En nuestra nota anterior nos referíamos a Pasteur, a su intención de instalar un puesto de trabajo en el poblado de Meudon y a la resistencia de sus habitantes –que habría llegado hasta la amenaza– ante el temor de que alguno de esos perros rabiosos escapara. Corría el año 1884 y la prensa española toma de la francesa una noticia impactante: una mujer le había dirigido una misiva al sabio.
«Señor, habiendo experimentado ya, en 1878, durante casi seis meses, los accidentes consecuencia de la mordedura [de un perro rabioso] y de las cauterizaciones que dieron lugar a la deformación del pulgar izquierdo; habiendo sentido la angustia que, si no soy una excepción, debe caracterizar la enfermedad, no actué a la ligera al escribirle mi primera carta. Lo hice con pleno conocimiento de causa. Estoy dispuesta a todo y no tengo miedo […] lo que creo que es un buen pronóstico. ¿Puede la prueba tener algún interés para la ciencia? Este es el único punto que me preocupa, y sólo usted puede decidir la cuestión. Si su respuesta es afirmativa, no dudaré en someterme a lo que considere oportuno probar, e incluso a internarme bajo su cuidado, si lo considera útil».
La señora era bastante conocida en Francia, pero se esforzaba por serlo aún más.
Contemporáneamente a esa segunda propuesta a Pasteur, ella se ofrecía para hacerse congelar por un médico sueco de apellido Gruselbach que decía haber «descubierto la manera de suspender la vida de cualquier persona por uno o dos años». Es decir: congelaba al paciente, operaba y en el momento indicado, descongelaba. El problema era que nadie quería someterse al experimento.
Salvo… Mme. de Valsayre. Con estos datos uno se siente tentado a pensar que esa dama, por lo menos, tenía una gran vocación exhibicionista, o era realmente una mártir de la ciencia. Esa misma curiosidad impulsó a la prensa a averiguar un poco más sobre este personaje.
En diciembre de ese mismo año, La Dinastía de Barcelona informaba que «doña Josefa Astié de Valsayre […] hace dos meses mordida por un perro atacado de hidrofobia […] que posee 50.000 francos de renta […] careciendo de familia» se ofrecía en holocausto de la humanidad, actitud que no vacilaba en definir como «heroica».
Ni Josefa, ni hace dos meses mordida, ni hidrofobia –que es un síntoma de la rabia–, ni 50.000 de renta, ni carecía de familia. Pese a que algunos medios decían que era casada con un médico de apellido Astié, que falleció en 1881, y que ella también era médica, cuando no había llegado a recibirse, la señora tenía méritos para destacarse sin necesidad de que le adjudicaran títulos. Era música, interpretaba el violín a la perfección y tocaba muy bien el piano. También era compositora y escritora. En cambio, tenía, para la sociedad de la época, el inconveniente de ser feminista. En la medida que fueron divulgándose distintos aspectos de su personalidad, el juicio periodístico fue variando y de esa heroicidad que en un principio se elogiaba pasó a ser objeto de burla.
A ponerse los pantalones
Uno de sus reclamos, que causó rechazo en la sociedad, fue su pretensión de que las mujeres usaran pantalones. Ella sostenía que el vestido femenino era no solo incómodo para las mujeres, sino que las exponía a accidentes. En suma, reclamaba por un buen par de pantalones. En Francia regía una ordenanza del 16 Brumario del año IX de la Revolución (7 de noviembre de 1800) que establecía para «evitar el travestismo de las mujeres» que aquella que quisiera vestirse como hombre –el pantalón era un derecho exclusivo del hombre y del ciudadano– debía ser autorizada por el Prefecto (Jefe de Policía) de París. La violación de esa norma podía producir el arresto de la infractora.
Mme. Valsayre no fue autorizada. En 1887 El Imparcial vuelve a la carga. El pobre prefecto estaba acosado por una legión de mujeres que reclamaban vestirse como hombre. Mujeres que «han perdido por completo el hábito de llevar faldas, y que en su mayoría eran tenidas por hombres en los cafés, bailes y teatros». Agrega el medio que el prefecto se muestra muy parco en dar estos permisos, aunque «hay tres hombres a quienes […] ha autorizado para que vistan traje femenino, con objeto de que puedan ocultar defectos físicos». Mme. Valsayre no tuvo esa suerte. Pero la señora era una activa feminista. Empezó a juntar firmas y presentó ante las Cámaras quinientas rúbricas de señoras «que a toda costa quieren dejar la modista por el sastre».
¿Quién era Valsayre?
Solía firmar como Marie-Rose Astié de Valsayre. Astié era el apellido de su esposo, ¿y el resto? El profesor Gilles Picq en su trabajo Reflets d’une Maupassante, analizando la figura de la escritoraGisèle d’Estoc, nos aporta buena información. El nombre real de esta señora era Claire Léonie Ferdinande Tastayre. De Valsayre era un seudónimo. Nacida en París el 30 de agosto de 1846, era hija de Claire Rosalie Tastayre «y de un señor que olvidó dejar su tarjeta de visita». Marie-Rose era otro seudónimo, igual que los de Dame Marthe, Jean Misère, Jean d’En Face, Fernand Marceau o Jehan des Etrivières, que también usó.
Estudió canto, piano, violín y composición, además era una excelente pianista. En 1867 quedó embarazada y en febrero del año siguiente dio a luz un niño. Tampoco el bebé tuvo apellido paterno. El médico que la asistió en el parto era Louis Charles Astié, de 38 años, que unos meses después se casó con ella, que tenía 22, y reconoció al niño. El casamiento, dice Picq, llevó a Mme. Astié a cambiar de rumbo: comenzó a estudiar medicina y farmacia. Sirvió como enfermera en la guerra franco-prusiana donde fue herida. En esa época fue secretaria de Emile de Girardin, dueño de los periódicos Petit Journal y de La France, propulsorde los derechos políticos de la mujer y de gran influencia sobre ella.
Astié muere en 1881. Deja una joven viuda con dos hijos y sin un centavo. Es a partir de esa situación que ella empieza a construir su personaje. Da lecciones de piano, escribe en la prensa y da conferencias feministas. En ese contexto se producen las propuestas a Pasteur y a Gruselbach.
Fundará una escuela para practicar esgrima y se batirá duelo con otras mujeres. Una polémica sobre las excelencias de las médicas francesas sobre todas las demás con la norteamericana Miss Shelby terminó en duelo. Valsayre hirió en el brazo a su rival. Se estrecharon las manos y poco después declaraban que irían con Mr. Brazza a civilizar el Congo.
El Liberal de Madrid, la describe como «de corta estatura, flaca, muy flaca; gasta lentes, que sostienen con dificultad sus defectuosos cartílagos nasales». Admira a las mujeres grandes y fuertes: «Viendo bajo los palitroques de una barraca, dice ella, en una feria campestre, una joven bella y musculosa, quise asegurarme de que sus pantorrillas no eran postizas y llevé a ellas mis manos […] me dio una bofetada que aún me duele».
Por su parte un periodista de El Imparcial de Madrid, a cubierto de la agudaespada de la dama por el anonimato y la distancia, la califica de «marimacho».
En cuanto a Pietro Paolo Savorgnan de Brazza, fue nombrado gobernador general del Congo francés en 1886. Actuó hasta 1897, pero no llevó con él a esas damas. Habrá pensado que ya tenía suficientes problemas…
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