Sobre la señora Mirta Vanni hay mucha información. Y no es porque cumplirá el próximo enero sus primeros cien años. Su caso no es asimilable a aquella opción helénica entre una vida corta y gloriosa, y una larga y anodina. Doña Mirta Vanni de Barbot ha superado con creces esa falsa opción.
Entre el material disponible para recordarla en vísperas de su centenario, está el libro de Soledad Gago Uruguayas rebeldes, en el que aprendemos que doña Mirta, para festejar su cumpleaños número ochenta, se lanzó en paracaídas. En el prólogo, Ana Laura Pérez trata de explicar por qué su inclusión en el conjunto de esas 45 mujeres: fue una de las que “se animaron a empujar los límites aceptados de su época”. Ignoro si esos límites excluían a las mujeres de los vuelos en aviones.
En 1943 cuando, obtuvo su brevet como aviadora civil, ya hacía unos cuantos años de la hazaña de madame de Laroche. En 1943 Estados Unidos creó el WASP (Women Airforce Service Pilot) por necesidades de la guerra. Los soviéticos incorporaron mujeres al combate aéreo en 1942, y no dejemos de señalar que la gran Amelia Earhart (aviadora civil) había desaparecido en el Pacífico a mediados de 1937.
Como hace notar Gago en su trabajo, ya habían egresado aviadoras civiles antes de Vanni, y eran varias las inscriptas para esa actividad. Según esta joven autora, de todas las recibidas “ninguna siguió. Y Mirta sí”.
Lo que no comprendo, y esto es una reflexión sin ánimo de polémica, es la razón por la cual se incluye en el citado libro a Irma Avegno. La rebeldía de Irma se canalizó falsificando en vales, pagarés y documentos varios la firma de su novia Lala Rubio. Por razones que no alcanzo a comprender, figura, además, en la serie de sellos del Correo Uruguayo “También hicimos patria”. Aunque allí la inclusión está justificada por “su manifiesto homosexualismo y una astucia peculiar”. Como se ve, hay distintas formas de entender eso de “hacer patria”. De todos modos, le hace un flaco favor a doña Mirta la compañía.
¿Que hizo Mirta Vanni?
Recurrimos a otras fuentes. En esa búsqueda hallamos interesante información en la web Memorias del tiempo de vuelo.
El piloto aviador militar don José Abellá refiere al servicio prestado por nuestra admirada señora durante las inundaciones de 1959. De esos tiempos recuerdo que incorporé a mi vocabulario la palabra damnificados. Así, en plural, era referencia obligada de las notas periodísticas en esos diluviados tiempos. Más adelante, aprendí que las sesiones del Parlamento son maratónicas. Y, como nunca es tarde para incorporar conocimientos, no hace mucho asimilé que para expresar acuerdo debe decirse totalmente.
Pero volviendo al 59, mientras yo, a mis doce años enriquecía mi léxico, había mucha gente que la estaba pasando muy mal. Y doña Mirta se ocupaba en contribuir a aliviar ese sufrimiento.
El diario El Día –dice Abellá– en su edición del 17 de abril informaba: “Se han puesto a órdenes de la FAU cincuenta aviones mono y bimotores con tripulación. Es cierto que este es solo un aspecto de la solidaridad demostrada en la época, pero es donde interviene doña Mirta. Las condiciones del tiempo son de imaginar, al punto que nuestra heroína declaró: “Yo tuve más de un aterrizaje por ahí en alguna carretera esperando que mejorara el tiempo para seguir…”.
La organización dividía los grupos de ayuda por actividades. Uno se dedicaba a los vuelos de observación, coordinando con Policía y Bomberos. Otro actuaba cumpliendo funciones de auxilio donde el aterrizaje era posible, pues no siempre se encontraban carreteras disponibles.
El tercer grupo, al cual pertenecía doña Mirta, transportaba insumos médicos y, en ocasiones, alimentos. Aunque estas no eran sus actividades exclusivas. En tal sentido Abella señala un par de anécdotas bien ilustrativas.
Rescatista
Aunque para el Diccionario de la Lengua española el término rescatista es un americanismo, nos incluye en el listado. Si bien lo define como “persona que se dedica”, lo que no es el caso de doña Mirta, la necesidad ya sabemos qué cara tiene. El grupo hacía base en el aeropuerto de Melilla. Nos cuenta Abellá que hasta allí se acercó una señora en estado de desesperación. Y no era para menos. Su problema era de extrema gravedad.
Para que se aquilate la dimensión del desastre, baste recordar que con la Represa de Rincón del Bonete a punto de colapsar y la ciudad de Paso de los Toros inundada en buena parte, se había dado la orden de evacuar la ciudad. En el tren que llevaría a los damnificados, estaba una señora con su niño de nueve meses. Lo dejó a cargo de otra señora mientas iba a otro vagón a buscar leche. En ese momento se separaron los vagones y uno se dirigió a Montevideo y el otro a Chamberlain, una localidad a pocos kilómetros de Paso de los Toros. Allí fue doña Mirta y buscó al niño hasta que lo encontró. Abella cita sus palabras: “Yo no podía venir con el bebé en la falda, entonces conseguí un periodista que quería volver a Montevideo y lo traje con él”.
Otro testimonio que no puede desconocerse es el del mayor aviador (retirado) don Jorge Cobas González, otro concienzudo estudioso de la aeronáutica nacional, que suele escribir bajo el seudónimo Pilotoviejo.
Trabajo peligroso
En esas Memorias del tiempo de vuelo se cuenta un hecho que Cobas vivió en 1974. En esa época existía en nuestro país “una situación de guerra interna”, dice, señalando el contexto en que situar la anécdota. Cobas era teniente segundo en ese momento y revistaba en la Brigada Aérea Nº 1. Un día llegó la información de que un avión sobrevolaba el Penal de Libertad y debió partir hacia allí. En el Penal, recuerda, “estaban recluidos la mayoría de los llamados ‘tupamaros’, integrantes de la guerrilla que entonces asolaba al país”. La acción del sobrevuelo constituía, lógicamente, una irregularidad extrema.
El avión en cuestión era un aparato pequeño, que efectivamente estaba realizando el hecho denunciado. Se suponía que cumpliendo funciones de espionaje. La descripción de Cobas sobre lo que sentía en ese momento merece una lectura. Se adivinará que quien pilotaba el avión era doña Mirta, fumigando unos campos vecinos. Pero lo destacable de esto es el manejo de la situación, que tuvo un final feliz, aunque podía haber tenido otro. Tan es así, que Cobas culmina su interesante relato diciendo que “el piloto, seguramente nunca supo lo cerca que estuvo de ser derribado por un avión de la misma Unidad de Vuelo que veinte años después le rendiría justo homenaje”.
Mirta Vanni fue la primera mujer en asumir la jefatura del Servicio Aéreo del Ministerio de Ganadería y Agricultura, donde luego de treinta años se jubiló con el cargo de subdirector general. Coordinó el curso de piloto agrícola y representó a Uruguay, en Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Estados Unidos, Holanda, Francia, Reino Unido, Costa Rica y Jamaica. Se retiró en 1985.
Ella sí que “hizo patria”. Justo y necesario sería que se le tributara el próximo 4 de enero un reconocimiento especial.
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