A fines del siglo diecinueve, un grupo de ensayistas, narradores y poetas compartían su necesidad de reflexión ante la debacle del imperio español que acababa de perder sus últimas colonias, y buscaban la regeneración y exaltación de los valores intrínsecos de España. Hoy día la mayor parte de ellos, como Baroja, Maeztu, Azorín, Machado, Benavente, Valle Inclán, continúan siendo valiosos referentes, pero Miguel de Unamuno, además de ese justo reconocimiento, se ha convertido de pronto en el más mediático y nombrado por los políticos españoles. Prueba de ello es que hace menos de tres meses en el Congreso, durante el debate de investidura fallida de Pedro Sánchez, tres diputados de partidos por cierto que muy distantes en el espectro ideológico, citaron a Unamuno en alusiones que no hubieran disgustado al gran filósofo vasco, que amaba la política y escribió en uno de sus poemas, “cuando me creáis más muerto retemblaré en vuestras manos”.
Unamuno siempre fue un espíritu libre que no vaciló en cotejar constantemente sus ideales con lo fáctico y opinar sobre ello sin medir las consecuencias. Eso le valió que le acusaran de contradictorio y que sufriera destituciones y condenas.
En el año 1931, con el advenimiento de la Segunda República de la que en un principio fue ferviente defensor, Unamuno fue restituido con carácter vitalicio en su cargo de rector de la Universidad de Salamanca. Sin embargo, el nuevo régimen, del que le tocó ser parte activa como diputado y presidente del Consejo de Instrucción Pública, no tardó en decepcionarle, sobre todo por la tolerancia del presidente Azaña ante la quema de conventos perpetrada por hordas de republicanos y por la arbitrariedad de la llamada ley de defensa de la República.
En su conferencia dictada el 25 de noviembre de 1932, en el ateneo de Madrid, Unamuno expresó:
“Vengo como quien va a un sacrificio, con el ánimo bastante deprimido. He dicho que me dolía España, y hoy me sigue doliendo. Y me duele, además, su República.”
El dolor de Unamuno fue en aumento ante el creciente clima de violencia de los años sucesivos, que culminó en julio de 1936 con el estallido de la guerra civil. En los umbrales de esta transcurre la recién estrenada película de Alejandro Amenábar “Mientras dure la guerra”, que muestra a Unamuno en quizá la más recordada de sus actuaciones, cuando improvisa un discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca ante “los sublevados” (o nacionales), a quienes también en un principio él había visto como salvadores de los crímenes y desmanes de la República, pero que tampoco tardaron en decepcionarlo. Más allá de sus varias inexactitudes históricas, la película, centrada en la figura de Unamuno, describe bien su soledad y profunda desazón en una España asolada por los que él llama “los hunos y los hotros”,
Después de ese día memorable, recluido en su casa, con la visita frecuente de jóvenes falangistas que lo admiran y respetan, con quienes, en particular con José Antonio Primo de Rivera, había mantenido cierta amistad e incluso asistido a uno de sus mítines (lo que según algunos jugó en su contra para que le fuera otorgado el premio Nobel), Unamuno tuvo algo más de dos meses de vida.
Sorprende hoy el carácter casi profético de sus afirmaciones cuando alertaba sobre los peligros del “regionalismo” y los excesos del bilingüismo, que podían llegar a desterrar el español como lengua vinculante unificadora de España, y también cuando opinaba sobre los estatutos de autonomía: “El autonomismo cuesta caro y sirve para colocar a los amigos de los caciques regionales. Habrá más funcionarios provinciales, más funcionarios municipales; habrá un Parlamento y un Parlamentito…”
Cabe preguntarse cómo vería Unamuno a la España de hoy, próspera, integrada a Europa, con una población alfabetizada que goza del llamado “estado de bienestar”. Hace tiempo que la sangre ha dejado de correr y aún es común ver en residenciales de ancianos la amistad entre excombatientes de bandos opuestos. La transición de la dictadura a la democracia mostró al mundo un trabajo complejo, arduo y exitoso. Pero Unamuno también vería políticos sin ninguna solidez intelectual que se empeñan en reescribir la historia y alentar en la población una guerra de “memorias” entre quienes solo pueden defender un relato. Entonces es muy posible que nos alerte sobre el peligro de revivir viejos fantasmas y que le siga doliendo España.
(*) Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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