Recién había descendido Amado Nervo del buque Highland Pride, cuando un periodista del diario La Mañana se acercó al poeta, que venía a Uruguay con la representación del gobierno de México a la transmisión del mando presidencial a Baltasar Brum. El reportero hizo a un lado la investidura de diplomático del mexicano y dirigió sus preguntas a hurgar en la mente del vate.
Era la primera vez que Nervo pisaba el suelo uruguayo. Días antes había establecido su residencia en Buenos Aires como embajador del gobierno de México, concurrente en Argentina, Uruguay y Paraguay. No era este un lugar del todo desconocido para Nervo. Era asiduo lector de José Enrique Rodó y admirador de Juan Zorrilla de San Martín. Había leído la revista de arte Apolo de Montevideo, que siendo un grueso tomo de 130 páginas circuló mensualmente de 1906 a 1915 con colaboraciones de poetas de toda América Latina. Se declaró “viejo amigo” de Caras y Caretas y lector de la literaria Nosotros de Buenos Aires. Nervo había sido además colaborador de La Nación y otras publicaciones del Plata.
“He leído, leo y siempre leeré a Rodó. Hubiera experimentado una verdadera satisfacción en conocerle personalmente, pero la rapidez de su pasaje por Madrid me impidió hacerlo. Admiro igualmente a Zorrilla de San Martín, sobre todo, por la emoción y la sinceridad con que ha escrito sus versos. La sinceridad y la emoción son las cualidades máximas de la poesía. Cada uno lleva dentro de sí un tesoro insustituible, y la verdadera originalidad consiste en escudriñar el propio corazón y expresar sinceramente el sentimiento”.
Atrás habían quedado los años en que Nervo fue corresponsal de El Imparcial de la Ciudad de México en París en 1900 y 1901, escribiendo sobre la gran Exposición Universal a orillas del río Sena y haciendo amistad con Rubén Darío. También habían terminado 11 años de vida en Francia y España al lado de su Amada Inmóvil, Anne Cecile Louise Dailliez, a quien tuvo en sus brazos hasta su último suspiro y con quien siempre vivió en tan estricto estricto secreto, que -según sus biógrafos- ni el portero del edificio supo que eran una pareja.
Montevideo se habría de convertir en el lecho de muerte de Nervo el 24 de mayo de 1919. Hospedado en el Parque Hotel, frente a la playa del Saladero (hoy, Ramírez), el mexicano falleció víctima de una uremia. Sus últimas horas fueron de dolor y soledad, sin hijos, sin esposa, aunque rodeado de los más altos representantes del gobierno uruguayo, diplomáticos, intelectuales y artistas de Montevideo.
Sus funerales frente a la escalinata de la Universidad de la República, atrajo a miles de personas, figuras públicas y poetas que, como Zorrilla de San Martín, despidieron al vate con sentida oratoria y versos nervianos, en una espontánea manifestación de masas que ningún otro escritor ha recibido.
A cien años de su deceso, la comunidad mexicana radicada en Uruguay y autoridades del estado de Nayarit, tierra natal de Nervo, en combinación con la embajada de México, realizaron una serie de actividades en Montevideo para conmemorar aquellos hechos que conectaron a través del arte a mexicanos, uruguayos y otras naciones latinoamericanas donde se conocía la lírica del nayarita, cuyos libros se vendían por miles en España y toda América.
Para reflexionar sobre la figura literaria de Nervo, una asociación civil denominada Red Global Mx, convocó el 22 de mayo de pasado a una disertación pública en el Ateneo de Montevideo, el sitio en el que, ocho días antes de fenecer, el autor de En Paz, Gratia Plena y Plenitud declamó por última vez en público, ante unas 300 personas, proclamándose ahí mismo portador de una “embajada del corazón”.
En esa conmemoración del centenario luctuoso, la embajadora de Nicaragua, Emilia Torres, intervino con una ponencia sobre la convivencia de Nervo y Darío en París. “Si el modernismo tuvo en Rubén Darío a su patriarca, en Amado Nervo tuvo a uno de sus príncipes más celebrados. Ambos vivieron engarzando los versos en un común ideal, del que fueron apóstoles en tierras extranjeras”, dijo la diplomática, de formación literaria.
En esa disertación pública, Hugo Manini Ríos, ex presidente de la Sociedad Rodoniana, reflexionó sobre la vida intelectual latinoamericana y la proyección que Nervo, Rodó y Darío dieron al pensamiento y al arte latinoamericano en el mundo. Señaló que el modernismo no solo revolucionó el estilo sino el contenido del mensaje literario. Bruno Podestá, responsable de las actividades culturales de la embajada de Perú en Montevideo, habló de otro contemporáneo de aquellos poetas, el diplomático y escritor Víctor Andrés Belaunde, quien estuvo junto a Nervo hasta su fallecimiento.
Un buque uruguayo transportó el féretro del mexicano hasta el puerto de Veracruz, escoltado por una nave argentina, en un largo periplo que transcurrió de setiembre a diciembre de 1919 y que la historiadora uruguaya Cristina Montalbán documentó en Nervo. Vida, muerte y el hito americanista de su repatriación, publicado por el gobierno de Nayarit. Sus restos yacen hoy en la Rotonda de las Personas Ilustres, en Ciudad de México.
En el libro de actas del Ateneo de Montevideo está escrito que Juan Zorrilla de San Martín llamó a Amado Nervo el “poeta de América”, durante un recital de poesía del mexicano, el 16 de mayo de 1919. Diez años después, el poeta de la Patria uruguaya y Alfonso Reyes, ensayista y diplomático mexicano sucesor de Nervo en el Plata, rindieron tributo a Juana de Ibarbourou nombrándola “Juana de América” en una ceremonia en el salón de los Pasos Perdidos del Parlamento.