El pasajero está excitado y ansioso. Y el cochero lo sabe: no conviene hacerle fruncir el ceño más de lo que habitualmente lo tiene. Se trata de S.E. el señor Presidente de la República don Faustino Valentín Sarmiento. Más conocido como Domingo Faustino. Iba a la casa de Vélez Sarsfield. Allí lo esperaba la bella hija menor de don Dalmacio, Aurelia.
El carruaje se desliza, sombra entre las sombras por la noche porteña. ¿El presidente de la Nación, sin escolta? Era tal vez un período tranquilo… De ningún modo. Los enemigos solo cambian de nombre. Siempre los mismos: los bárbaros. El «monstruo» Rosas, el «bandolero» Artigas. Los que se oponen a la civilización, esa civilización que Sarmiento encarna en forma luminosa. Las fuerzas oscuras, ahora tienen la cara de Ricardo López Jordán, un entrerriano nacido en Paysandú. Las historias se entreveran como los tientos de un lazo…
López Jordán
Desde pequeño fue y vino entre Uruguay y Argentina. Peleó en la Guerra Grande contra Rivera, contra Rosas en Caseros. En Cepeda obtiene su grado de coronel. Comienza a distanciarse de Urquiza. En la batalla de Pavón contribuye a la victoria de la Confederación contra los porteños. Ganan la batalla y pierden la guerra. Urquiza arregla con Buenos Aires: le alcanzará con eternizarse en Entre Ríos. Después, la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. López Jordán no combatirá contra Paraguay. Son pocos los entrerrianos que acompañan a Urquiza. Termina la Guerra y aparece el presidente Sarmiento a entrevistarse con Urquiza. La revolución jordanista derroca a Urquiza que es asesinado como dos de sus hijos. López Jordán asume como gobernador provisorio de Entre Ríos.
La guerra
Sarmiento le declara la guerra. La desproporción es notoria. Lopez Jordán se exilia en Brasil. Pero vuelve. Estamos en 1873. Sarmiento pone a precio su cabeza. ¿Ah sí? Veremos. Tal vez dijo, o solo pensó: «Sarmiento me quiere muerto. Pues bien, y yo a él». ¿Y cómo se hace? Es fácil, hay que ir donde está Sarmiento, y matarlo. Aquí se empiezan a mover los hilos de una conspiración que bien pudo haber resultado exitosa.
¿Qué recursos se precisan para una empresa como esta? En primer lugar hay que conseguir unos napolitanos anarquistas. Se entiende por napolitanos o por gringos a los italianos en general. En la época los italianos no tenían buena prensa. Hay una serie de episodios en las que están involucrados ciudadanos italianos en diversos atentados o en delitos comunes.
Matar a Sarmiento… Los anarquistas aparecían como buen material para esos fines. Además, eran luego fácilmente descartables ya sea en el éxito o en el fracaso. Por su parte, los italianos sufrían las consecuencias del shock cultural y desconfiaban de un entorno que los miraba con evidente antipatía. De modo que el intermediario debía ser uno de ellos.
La historia oficial
Sarmiento, electo presidente para el período 1868-1874, concitó, como es habitual adhesiones y odios profundos. En 1873 se difundió la especie de que iba a ser asesinado.
Seguiremos el hilo de la «versión oficial», a la que se ajusta la mayoría de los relatos, como la recoge el escritor Rafael Barreda (1847-1927).
La policía había identificado unos sujetos sospechosos que se reunían en un café cercano a la calle Maipú donde habitaba Sarmiento. Vigilancia que se extremaba a la noche, cuando Sarmiento salía para la casa de Vélez Sarsfield.
El oficial Latorre estaba de guardia la noche del 22 de agosto cuando Sarmiento subió a su carruaje para su trayecto habitual.
Dos hombres salen del café. Otro se les acerca y les entrega las armas. Hay otro más que supervisa. La instrucción sería matar a los caballos, y después, ir sobre el presidente. El coche se acerca. El sicario hace fuego, pero «el gatillo del arma homicida, tropieza en la ropa del asesino y estalla, reventando el trabuco por el aire comprimido». Esta es la explicación de Barreda. La explosión destroza la mano del homicida. Latorre logra atrapar a dos. Los demás escapan.
Los autores fueron apresados de inmediato y el efecto del hecho se hizo sentir. Los atentados fallidos dan rédito político.
El sobreagregado de balas y puñales envenenados dará mayor oscuridad al nocturno episodio. El roce de una bala envenenada, hubiera bastado para matar al instante al presidente, dicen. Se atribuyó el fracaso de la intentona a la protección divina. Aunque también debió obedecer a milagro la supervivencia del sicario herido…
El resto es silencio
Los detenidos son los Guerri: el herido y su hermano (otros dicen que no lo era) Poco después cae el tercero, de nombre Casimir. El restante será «el austríaco», Aquiles Segabrugo, otro italiano. Cuando lo van a buscar a su casa de la calle Belgrano había huido hacia Montevideo. Al día siguiente el comisario Miguens viaja al Uruguay. Pero Segabrugo había muerto a manos del doctor Carlos María Querencio, entrerriano y jordanista. El policía va al Hotel del Vapor, donde se alojaba el finado, y retira su maleta.
De regreso a Buenos Aires una nave de los revolucionarios entrerrianos -con el curioso nombre de «El Porteño»-, aborda el barco y secuestra a Miguens con maleta incluida.
Aquí la historia se torna, si cabe, más novelesca. Los captores ofrecen a Miguens vida a cambio de silencio. Nadie debe saber qué contenía el equipaje de Segabrugo.
Barreda dice que Miguens cumplió su palabra, agregamos: como un caballero. Nunca se supo qué había dentro de esa valija. Ni qué explicación dio el comisario a las autoridades. Como fuere, continuó en funciones hasta 1880.