El general Carlos Frederico Lecor entró en Montevideo y fue recibido el 20 de enero de 1817 (E. Acevedo dice que el 17). Se le entregó al general las llaves de la ciudad «con satisfacción y placer». Luego, «fue guiado [bajo palio] a la Iglesia Matriz, desde la cual, después del Tedeum […] tomó posesión de la ciudad, sus tropas ocuparon los cuarteles y fortalezas de la Plaza, con el mejor orden y disciplina; se enarboló el pabellón de S.M.F. (que Dios Guarde) con salvas y repique de campanas». (Libro XVI de Acuerdos del Cabildo, María, Isidoro de, Compendio de la Historia de la República Oriental del Uruguay).
Pocos días después, el Cabildo (la minoría, dice E. Acevedo, que se había ocupado previamente de destituir a los disidentes con motivos diversos, y que entonces era mayoría) protestaba ante el general portugués su obediencia a Su Majestad Fidelísima Juan VI. No contentos con eso, los capitulares presentaron al futuro barón de Laguna (fue designado tal el 06/10/1818) para que autorizara hacerle llegar al rey su súplica de que accediera a incorporar la Provincia a sus dominios. Arguyen que se trata del único que por «sus virtudes, por la dulzura de su gobierno, por la posición relativa de esta Provincia con el Reino del Brasil…». Y agregan un argumento que seguramente no usaron durante las invasiones inglesas: «por la conformidad de religión, usos, idioma y costumbres puede restablecer el sosiego, el orden y la opulencia de este desgraciado territorio».
Esta actitud no era patrimonio de un pequeño grupo, sino de la casi totalidad de las personas ilustradas del Río de la Plata, dice Acevedo, y pone como ejemplo que las principales familias recibieron cariñosamente a Berresford y sus tropas; y el intento de Alvear de entregar las Provincias Unidas a los ingleses, etc.
Hay que reconocer que el comportamiento de los portugueses no fue el de los británicos cuando tomaron Maldonado. No hubo en esta ocupación mujeres vejadas, ni destrucción de símbolos sagrados, ni se arrancó las puertas de las casas para leña del ejército invasor. Los tres días de licencia que dieron los oficiales de la reina a la soldadesca para su esparcimiento sin límites, no existieron. La religión común no era un factor a despreciar. Como tampoco lo fueron los enlaces de los oficiales británicos con damas montevideanas.
Lazos de sangre
El propio Lecor (54), el 3 de diciembre de 1818 (en ese entonces ya Barón de la Laguna) se casó con doña Rosa María de Herrera Basavilbaso (18), dama cuya sangre llega hasta el actual señor presidente de la República.
Según el historiador militar portugués Jorge Quinta-Nova, esta es la documentación al respecto.
«En tres de Deciembre de mil ochocientos diez i ocho; El Dr. D.n Damaso Antonio Larrañaga Cura Vicario. Juez Eclesiastico de la Iglesia Matriz de Montevideo, Delegado general por el S.r Governador del Obispado en todo este Estado Cisplatino, Comendador de la Orden de Christo, &, &. Certifico en cuanto puedo i ha lugar en derecho que en el día tres de Deciembre del mil ochocientos diez i ocho, desposé i casé por palabras de presente según rito de Nuestra Madre la Iglesia Catholica Romana al Ilmo i Exmo Señor Capitan General i Baron de la Laguna D.n Carlos Federico Lecor, con la Ilma y Excm.a D.a Rosa de Herrera, natural de esta Ciudad, hija de legítimo matrimonio del Sr. D.n Luis Herrera i de la Sra D.a Gervasia Basavilbaso: Siendo testigos dicha D.a Gervasia i D.n Franco Muñoz i es para los fines que les convenga les doi á su solicitud este Certificado: Montevideo. Febrero once de mil ochocientos veinte i dos. DAMASO ANTONIO LARRAÑAGA».
«Esta copia concuerda en todo con el Original que el referido Sr.Vizconde i Baron de la Laguna me presentó por manos de su Capellán el P. D.n Buenav.ª Borras Lector en Sagrada Theologia del Orden Cister.. en el dia trece de Febrero de mil ochocientos veinte i seis i por verdad: Con indisposicion i comision del S.r Cura i Vicario D.n Damaso Antonio Larrañaga lo firmo como Theniente de Cura de esta Iglesia Matriz de la referida Ciudad de Montevideo. Fecha ut supra. – Fermín Bouquete Azuan. (Archivo de la iglesia Matriz, “Libro 1.º/de/Matrimonios/empieza/en Mayo de 1819”: Montevideo)».
Un cumpleaños real
Por supuesto que el Cabildo no estaba conforme aún con las muestras de sumisión ofrecidas y se le presentó una oportunidad imposible de desaprovechar.
De algún modo los capitulares se enteraron de la mejor noticia que podían recibir: el 13 de mayo de ese mismo 1817 era el cumpleaños de S.M.F don Juan V (que Dios Guarde). Ni cortos ni perezosos solicitaron al general autorización para hacer una fiesta celebrando tan magno y grato acontecimiento. El problema que se les presentaba era el de cierta escasez de recursos. Los ingresos del Cabildo habían mermado sensiblemente. Hasta no hacía muchos días la ciudad había vivido un estado de guerra de modo que el tesoro municipal estaba literalmente exhausto.
Cuando el general recibió el planteamiento del Cabildo, le pareció una excelente idea. ¿Qué mejor modo de demostrar ante sus superiores el éxito de su política cisplatina?
De modo que, generosamente, prestó a los efusivos festejantes la suma de 1600 pesos que luego amplió a 2600.
Montevideo de ese entonces era un gran caserío rodeado de fuertes murallas. Las casas de dos pisos no abundaban. A esas azoteas o a los balcones de las familias acomodadas, subían las personas a ver llegar o partir los barcos. Así, atestigua Acuña de Figueroa en unos de sus innúmeros poemas: Corre el pueblo al recinto y azoteas/ Y a la luna que espléndida brillaba, / Ve acercarse y fondear fuera de puerto / Un bergantín de guerra y dos fragatas.
La mayoría de las calles no eran empedradas y la sobriedad de las costumbres no permitía mayores diversiones. Fácil es comprender la expectativa de las familias pudientes y del pueblo llano ante la proximidad del acontecimiento.
Inolvidable
Y al fin llegó el ansiado día. Seguiremos el hilo de la nota del escritor e investigador Ernesto Villegas Suárez en Anales Revista Nacional editada en 1920 que,si bien no estuvo allí, afirma basarse en documentación oficial, correspondencia particular y un documento del archivo de su pariente el Dr. Felipe Villegas Zúñiga, entonces director de la Biblioteca Nacional.
El día 13 amaneció con repique de campanas, cañonazos, misa en la Matriz y más tarde una función de una compañía cómica, destinada al pueblo llano.
El programa consistía en baile y ambigú. Ya sonaba la música cuando llegaron los invitados, donde no faltaron Lecor y sus oficiales. Mientras algunos asistentes bailaban al ritmo de contradanzas, valses, pavanas y minués, otros comían bizcochos, panales, dulces y bebían café, té, chocolate, licor superfino francés, ron, o vinos de la madera.
Las damas lucían sus atuendos más lujosos adornados por joyas. Entre ellas se encontraban doña Pascuala Martínez y sus hijas. Las bellas señoritas de Oribe. En un lujoso sillón conversaban las señoras de Camusso y Chopitea; doña Concepción Estrada en amable plática con Pepa y Margarita Idiarte, junto con las de Zabala y las huerfanitas de Cabáñez. Más allá, alternando con oficiales de Marina, estaban las de Ellauri, de Durán y de Aldecoa, Segundita Diago y doña Cayetana Herrera…
Como se ve, la reunión dio lugar a una lúcida nota social. Un acontecimiento inolvidable.
Mientras tanto, Artigas desde Purificación daba un paso más hacia su cruz.
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