Memorias de un médico que actuó en el ejército del sur durante toda la Guerra Civil de 1904. Doctor Alberto Eirale. MONTEVIDEO, 1951. 108 págs.
Un documento poco frecuente, el testimonio de primera mano de las operaciones militares y del arduo compromiso por salvar vidas y mitigar el dolor en circunstancias excepcionales.
El Dr. Eirale integraba las tropas gubernamentales y fue enrolado desde el inicio de la contienda, siendo el presente texto producto de sus recuerdos al filo de sus lúcidos ochenta años, conteniendo la edición una iconografía por demás interesante.
De la Batalla de Tupambaé extraemos algunas notas: “Al principio de los combates, muy pocas veces hay heridos y si los hay es imposible retirarlos de las líneas de fuego sin exponerlos a recibir nuevas heridas. Además, ¿cómo podría uno exponerse, impertérrito, bajo la lluvia de los proyectiles, cuando los mismos combatientes deben tratar, en lo posible, de ponerse a cubierto de las balas? Y esto sin contar que los preceptos de la táctica se oponen, en absoluto, a que se recorra libremente el terreno de combate. Por lo tanto, no se ajustaban a los hechos, los que afirmaban que se iba a recoger a los heridos en las líneas de fuego”.
“Otra cosa es cuando las tropas se alejan, entonces, puede uno arriesgarse a socorrer heridos, aunque llegue cerca alguna bala…El primer herido que me trajeron fue el Cap. Jaime Bravo, del 5 de Cazadores, lo transportaban en un pocho sostenido por las cuatro puntas. Estaba inquieto, como es natural, y apenas me vio gritó: “Doctor atiéndame, estoy mal herido” … una bala había penetrado en quinto espacio intercostal izquierdo, cerca del esternón y atravesando el tórax, salido por la espalda, debajo de la escápula a la izquierda. No había fractura de costillas, ni síntomas de hemorragia interna, ni desfallecimiento. La bala no era de plomo, sino de máuser, cuyo calibre es pequeño, había penetrado en el medio justo, entre dos costillas, pasado, probablemente, por el reducido espacio que existe entre la aorta y el corazón, atravesando el pulmón, oblicuamente, para salir por la espalda. ¡Un verdadero milagro! Al oírlo hablar tan claramente, con semejante herida, pensé: este no se muere, lo curé y se lo dije”.
Páginas que muestran cuánta sangre costó nuestra patria. ¡A cuidarla!
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