Alberto Methol Ferre. Memoria tardía de Carlos Real de Azúa. Desde el Ariel de Rodó, hasta el umbral de Puebla. NEXO, 1987, 74 págs.
Al conmemorarse una década del fallecimiento de Carlos Real de Azúa, la Revista Nexo dedicó un número de homenaje a la figura del ensayista y pensador inscripto en la breve lista de los que intentaron una visión global de América Latina. Incluye entonces artículos del propio Real de Azúa pensando sobre los dos extremos de América: México y Río de la Plata, pasando revista así a José Enrique Rodó, José Vasconcelos y Leopoldo Zea. Vasconcelos fue el mayor pensador de la Revolución Mexicana en su apogeo. Al ahondar en la aventura histórica de su pueblo, se reencontró con la Cruz de la Iglesia católica. “Quizás el drama de México contemporáneo fue la incapacidad de aunar los dos momentos de Vasconcelos: la Revolución y la Iglesia. Ese desencuentro ha llevado a un empobrecimiento recíproco de los dos polos. Quizás si los dos momentos de Vasconcelos se hicieran uno solo, México reemprendería su dinámica creadora para sí y para América Latina”. Leopoldo Zea signó la cultura latinoamericana al formular un enfoque histórico global, intentando ubicar a América Latina en el contexto de la historia universal.
Tucho Methol logra articular el periplo intelectual de Real de Azúa en una brillante síntesis. Destaca inicialmente la trascendencia de su primera obra galardonada sobre Rodó. Pues en Rodó está la idea de una conciencia nacional latinoamericana por encima de la atomización de Estados separados. En Magna Patria escribe: “Patria es, para los hispanoamericanos, la América española. Dentro del sentimiento de la patria cabe el sentimiento de adhesión, no menos natural, a la provincia, a la región, a la comarca… son las naciones en que ella políticamente se divide”.
Y Real de Azúa es integrante de la generación en la que se desplegará por primera vez el nacionalismo latinoamericano; será la generación nacional por antonomasia. “Un rasgo capital de las generaciones del siglo XIX, posteriores a la independencia y disgregación, fue que su punto de partida era un ‘modelo ideal’ extranjero encarnado en Inglaterra, Estados Unidos o Francia, y desde ese ‘modelo civilizatorio’ se destruían las mismas bases históricas de nuestros pueblos ‘bárbaros’: esa barbarie eran por lo común, las razas indígenas, la ‘inferioridad’ del mestizaje, la herencia hispánica y la Iglesia católica. Con lo que el ‘mal’ éramos nosotros mismos. Mayor dependencia, imposible. Había que extirpar a nuestros pueblos para poder ‘desarrollar’, en vez de partir de nuestros pueblos para que se ‘desarrollaran’ desde sus propias raíces… con diferentes graduaciones y variaciones de la misma música de Civilización o barbarie, el gran paradigma falaz de Sarmiento”. Es frente a este modelo ideológico que se levanta el fértil pensamiento de Real de Azúa.
Pero su peripecia intelectual estará jalonada por la incomprensión y el insulto. Un caso paradigmático es su posición frente a la tragedia de España y el debate ideológico concomitante. En España de cerca y de lejos lauda el tema: su crítica a la imposible amalgama de un “Estado totalitario” con la persona humana, libre, de abolengo cristiano.
En uno de los tantos aciertos del enjundioso trabajo de Methol cabe destacar el zanjar la discusión sobre el tradicionalismo o antimodernismo en Real de Azúa: “No solo se niega a una negación indiscriminada de la ‘modernidad’, si no que aspira a una nueva síntesis”, opción que asume como propia.
Fue Carlos Quijano, un sobreviviente de la gran generación latinoamericana y fundador en 1919 del Centro Ariel, el que le abrió las páginas de Marcha. Este semanario era entonces como un islote latinoamericanista en el Uruguay que se sentía ajeno a América Latina. Es entre el 55 y el 65 que Real de Azúa desarrolla la mayor parte de su obra. Es en el contexto del golpe de Estado contra Perón que paradojalmente el Uruguay visceralmente antiperonista se acerca a “la índole realmente popular del peronismo, la represión y los fusilamientos de los ‘libertadores’ fueron desmistificadores. El clima cambió y posibilitó la recepción del pensamiento ‘nacional’ argentino con Arturo Jauretche, José María Rosa, Ernesto Palacio, Rodolfo Puigróss, Jorge Abelardo Ramos. Esa conjunción intelectual con el ‘progresivo derrumbe’ del Uruguay batllista, abrieron a Real de Azúa el espacio social y la fuerza de formular su auténtico mensaje”.
En estas breves líneas hemos intentado abarcar el cálido y meditado homenaje de Methol a su amigo por más de tres décadas, un testimonio de una amistad que alumbró senderos que conducen a una Patria Grande soberana y justa.
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