Nicolás Maquiavelo (1469-1527) lo remitió como «modesta dádiva» a Lorenzo II de Médici (nieto del Magnífico) aduciendo: «Si, para conocer la naturaleza de las naciones, se requiere ser príncipe, para conocer la de los principados conviene vivir entre el pueblo. Y si después [de leer y meditar la obra] os dignáis, […] bajar vuestros ojos a la humillación en que me encuentro, comprenderéis toda la injusticia [ …] que la malignidad de la fortuna me hace experimentar…». Más allá de la intención del florentino de mejorar su situación personal, opinan los biógrafos que la condición de Maquiavelo no se cumplió: ocupado en otros menesteres Lorenzo nunca leyó el libro. Si bien es frecuente que los libros regalados no sean leídos por los destinatarios, no siempre ocurre –como en este caso– que se transformen en texto de cabecera de millones de personas. Para Maquiavelo eso estaba fuera de todo cálculo. Su intención era hacerse notar por Lorenzo con signo positivo. Maquiavelo no solamente escribió El Príncipe, pero sin duda se trata de su obra más comentada. Si bien el texto fue publicado en 1532, aparentemente una versión habría circulado en 1513, además del manuscrito que el autor hizo llegar a su destinatario.
O Fortuna
La fortuna era un tema que preocupaba grandemente al florentino. Sobre todo, su mala fortuna. El texto fue un intento de revertirla. Así, declara: «…muchos han sido y son de opinión que las cosas del mundo son gobernadas por la fortuna y por Dios de tal modo que los hombres con su prudencia no pueden corregirlas…. Sin embargo, para que nuestro libre albedrío no se extinga, juzgo que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que ella nos deja gobernar la otra mitad, o casi, a nosotros». Pero «la fortuna es mujer, y para tenerla dominada es necesario golpearla y chocarla. Y por eso siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos precavidos, más feroces, y con más audacia le dan órdenes». Esa audacia es necesaria para introducir reformas o modificaciones. Aunque siempre se encontrará dificultades. Nada más difícil que «dictar estatutos nuevos, pues tiene como enemigos quienes sacaron provecho de los antiguos y aun los que pueden sacarlo de los recién establecidos suelen defenderlos con suma tibieza». (Un ejemplo bien actual sería la llamada «reforma educativa». La mayoría de los que se oponen no saben de qué se trata, pero se resisten furiosamente). Además, «un cambio siempre deja el asidero para la edificación del siguiente». Así, «cuando los que son enemigos tienen ocasión de atacar atacan como partidarios, y los otros defienden como tibios». La única vía de éxito está en disponer de la fuerza. Porque «todos los profetas armados han sido vencedores y los desarmados abatidos».
¿Maquiavelo era inmoral o solo realista? Posibilista, digamos… Partidario del mal menor, sobre todo si era él quien tenía que sufrirlo.
Cristiano
En el aparente otro extremo del maquiavélico autor se encuentra otro escritor conocido como Erasmo de Róterdam (1466-1536). Desiderio Erasmo Roterodamo, como lo llama el P. Riber y Campins (aunque en la semblanza que hace de sus Obras Escogidas señala que no se llamaba Erasmo ni había nacido en Róterdam). El escritor, periodista, filólogo, académico de la RAE y eclesiástico Lorenzo Riber y Campins (1882-1958) que tradujo la obra de Erasmo se refiere a él como el capitán del humanismo cristiano.
La obra de que se trata se titula Educación del príncipe cristiano, escrita en 1516, fue dedicada al joven príncipe Carlos quien luego fuera el emperador Carlos V.
El título original era Institutio principis Christiani y es posible encontrar un paralelismo con El Príncipe: si Lorenzo no leyó el texto de Maquiavelo, Carlos tampoco el de Erasmo.
No son muchas las semejanzas entre las dos obras. «Yo, cristiano formo a un gobernador cristiano», dice Erasmo y avienta toda sospecha de interés espurio de su parte por la «verde mocedad» del destinatario. Pero reclama su parte al decir: «Cuando con el auxilio divino alcance la gloria, parte de ella será debida a la fortuna de haber dado con un pedagogo que […]ajeno a toda pringosa adulación, le puso delante de los ojos el tipo de un íntegro y verdadero príncipe».
El libro, que forma parte del género conocido como «espejo para príncipes», es precisamente eso: un conjunto de máximas y consejos donde mirarse.
Si bien la mayoría de los «príncipes» se refleja en el cristal azogado por Maquiavelo, las sesudas reflexiones de Erasmo tienen la vigencia del deber ser y no está de más que los gobernantes dediquen un par de minutos al día a leer algunas páginas.
Al mejor
El gobierno debe entregarse a quien brille sobre los demás por sus dotes de mando: sabiduría, justicia, moderación y celo del bien público, dice. (Nada de cuota de género).
Si el príncipe lo es de nacimiento todo dependerá de su buena formación. (Si bien por estos lares no hay príncipes y los que hay son tiranos -como Ortega o Maduro-, sí hay familias vinculadas históricamente a los cargos de gobierno, de modo que estas líneas siempre resultan saludables. Máxime cuando generosamente el P. Riber se ocupó de traducirlas al español).
No hay mayor medida de la excelencia de un príncipe que dejar un sucesor mejor que él y, por tanto, debe educársele para la patria y no para sus antojos y pasiones. No muere quien deja un retrato viviente de sí mismo. Por eso es imprescindible la elección cuidadosa de sus educadores.
Erasmo no se engaña: «Los ingenios humanos son proclives al mal. Que todos los hombres sean buenos es algo más de desear que de esperar».
La longevidad no ha de ser medida en años de vida sino en buenas obras practicadas. ¿No es incongruente que un príncipe se permita a sí mismo lo que castiga en los otros? Si deseas aparecer ilustre no es con esculturas y retratos que lo lograrás. Lábrate con tu conducta el monumento de tu virtud personal.
Calibrando frenos
La cruz del príncipe es ir siempre por el camino de la rectitud, a nadie hacer violencia, a nadie saquear, no dejarse sobornar por dádiva alguna. Aquello que en los otros es error en el príncipe es delito. «Sé un riguroso censor de ti mismo, aunque todo el mundo te aplauda». El príncipe debe ser ejemplo, por eso solo debe inspirar temor a los culpables y a los malvados. El principado es administración, no imperio. El reino beneficencia, no tiranía.
Debería ser este el gobernante ideal, pero Erasmo era un soñador con los pies en la tierra. Así, entiende que «tales como andan las cosas […] lo mejor sería una monarquía combinada con aristocracia y democracia de modo que quede templada y como diluida [para que] los elementos se equilibren unos con otros y con semejantes frenos tenga consistencia la cosa pública». Y agrega para mejor entendimiento: «Esa fórmula conviene para que exista un poder que quiebre y neutralice la violencia de un hombre solo». ¿Le deberá algo el barón de Montesquieu?
Y este pensamiento es tan actual que merece el cierre:
«Dios me libre de decir que de la lectura de los historiadores se recoge el principal fruto […] de ellos sacarás la mayor calamidad si no los lees con prevención. Guárdate de que no te engañen».
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