Dice Borges que “la poesía está en el comercio del poema con el lector” y que si “toda poesía es misteriosa nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir”. Esto podría aplicarse, sin violencia, a la ópera, donde una acción escénica se armoniza con el canto y la música. Y tal vez sea por eso por lo que muchas veces los autores son recordados por obras que ellos mismos no han considerado las mejores. Mascagni afirmaba que, si bien la mayoría creía que Cavalleria rusticana era su obra más lograda, él consideraba que su más bella melodía, se encontraba en un pasaje de su ópera Il piccolo Marat.
Otro tanto puede decirse del español Tomás Bretón (1850-1923) que, hacia 1885, abogaba, contra la opinión del musicólogo Antonio Peña y Goñi, a favor de una ópera nacional española, que superara el género de la zarzuela. Afirmaba don Antonio que “la mal llamada zarzuela, la ópera cómica española, es una gran gloria nacional, y será probablemente la conquista artístico-musical más importante del presente siglo”.
Los años terminaron dando la razón al prestigioso crítico vasco: a Bretón se le recuerda por una zarzuela. En 1894, se presentó en el Teatro Apolo de Madrid La Verbena de la Paloma, recibiendo el aplauso casi unánime del público y de la crítica.
Comienzos difíciles
Era hijo de Antonio y Andrea, panaderos, tal como los padres de Mascagni. Aún no había cumplido tres años cuando murió su padre y su madre quedó en la difícil situación que es de suponer. Sin embargo, la señora cuidó de la educación de su hijo. El niño aprendió a leer a los cuatro años y a los siete ya escribía con corrección. A los ocho dejó la escuela para dedicarse a la música, por la que manifestaba una clara vocación. A partir de 1858 estudió solfeo, piano y violín en la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, una institución financiada por los plateros de la ciudad de Salamanca. Los recursos los obtenía tocando en pequeñas orquestas e iglesias. A los once años ingresó como violinista en el Teatro del Liceo de Salamanca. El director del madrileño Teatro de Variedades, estando en Salamanca, se sorprendió del talento del chico y aconsejó a su madre que lo llevara a Madrid. Así, el músico quinceañero ingresó al teatro nada menos que por influjo del propio director.
Los tiempos parecían mejorar. La madre se mudó a la capital española con Tomás y su hermano de oficio platero. La estancia de la buena señora duró poco. Apareció el enemigo en forma de epidemia. No sabían bien si era o no cólera, pero a los efectos convenía poner pies en polvorosa. De modo que les pareció oportuno mudarse al buen aire de Salamanca. Tomás, que no creía en sombras ni bultos que se menean, o estaba con “gloria o muerte”, decidió quedarse y seguir sus estudios en el conservatorio. Pero también el hombre tiene que vivir de pan. Consiguió un trabajo en Café del Vapor de la plaza del Progreso, nombre que el establecimiento llevaba para diferenciarlo de otros Cafés del Vapor que, por lo visto, abundaban en la época. Según sus biógrafos “ganaba catorce reales diarios y un café con tostadas”. Así, fue saltando de una a otra orquesta a medida que progresaba en su carrera. En 1876 inauguró su primera ópera: Guzmán el Bueno, que se representó exitosamente en el teatro de Apolo, y desde aquella ocasión quedó consagrada la fama del maestro. Pero volvamos a la Verbena.
La Paloma
El nombre completo de la obra que más dinero y fama le otorga es La verbena de la palma o El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos. El título es bien explícito. Si no sabemos de qué se trata, alcanza con leerlo. Pero hay que tener algunas claves.
Ya sabemos gracias a ese regalo de la RAE que es el DLE que por “verbena” se entiende fiesta popular con baile que se celebra por la noche, al aire libre y, normalmente, con motivo de alguna festividad. ¿Y la Paloma?
El escritor e historiador Ramón de Mesonero y Romanos (1803-1882) dice en 1861 que ”en la calle de la Paloma, entre las de Calatrava y la Ventosa, se halla, entre los números 21 y 23, otra pequeña, aunque preciosa, capilla, construida en los últimos años del siglo pasado por la diligencia y caridad de una piadosa mujer llamada María Isabel Tintero, y con las limosnas de los fieles vecinos de aquel barrio, para colocar en ella una devota imagen de nuestra Señora de la Soledad, muy venerada en el mismo por su milagrosa virtud”. Agrega, además, que en esta zona del barrio de La Latina se hallan “casas, bajas y mezquinas unas, subdivididas otras en infinidad de viviendas por demás incómodas, hallan albergue millares de familias de artesanos, jornaleros, corredores, chalanes, vagos y hasta malhechores, que abundan, como en todos, en el pueblo bajo de Madrid; bastando decir que, la calle de la Paloma [encierra] muy cerca de mil [personas] en solo treinta y un edificios”. Y matiza que pese a esto “la espaciosidad regular de las calles y la ventilación y altura de los sitios dan a este barrio cierto aspecto halagüeño y condiciones de alegría y salubridad”.
Y aquí tenemos el lugar. ¿Y el motivo de la fiesta? La información empieza con el diálogo entre don Sebastián el tendero y don Hilarión el boticario. Sentados en la vía pública se quejan del calor. Es que están en agosto, y el 15, se celebra la Asunción de María. De modo que están claros la oportunidad de la verbena y la festividad. Esta verbena no es precisamente una fiesta religiosa. Pero el autor del libreto, el dramaturgo Ricardo de la Vega, se encarga de hacer decir al esposo de señá Rita que se trata de una diversión “honesta”. ¿Hasta dónde llegaba la religiosidad en estos ambientes?
El escritor y periodista Enrique Sepúlveda (1844-1903) nos instruye un poco más: “Los hombres más rudos de los barrios bajos, los que no creen en Dios ni en el infierno, los que no van a misa ni se confiesan nunca, creen a pies juntillas en la Virgen de la Paloma, y la adoran cual si fuera la ilusión más sublime de su espíritu”. Estos conceptos los escribe muchos años después. En su momento, había celebrado al músico. También al libretista, sin perjuicio, de hacerle notar la existencia de ciertas “frases de doble sentido, extremadamente crudas, fuertes y de mal gusto”.
Vista ciento treinta años después esas críticas carecen de entidad. Para cerrar la nota, agregamos unos fragmentos de la letra y una invitación.
Coplas de don Hilarión (por “el boticario y las chulapas”)
Tiene razón don Sebastián, / tiene muchísima razón.
Mas si me gustan / las hijas de Eva, ¿qué he de hacer yo?
Nada me importa el qué dirán: / sigo la pública opinión.
Y si me encuentro / como un muchacho, ¿qué he de hacer yo?
Chotis (por “los celos mal reprimidos”)
Julián: ¿Dónde vas con mantón de Manila? / ¿Dónde vas con vestido chinés?
Susana: A lucirme y a ver la verbena, / y a meterme en la cama después.
Julián: ¿Y por qué no has venido conmigo, / cuando tanto te lo supliqué?
Susana: Porque voy a gastarme en botica / lo que me has hecho tú padecer.
La invitación es a disfrutar de La Verbena de la Paloma en esta versión: https://www.youtube.com/watch?v=c_XNnvmLQ1Q
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