparado con lo que siguió eran vacaciones. En 1938 fue condenado a Kolimá, en Siberia, donde los prisioneros fungían de esclavos en las minas de oro hasta la muerte. Pocos soportaban las duras condiciones de trabajo con temperaturas entre -20 y -40 grados. Mandelstam no fue la excepción. Murió en diciembre de ese mismo año. Su viuda, Nadiezhda conservó sus poemas en el único lugar seguro: su propia memoria, y publicó dos libros narrando la historia para la posteridad.
Gafas y premios rosados
Muerto Stalin en 1953 no fue Neruda el único en dedicarle versos (LM 25/06/22). El español Rafael Alberti (1902-1999), otro poeta comunista, escribe desde Buenos Aires: …Padre y maestro y camarada: / quiero llorar, quiero cantar. / Que el agua clara me ilumine, / que tu alma clara me ilumine / en esta noche en que te vas.
El fragmento es suficientemente ilustrativo. Alberti se exilió al final de la Guerra Civil en la capital argentina. Asiduo visitante del Uruguay, tenía una casa en la parada 15 de la playa Mansa. La calle frente a la residencia veraniega del comunista poeta lleva su nombre. Sus servicios al comunismo internacional, que le hicieron merecedor al Premio Lenin, no le impidieron obtener el Cervantes en 1983.
Otro personaje interesante es Bertoldt Brecht. Suele atribuírsele un popularizado poema que dice: Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista… El poema no es de Brecht sino del pastor Martin Niemöller. Aun ignorando su autor, Brecht nunca podría haberlo escrito, precisamente porque era comunista. Y, por supuesto, también creyó su obligación escribir un laudatorio poemita al partido, que se titula, justamente, Elogio al partido:
El individuo tiene dos ojos / El partido tiene mil ojos. / El partido ve siete estados / el individuo ve una ciudad. / El individuo tiene su hora, / pero el partido tiene muchas horas. / El individuo puede ser aniquilado, / pero el partido no puede ser aniquilado. / Porque es la vanguardia de las masas / Y lidera su lucha / Con los métodos de los clásicos, que emanan / del conocimiento de la realidad.
La misma filosofía transpersonalista repetida una y otra vez. Y a propósito de la multitud de ojos, Theodor W. Adorno se encarga de aterrizar el concepto. Dice el pensador suizo en su Dialéctica negativa. La jerga de la autenticidad que «el juicio de Brecht es falso como solo puede serlo toda perogrullada […] un disidente puede ver más que mil ojos a los que les han calzado las gafas rosadas de la unidad». Brecht también logró su Premio Stalin de la Paz y tuvo el placer de vivir en la sociedad comunista que había soñado hasta su muerte producida del lado este del ignominioso muro en 1956.
Mientras estos señores recorrían el mundo, recibiendo aplausos y distinciones por sostener la tiranía roja, Emilio Frugoni (1880-1969) volvía de su pasaje por la URSS donde había sido nombrado embajador. Sus experiencias las recoge en La Esfinge Roja, publicado en 1948.
Baste citar sus impresiones del Museo Lenin. No me queda claro sin con ingenuidad o ironía dice: «lo que me resultaba pasmoso es que toda esa […] documentación biográfica de Lenin, hubiese sido expurgada, prolija e inexorablemente, para no dejar asomar […] la presencia de los que habían estado junto a él en muchos momentos salientes de su historia pública y que luego fueron víctimas de uno de los famosos procesos de Moscú. La “purga” política se prolongaba en purga histórica, con un implacable efecto retroactivo […] Se les expulsaba, asimismo, del pasado para que las generaciones futuras no recogiesen su recuerdo y los ignorasen en absoluto. Stalin había reducido a los disconformes a la impotencia y al silencio, matándolos, encarcelándolos, confinándolos y amordazándolos…».
Osip Mandelstam solo había sido uno de ellos.
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