Los rusos se retiraban frente a los franceses, destruían todo, no dejaban un caballo, una vaca, una oveja, una gallina. Los franceses llegaban como bestias feroces y hambrientas. Iban descalzos, semidesnudos, sin pan, sin paga, con un fusil que sólo abandonaban, por un instante, para saquear lo que había podido escapar a la destrucción.
José de Maistre
Ante la inminente llegada del invierno, la contraofensiva ucraniana es noticia en casi todos los medios de comunicación internacionales. El hecho justamente de que se avecine el invierno hace necesario para ambos bandos posicionarse para lo que viene. En ese sentido, Ucrania avanza reconquistando territorios y Rusia anuncia como un león puesto en apuros que se prepara para dar un golpe decisivo en la contienda. Sin embargo, no es la primera vez en la historia que sucede algo así, y alguna de las lecciones que nos deja el conocimiento del pasado es que con Rusia las apariencias engañan, sobre todo cuando parece debilitada.
En 1812 Francia o, mejor dicho, “La Grande Armeé” –que estaba compuesta por solo un quinto de franceses, puesto que el resto eran alemanes, polacos, italianos, piamonteses y españoles, conformando un ejército plurinacional– era conducido a través del liderazgo político y militar de Napoleón Bonaparte hacia territorio ruso, buscando un enfrentamiento directo, una batalla decisiva para poner fin a la guerra en el este antes de la llegada del invierno.
Ahora bien, para comprender esta guerra debemos tener en cuenta que Francia desde la revolución de 1789 se había convertido para el resto de Europa en una amenaza. Las ideas revolucionarias francesas constituían el verdadero enemigo en aquel entonces para las monarquías de Prusia, Rusia, Austria, España e Inglaterra. Pero por sobre todas las cosas, lo que más se temía era la efectividad que estaba teniendo el sistema de propaganda de la revolución y al efecto contagio de esta. Por otra parte, los integrantes franceses y europeos del ejército revolucionario consideraban que la guerra no era solo una guerra, sino la guerra que cambiaría el destino de la humanidad, y en ese contexto comenzó a distinguirse la figura de un artillero, Napoleón Bonaparte.
Francia y Rusia: las dos superpotencias de Europa a fines del siglo XVIII
A finales del siglo XVIII, Francia y Rusia eran las dos superpotencias de Europa. La primera tenía 27 millones de personas y 30 millones en la época de Napoleón, mientras que Rusia tenía 36 millones de habitantes, siendo el Estado con mayor población de la época, aunque el 90% eran campesinos. Inglaterra tenía entonces 10 millones de habitantes, y compensaba esta baja numérica de población con su desarrollo económico y naval, y la monarquía de los Habsburgo era otro importante contingente que comprendía los territorios de Austria, Hungría, Bohemia, Moravia, y sus demás posesiones, tenía unos 27 millones de habitantes. Prusia, por su parte, apenas tenía 10 millones y sin bien todavía se la respetaba por la gloria que había tenido Federico II, no era un adversario de temer. En este contexto, los dos gigantes de Europa eran Rusia y Francia.
Desde las reformas propulsadas por Pedro el Grande –como la modernización de su administración y ejército–, Rusia se había constituido en un fuerte pilar en el este, anexando en las últimas décadas de siglo XVIII varios territorios como Crimea y parte de Polonia. El embajador de Francia, Jacques de Campredon, ya había informado a comienzos de siglo a su gobierno sobre la potencia de esta monarquía renovada, y también sobre la figura de Pedro. “A la mínima demostración de su flota, al menor movimiento de sus tropas, ni la corona sueca, ni la danesa, ni la prusiana, ni la polaca se atreverán a oponerles un movimiento hostil ni a hacer avanzar sus tropas… Él es el único de los soberanos del norte capaz de hacer respetar su pabellón”, indicó el embajador. Así que cualquier intento de Francia por dominar en Europa continental no tendría éxito sin antes vencer a su rival del este, sobre todo después de la alianza que había firmado Rusia con Austria, para oponerse conjuntamente a los polacos, suecos y turcos.
Sin embargo, Francia mantuvo relaciones cordiales con Rusia hasta la Revolución de 1789. Después de esta, los gobiernos europeos miraban con desprecio lo que había sucedido en Francia y Catalina desterró cualquier idea de hacer una alianza con ella. Francia, por su parte, entendía que le correspondía torcer el destino de la humanidad, liberándola de los yugos de las monarquías europeas, considerándolas el enemigo principal de la nueva República. Así, el ejército de la República se hizo fuerte, constituyéndose en el ejército más grande de Europa, e impuso por un lapso de tiempo sus condiciones en el concierto de las potencias continentales. Sin embargo, había dos frentes en los que aún no había podido vencer definitivamente: en España y en la lejana Rusia.
Napoleón estaba obsesionado con Rusia, y Rusia estaba al tanto de los intereses de Napoleón, y esperaba que España fuese decisiva para mantenerla alejada. Sin embargo, fuera de todas las predicciones y librando una guerra de dos frentes, Francia marchó hacia el este. Primero, arrasó a Prusia que se le había querido oponer con 100 mil hombres a sus 600 mil soldados y llegó a Varsovia sin inconvenientes. Alejandro I, que estaba en Vilna, resolvió huir. Los rusos dejaron todo atrás matando animales, y prendiendo fuego todo a su paso. Entonces Napoleón comprendió que los rusos querían hacerle una guerra a la española, sin dar ninguna batalla.
“Tierra quemada”
Rusia aplicó el sistema llamado de “tierra quemada”, según José de Maistre, un diplomático, filósofo saboyano que representaba a su rey Carlos IV en Rusia, y que en la corte había ganado la confianza de Alejandro I, decía en sus memorias de la guerra: “El principal autor del sistema ruso era un oficial prusiano llamado Pruhl, especie de profesor de táctica antigua y que había penetrado grandemente en la confianza del emperador”. En definitiva, Alejandro I no tenía inconvenientes en atraer a los franceses hasta el Volga, ya que si Napoleón seguía avanzando se encontraría con las fuerzas de uno de sus príncipes a sus espaldas. Pero el ejército y el pueblo ruso desconfiaban y dudaban de esta estrategia, hasta el mismo José de Maistre pensaba que era un error. Sin embargo, toda Rusia confiaba en que solo un hombre podía salvarlos de aquella encrucijada y este era el mariscal Kutusov, que entonces tenía setenta años y que alcanzaría renombre por vencer a Napoleón en la Batalla de Borodino.
Sin embargo, Napoleón tenía reserva intacta y avanzó hacia Moscú por una tierra devastada. El 23 de setiembre de 1812. Kutusov abandonaba Moscú, no sin antes prenderle fuego a toda la ciudad cuyos edificios y construcciones eran mayormente de madera. Esta retirada fue el éxito de Rusia que no estaba preparada para otra batalla frontal, y además porque tenían un aliado temible, el invierno que llegaba. Los franceses al verse desamparados ya que la ciudad estaba totalmente destruida y no podía cobijar al ejército, acuciados por el hambre y las carencias de vestimenta, emprendieron la vuelta huyendo del invierno. Era tal la desesperación del ejército en su retirada que las ruedas de los carros aplastaban a los heridos que estaban tendidos en los caminos; la brutalidad era extrema. Los rusos entonces comenzaron a perseguir a los franceses, y les dieron muerte en la huída o bien los condujeron a Siberia como prisioneros. Entonces La Grande Armeé fue derrotada.
Tras estos sucesos, y en honor a los caídos durante la invasión napoleónica, el zar Alejandro I firmó un decreto para la posterior construcción de una catedral, la del Cristo Redentor de Moscú, en memoria de la resistencia de 1812. Años más tarde, Tolstoi publicó “Guerra y Paz”.
En conclusión, podemos decir que Rusia construyó su identidad nacional sobre la base de esta resistencia que tuvo su réplica contra Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Subestimar a Rusia a pesar del éxito de la contraofensiva de Ucrania y de los esfuerzos por Occidente por ayudarla a mantener su posición antes del inverno, podría resultar otro revés histórico cuyas consecuencias todavía son impredecibles, sobre todo para Europa.
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