«Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra, / descansando de luchasy de viajes, / cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano».
Dice Borges presentando su volumen de poemas La moneda de hierro, que ese trabajo fue hecho en «el yermo universitario de East Lansig, y en mi recobrado país». Escrito en julio de 1976, ese «recobrado» tiene una clara connotación política. En marzo de ese mismo año un golpe de Estado había derrocado a Isabel Martínez de Perón asumiendo como presidente de facto el general Jorge Rafael Videla. Como, además, «el prólogo tolera la confidencia», aun excusándose de su ignorancia política, Borges agrega: «descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística».
Creen los especialistas que algunas declaraciones como esas y alguna fotografía le impidieron acceder al Premio Nobel de Literatura. Su incorrección política tenía que tener un coto. No importa que posteriormente revisara su punto de vista.
Es cierto que sus opiniones no se reflejaron explícitamente en sus escritos. Nunca escribió una oda a la dictadura ni a partido totalitario alguno. Apenas en alguno de sus ensayos censura tanto a Hitler como a Stalin, dos ejemplos paradigmáticos.
Otros autores, en cambio, han tenido una actividad literaria directamente imbricada con su posición política. Al caso: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, conocido como Pablo Neruda. ¿Quién no leyó: el cielo está estrellado y azules tiritan los astros a lo lejos…? Publicado por el veinteañero Neruda en 1924, Veinte poemas de amor y una Canción Desesperada sigue aun conmoviendo a las almas con sus románticos versos. Tres años después comenzó su carrera diplomática. Es curiosa la relación entre la calidad de hombre de letras y la asignación de cargos diplomáticos. O se trata de verdaderas sinecuras o hay algo especial en un escritor que mágicamente lo hace apto para representar al país…
Una estatua oscura
Según Neruda, cuando solicitó un destino diplomático le preguntaron dónde quería ir. Dice que contestó al Oriente. Lo enviaron a Birmania (actual República de la Unión de Myanmar). Neruda siguió escribiendo y viviendo y al final, confesando. Confieso que he vivido reúne las Memorias del poeta y del hombre. Ya el maestro Rodolfo Fattoruso nos ha advertido sobre las “memorias”. Nos ha prevenido sobre la dudosa veracidad del autor que es juez y parte, y que trata de suavizar lo que no le favorece. En el caso, es lisa y llanamente una violación.
Está ahora en Colombo, capital de Ceilán (actual República Democrática Socialista de Sri Lanka) en ejercicio de su cargo diplomático. Su situación no es demasiado cómoda. Tiene un sirviente y una mujer que se ocupa en retirar el balde con los excrementos del poeta –que no difieren de los de cualquier ser humano–. Parece ser una mujer muy atractiva como «una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias». Neruda intenta cortejarla mientras ella pasa impávida con su balde. Él la ve como un «animal huraño», al que «alguna vezle dejé en su camino algún regalo, seda o fruta». Ella pasaba «sin oír ni mirar». Sigan su relato: una estatua de la raza de los parias que es como un animal que no acepta regalos. ¿Y luego? ¿Locuras juveniles, la falta de consejos? ¿Una licencia poética? ¿O una agresión brutal contra una mujer absolutamente indefensa? «Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. […] El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible». Este episodio es soslayado por la mayoría de sus biógrafos, aunque es bien explícito.
Punto y coma
En 1930 se casa con María Antonieta Ageenar. Fue un gran coleccionista: botellas –que primero vaciaba– caracolas, libros, llaves, pipas, mujeres… En agosto de 1934 nace su hija Malva que padece de hidrocefalia. Neruda escribe una carta en la que se refiere a la niña en estos términos: «mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos». Cuando huyó a París con su amante, la comunista Delia del Carril –que le llevaba veinte años y lo sobrevivió dieciséis–, su esposa y la niña quedaron en total desamparo, físico, emocional y económico porque nunca les pasó un solo centavo. Malva murió en 1943. Neruda no se dio por enterado y, por supuesto, no la menciona en su «confesión».
Esa actitud frente a la vida no le impidió alabar la maternidad. En su Canto a las madres de los milicianos muertos, dice: ¡Madres! Ellos están de pie en el trigo, / altos como el profundo mediodía, (…) Yo no me olvido de vuestras desgracias, / conozco vuestros hijos / y si estoy orgulloso de sus muertes, / estoy también orgulloso de sus vidas… sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra
levantando los puños sobre el trigo.
Claro que estas eran madres de milicianos de puño cerrado y no de niñas hidrocéfalas… También es cierto que Neruda combatía desde su escritorio con su pluma fuente, el hogar encendido, la bodega de buenos vinos y la dama de turno para hacerle compañía. Los sonrientes muertos entre los trigales eran los otros.
Él era un sonriente vivo entre los poemas que a bordo del transiberiano recorriendo la estepa que estrenaba sus vestidos de otoño se congraciaba con la memoria del padrecito Stalin: Trigos, maderas, frutos / de Siberia, bienvenidos / en la casa del hombre: / nadie os daba derecho a nacer, / nadie podía saber que existíais, / hasta que se rompió la nieve / y entre las alas blancas del deshielo / entró el hombre soviético / a extender las semillas, escribe en Las uvas y el viento en 1954.
Desde 1945 se había inscripto en el partido comunista chileno al cual dedicó su Oda: Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco. / Me has agregado la fuerza de todos los que viven. / Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento. / Me has dado la libertad que no tiene el solitario.
Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego. / Me diste la rectitud que necesita el árbol.
Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres. / Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos. / Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos. /
Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca. Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético. / Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría. / Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo.
Fidel Castro también recibió sus atenciones: Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen / palabras en acción y hechos que cantan, / por eso desde lejos te he traído / una copa del vino de mi patria.
A la luz –o a la sombra– de su vida, estos versos oscilan entre el cinismo y la hipocresía. Obtuvo su bien ganado Premio Stalin por la Paz y la Amistad (luego Premio Lenin de la Paz). En 1971 no hubo objeciones para otorgarle el Nobel de Literatura que le negaron a Borges por razones políticas. Murió doce días después del golpe de Estado del general Pinochet.
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