Fue el vizconde de Chateaubriand el encargado de apodar a Toussaint el “Napoleón Negro”. Su breve comentario, tal como lo registra El Balear de Palma de Mallorca, que publica por capítulos las Memorias de Ultratumba del aristócrata francés en su edición del 30/1/1854, se limita a consignar que fue “imitado y muerto por el Napoleón blanco”.
La revolución francesa, preparada por los enciclopedistas y sus logias, empezó cortando la cabeza del rey, proclamando la república (simbolizada por una prostituta coronada), haciendo correr ríos de sangre con el aparatito recomendado por el Dr. Guillotin, proclamando a los cuatro vientos la igualdad, la libertad y la fraternidad, para terminar, entronizando un emperador. La colonia francesa de Saint-Domingue, no podía estar ajena a esos sucesivos cambios en la realidad política francesa.
Dice el historiador marxista C.L.R James (1901-1989) en su obra Los jacobinos negros, que en 1789 la isla de Saint-Domingue representaba dos tercios del comercio francés con el exterior y era, a la vez, la salida más importante para el tráfico de esclavos. El éxito económico estaba basado en el trabajo de medio millón de esclavos. La descripción no tiene nada de original. Miles de años la economía corrió sobre esas ruedas. En este caso, los esclavos se rebelaron, lo que tampoco es original, pero sí lo fue que tuvieron éxito, protagonizando el primer acto de independencia en la historia de América.
Postula Zorrilla de San Martín que las patrias empiezan siendo una materia cósmica, un instinto que surge de leyes emanadas de Dios. Luego aparece el hombre “brotado de las entrañas del pueblo”, que nuclea esas fuerzas y las conduce inconscientemente a hacer la voluntad del Creador. El vate aplica este proceso a la epopeya de Artigas. Y si es válido en ese caso, también debería serlo para el de Toussaint.
El héroe
François Dominique Toussaint –autodenominado L’Oubertoure– (1743-1803) nació esclavo. Su amo, lo que no era común, se ocupó de enseñarle a leer y lo hizo ocupar ciertos cargos de confianza (como cochero) que eran el máximo a lo que podía aspirar una persona en esa condición. Esto supone que no lo pasó tan mal como la mayoría de sus congéneres. El esclavo, por definición, es considerado objeto de derecho. Pero, más allá de esa ficción jurídica, son seres humanos a los que solo humillándolos y aterrorizándolos permanentemente se les puede sujetar a esa situación.
En 1791 un sacerdote vudú jamaiquino llamado Boukman decide rebelarse. Toussaint se le une, luego serán cientos y luego miles. El prestigio de Toussaint crece. Tiene algo que imanta a sus seguidores. Empieza a comprender su destino. Medio siglo después de la muerte del caudillo, el historiador, poeta y político Alphonse de Lamartine (1790-1869) romantizará el momento. En su poema dramático le hará decir en versos como estos, que traducirá Antonio Ribot y Fontseré (1813-1871:
¿Y yo?… ¡gran Dios! ¡perdona si me inquieta
la duda sin cesar! Aunque no vibre
tu voz en mis oídos sé que marchas
ante el pueblo que lucha por ser libre.
Conozco sí, conozco tus arcanos;
En mi frente tu gracia reverbera;
tú no quieres esclavos ni tiranos;
la causa justa es la mejor bandera.
La guerra será cruenta: negros contra blancos, mulatos, ingleses, españoles y por supuesto franceses. Los rivales irán variando según las circunstancias.
En París la Convención, al son de la guillotina, declama sus Derechos del Hombre y del Ciudadano. No hay lugar para la esclavitud entre esos conceptos. La noticia llega a Saint-Domingue: ¡se abolió la esclavitud!
De dos hojas
Toussaint sube un peldaño en la escalera de la fama: ahora será el ayudante del comisionado Levaux. Impulsados por la ola de optimismo, los asambleístas franceses asignan siete escaños a la colonia. Toussaint obra con astucia y logra que se designe a las autoridades francesas para esos cargos. Ahora está solo. Dice el historiador colombiano Germán Arciniegas (1900-1999) que Toussaint sabía leer, pero no escribir, ese era un arte para blancos y mulatos. Decide nombrar una comisión para producir un proyecto de Constitución. La redacción del documento incluye un artículo que lo nombra gobernador vitalicio. Lo aprueba y lo envía el 12 de febrero de 1801. Es prácticamente una declaración de independencia
Ahora manda Napoleón en Francia. Según Arciniegas, el corso no tenía simpatía alguna por los negros: “Como esclavos, está bien… Pero el negro alzado solo sirve para bajarle la cabeza”. Y pone como ejemplo al general Dumas, a quien Napoleón destituye “solo por ser hijo de una negra de Haití”. Más allá de las elucubraciones del escritor colombiano, ningún imperio se desprende alegremente de sus colonias. Tampoco era momento propicio para iniciar una acción militar, dado que Francia se encontraba en guerra con Gran Bretaña. Pero el momento llegó. Un poderoso contingente militar se dirigirá a sancionar a la colonia rebelde. En dos años diez mil soldados forjados en mil batallas viajarán a la isla.
Toussaint diseña una táctica de tierra quemada. La población se refugiará en los montes. La expedición atacante está al mando del general Leclerc, cuñado de Napoleón. La resistencia que encuentra es mucho más dura de lo que esperaba. Además, la fiebre amarilla empezó a hacer estragos. Aseguran que Jean-Jacques Dessalines (1758-1806), el lugarteniente de Toussaint, hacía reunir a los pobladores blancos en las iglesias y luego les prendía fuego. En 1802, Leclerc le escribe a su cuñado: “Debemos destruir a todos los negros, hombres y mujeres y perdonar solo a los menores de doce años”.
El cerco se estrechaba en torno a Toussaint y se le ofreció negociar. Además, sus generales estaban siendo seducidos por Leclerc con promesas tentadoras. Le llegará la hora de recorrer la otra hoja de la escalera.
Tal vez, a esa altura, Toussaint solo querría estar en paz con su familia. Y eso fue lo que se le ofreció. Llegado el momento se le prendió, y de ahí, a la fragata que lo condujo a Francia y a la prisión. Se le alojó en la cárcel más segura del país: el castillo de Joux en las montañas del Jura. Un macizo edificio “que un caballero ofendido construyó desde tiempos de las cruzadas para encerrar en él a su mujer infiel”, dice Arciniegas. Allí murió el 7 de abril de 1803.
TE PUEDE INTERESAR: