¡Pobre el candidato Martínez! Esta semana pasada tuvo un desliz verbal que va a ser difícil olvidar. Afirmó que todos los uruguayos nos íbamos de vacaciones a Miami y que Montevideo quedaba vacía a pesar de las penurias económicas. Metió “la pata en el balde” y luego pretendió aliviar su error y “aclaró” que solo se refería a “algunos nomás”; peor la enmienda que el soneto. Primero mintió “a cara de perro” y luego mostró un importante grado de recelo sobre los que sí pueden hacerlo. Me parece que este candidato no podrá gobernar equitativamente a todos los orientales.
Escuchar hablar de vacaciones me llevó a cuando era niño. Me trae un lindo recuerdo que voy a compartirles.
Era una fija que pasadas las festividades de fin de año y Reyes, la familia partía, se podría decir que en masa, rumbo a Playa Hermosa allí cerca de Piriápolis.
Desandando el alegre viaje, se debía estar atento a la ruta, porque después de pasar el balneario “Bella Vista”, el de la playa de piedritas, el ómnibus apuraba el paso y debíamos prepararnos para ir bajando el equipaje de mano, pues apenas pasábamos el Parador “El Chircal” había que bajarse en un camino que estaba marcado con dos enormes piedras pintadas de blanco.
En esos tiempos todo allí se estaba para hacer.
La enorme playa casi que parecía exclusiva para los pocos habitantes fijos y veraneantes.
Para llegar al ranchito de veraneo familiar, propiedad de un tío al que conocíamos como el Tío “Pipo”, personaje peculiar si los había y del que me ocuparé en otro cuento, había que transitar unas doce cuadras. Era todo en subida, por camino de tierra y piedra, bordeado de una áspera maleza, cañas y espinillos. Siempre había alguna culebrita verde que se cruzaba tranquilamente por el camino, tranquila hasta que mi madre gritaba aterrorizada —¡una víbora! —como si hubiese visto una boa constrictor.
Allí la viborita apuraba el serpenteo y se escondía entre las plantas, el pavor de mi madre a los ofidios era más que notorio, como nuestras risas.
Por esa zona trabajaba haciendo de todo “El canario” Martínez, un hombre que recuerdo calvo y de baja visión. Según él, era albañil, carpintero, electricista, sanitario, quinchero y temprano a la mañana repartía leche, que traía en un tarro, pan casero que hacía a primera hora y más de una vez traía la especialidad de la casa, rosca de chicharrón de avestruz.
Con los años “El canario” agregó almacén y agencia de viajes a caballo o carro para los veraneantes, un fenómeno de la supervivencia.
Pero la verdad sea dicha, no era un hombre con gran habilidad técnica en ningún rubro. Era un osado caradura que a todo metía mano, aprovechando su condición de ser el único habitante de la zona que planteaba tener esas habilidades.
Más de una vez los atrasos en sus obras y los fracasos eran por querer abarcar más de lo que podía y nunca quiso contratar ayudante porque si lo hacía era traer la posible competencia.
Recuerdo que el rancho de mi tío, que se llamaba tristemente “La Tapera”, tenía instalaciones de cañería de agua que goteaban, o por falta de cáñamo o ajuste, luces que al encenderlas hacían cortocircuito, con chispazos atronadores y para completar los males las ventanas de madera rústica de tablones no coincidían por fallas en los cortes.
Pero el día fatal para Martínez fue cuando la especialidad de la casa, la rosca de chicharrones, vino llena de tuercas porque en un descuido de los tantos que tenía, se le cayó una cajita con estos artículos en la masa. Él ni se dio por enterado, amasó y cocinó como si nada.
Los sufridos dientes de la parentela supieron lo que era el dolor.
Por culpa de Martínez todos al odontólogo.
Como siempre “el canario”, metió la pata en el balde.
Martínez tenía que ser.
VER VIDEO EN CODIGO QR