Cuando la vi por primera vez, era la reina sin corona de Italia;
ahora es una mendiga real en el exilio; viene a visitarnos con frecuencia
y su vitalidad anima a todos los emigrados.
Alma Mahler
Si es cierto lo que afirma la frase: “Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”, podemos decir que detrás de la política cultural de fascismo italiano estaba Margherita Sarfatti, que a pesar de su condición de ser mujer y de ser judía en tiempos en que el antisemitismo ganaba terreno en Europa (a excepción de Italia donde según las palabras Jaim Weizman, “los hebreos de esa nación fueron considerados más italianos que judíos”) pudo desarrollar y llevar adelante un movimiento cultural reconocido en el mundo entero, siendo ella misma la embajadora del arte italiano del período de entreguerras promoviendo la imagen de Italia a nivel internacional.
Esta misma imagen llevó a Churchill en 1927 a afirmar: “Si yo fuera italiano vestiría la camisa negra de los fascistas” (Adolfo Kuznitzky, Margherita Sarfatti y el fascismo, p.160).
Por otra parte, no fue solo crítica del arte, sino que además tuvo una influencia teórica decisiva en lo que respecta a políticas culturales, siendo ella misma la mentora de la generación artística italiana del “novecento”. Este movimiento promovía y estimulaba otra perspectiva diferente a la de las vanguardias artísticas europeas que estaban de moda entonces, como lo fueron el surrealismo, el expresionismo, el cubismo, etc., considerando que la verdadera síntesis artística italiana debía abrevar tanto en el clasicismo como en el simbolismo. Así el “Clasicismo” significaba armonía, equilibrio y énfasis en la comunicación con el público, mientras que “simbolismo” implicaba un deseo de alejarse de la llana reproducción de la realidad para buscar una forma de expresión más elevada. La modernidad y la tradición constituyen, por tanto, categorías centrales en el pensamiento estético de Sarfatti”. (Dra. Laura Moure Cecchini, 1930: Margherita Sarfatti entre Buenos Aires, Roma y Milán).
Margherita Grassini nació en Venecia en 1880. Su familia pertenecía a la elite de la comunidad hebreo-italiana que entonces contaba con unos 40.000 miembros, de la que su padre Amadeo Grassini era un influyente integrante. Acorde a su posición social, Margherita recibió una educación privilegiada, hablaba varios idiomas y contaba con una refinada cultura. Además de ser una mujer reconocida por su inteligencia, también lo fue por su belleza. En 1898 se casó con el abogado socialista Cesare Sarfatti, adoptando su apellido como era costumbre entonces, y pasó a llamarse Margherita Sarfatti.
Sus intervenciones artísticas comenzaron en 1909 cuando empezó a escribir una columna sobre arte en el periódico socialista L’Avanti. El objetivo de Margherita era proponer una forma artística a la vez moderna e italiana, independiente de los modelos extranjeros. Fue allí que conoció a Benito Mussolini cuando él dirigía este combativo órgano de la izquierda europea.
Hay que tener presente que en un principio tanto Mussolini como Sarfatti habían abrazado las ideas provenientes del marxismo y su adaptación soviética, sin embargo, muy pronto dejarían atrás esta ideología para desarrollar un nuevo modelo de socialismo. Tanto es así que Margherita insistía: “¿Qué era el fascismo? ¡Es socialismo!”.
Muchos historiadores ven la influencia decisiva de Margherita Sarfatti en el desarrollo del “fascismo”. Así, entre ella y Benito Mussolini comenzaría una relación que combinaría el amor, la pasión, la política y el arte, que duraría unos 20 años y que daría sus frutos en lo que refiere al rápido ascenso de Mussolini al poder; y también a la proyección internacional que tuvo el fascismo en sus inicios, de la que Margherita fue su más influyente embajadora.
En esa misma dirección, en el campo de la literatura, Sarfatti (tras quedar viuda en 1924) se dedicó a escribir una biografía de Mussolini. El libro fue publicado por primera vez en 1925 en Inglaterra bajo el título The life of Benito Mussolini y al año siguiente en Italia bajo el título Dux. Es sabido que el texto fue cuidadosamente revisado por el propio Mussolini y fue todo un gran éxito en ventas, un millón y medio de copias vendidas solo en Italia y 17 ediciones, siendo traducido a 18 idiomas, incluidos el turco y el japonés. De ese modo Mussolini cobró fama universal.
En su papel de embajadora cultural del régimen, se codeó con diversas personalidades como el muralista mexicano Diego Rivera, con Bernard Shaw y Jean Cocteau. En 1930 viajó al Río de la Plata, realizando la Muestra del Arte Italiano del período de entreguerras en el espacio “Amigos del Arte” de Buenos Aires. Su conferencia tuvo tanto éxito que se reprodujo de una manera más reducida en Montevideo en la Galería Scarabello. Durante ese viaje, tuvo contacto con las elites culturales tanto de Buenos Aires como de nuestra capital.
En 1934 viajó a EE.UU. y fue recibida con honores por el entonces presidente Roosevelt y su esposa Eleonor. Pasó un fin de semana en la mansión de San Simeón con el magnate de la prensa, William Randolph Hearst. Y también mantuvo una estrecha amistad y una prolífica correspondencia con el rector de la Universidad de Columbia, Nicholas Murray Butler, ganador del Premio Nobel de la Paz en 1931. Por si fuera poco, a través de la cadena NBC, millones de personas escucharon sus exposiciones sobre arte y política.
El fascismo era considerado por la sociedad estadounidense de aquel momento como el remedio perfecto para vencer la anarquía en la que estaba sumida Italia tras la Gran Guerra, además de ser muy eficaz conduciendo a Italia por la vía del crecimiento económico. En definitiva, Margherita Sarfatti se encargó a colocar nuevamente a Roma en el centro del mundo.
Sin embargo, sobre el final de la década del 30, la situación del fascismo cambió. La influencia de Alemania sobre Italia se hizo tangible y las leyes raciales fueron impuestas en Roma para satisfacer las demandas reiteradas de Berlín. Además, la guerra parecía inevitable por lo que Margherita decidió voluntariamente abandonar Italia.
Durante la guerra vivió alternativamente en Montevideo (donde hacía años estaba radicado su hijo como gerente del Banco Francés-Italiano) y Buenos Aires, donde tuvo una muy buena acogida por parte del plástico argentino Emilio Pettoruti y la escritora Victoria Ocampo. En la capital bonaerense Margherita se acopló rápidamente a la elite cultural de nuestro vecino país ya que a donde quiera que fuese su fama la precedía y en todos los ámbitos se destacaba por su conocimiento de literatura, filosofía e historia.
En la capital de nuestro país, Margherita Sarfatti fue colaboradora de El Diario (la edición vespertina de La Mañana), habitó en el Hotel Nogaró en la Ciudad Vieja y mantuvo un trato frecuente con los líderes políticos de aquel entonces, tanto blancos como colorados. Retornó a Italia en 1947, donde se refugió con muy bajo perfil en Cavallasca, villa próxima al lago de Como, donde convertida al cristianismo terminaría muriendo en 1961 (Ibídem, p. 154).
Para concluir, podemos decir que la historia está llena de matices y que los libros escritos con posteridad a los hechos incurren muchas veces en la falta o bien en la omisión de determinados sucesos como también de ciertos personajes que son sumamente necesarios para medir con mayor ecuanimidad y tener una visión más completa de los acontecimientos. De ese modo, a través de la vida de Margherita Sarfatti, podemos comprender con mayor profundidad los vertiginosos sucesos de la primera mitad del siglo XX, no solo desde su agitada biografía sino también desde sus aportes al arte y a la política, permitiéndonos ver que en el disciplinado estudio del ayer la complejidad de los hechos humanos no puede solo pintarse de blanco y negro, demostrándonos que al final la cultura habla un lenguaje universal más allá de las ideologías y las disputas políticas.
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