Nicolás Granada fue poeta, escritor, traductor, militar, político y diplomático, si calificamos como tal la misión al Paraguay a la que nos hemos referido en notas anteriores. Según la profesora Marta Lena Paz, había nacido en Buenos Aires en 1840, aunque la página de autores.uy lo fecha en 1832. En la duda, fuimos a la página FamilySearch y si hacemos fe en los datos del censo argentino de 1869, la fecha de nacimiento correspondería a 1843.
En cambio, su defunción parece sobradamente probada. La revista Caras y caretas (Buenos Aires), de la que había sido constante colaborador, lo despide con una conceptuosa necrológica el 13 de marzo de 1915. Su desaparición ha sido «… un doloroso suceso para la familia literaria de las orillas del Plata [y] una sensible pérdida para la sociedad en la cual desarrolló sus diversas dotes de hombre de mundo».
Tuvo este caballero una destacada actuación en su tierra natal, pero nos interesa referirnos a su vida de este lado del Río.
Era hijo del coronel uruguayo del mismo nombre (nacido en la Banda Oriental en 1796) y nieto del coronel español Miguel Granada. Su madre fue doña Carmen Blanco, una dama que «descolló en la sociedad porteña y en el San Isidro finisecular, por la espontaneidad de sus ocurrencias graciosas y la finura de su trato». De ella parece haber heredado su sentido del humor.
En 1873 se casó con doña Nicasia Magdalena Roca. Años después el matrimonio cruzaba el río para radicarse en el Salto Oriental. En esa ciudad fundó y dirigió un periódico cuyo extraño nombre lo vinculó con Máximo Santos ya presidente de la República. No se sabe bien como, Granada tuvo en su poder una carta del hermano de Santos en la que solicitaba un bombo nuevo para la banda militar entregando el viejo. Parece que a alguien se le trabucaron las letras y lo que se pretendía devolver era el «vombo biejo». A Granada le resultó gracioso y editó un periódico con ese nombre. Santos se enteró y, aparentemente, también le resultó gracioso porque le ofreció la dirección del progubernista periódico La Palabra.
Así cuentan la particular forma de congraciarse con Santos que involuntariamente encontró Granada. Allí nació una amistad con el general que se mantuvo incólume pese a las vicisitudes que a Santos le depararía la vida política.
Llegó a ser hombre de total confianza de Santos que lo estimaba por su manera de ser y por su indudable talento. De su pluma no solo salían una tras otras sus creaciones literarias, sino, como él mismo Granada lo cuenta, la correspondencia mantenida durante el proceso de conformación de lo que se conoce como «ministerio de la conciliación».
Ya había pasado mucha agua bajo los puentes cuando la publicación, en julio de 1891, de La conciliación: narración íntima, acompañada de los documentos privados y oficiales que prepararon y dieron cima a la evolución política de 4 de noviembre de 1886.
Don Nicolás consideraba su participación política como «modesta, con la escasa influencia que podía acordarme el título de amigo sincero, poco incómodo, y nada exigente del General Santos», dice.
A pesar de esa declarada modestia, Granada fue representante nacional durante tres legislaturas: 15, del 29 de enero de 1886 al 14 de febrero de 1888, por Flores; 16, del 15 de febrero de 1888 al 14 de febrero de 1891, por Maldonado, y 17, del 15 de febrero de 1891 al 14 de febrero de 1894, nuevamente por Flores.
Una mirada cercana
Por otra parte, cuando el lanzamiento del texto, presidía la República el Dr. Julio Herrera y Obes, hombre que no solo no simpatizó con Santos, sino que fue acérrimo enemigo. De modo que no era cuestión de salir con bombos y platillos a defender al malogrado amigo. Pero él se define como «narrador de sucesos» y, por lo tanto, objetivo. Que el lector saque sus conclusiones, dice.
La narración empieza con el atentado del 17 de agosto de 1886. Estaba cenando con unos amigos en el Hotel Central cuando irrumpió una persona a comunicar que habían matado al presidente. De ahí al Teatro Cibils donde se entera de que Santos estaba herido gravemente. Inmediatamente se dirige a la casa de Santos. Encuentra al presidente atendido por los médicos, pese a lo cual ordenaba al Cnel. de Tezanos que se respetara la vida de su heridor que, además, era su ahijado. Ya era tarde, Ortiz se había suicidado con la misma arma del atentado.
Frente al intento magnicida surge un documento de censura que, una vez firmado por los legisladores, se expondría a la firma popular. El resultado más bien parecía una incitación a la venganza. El 24 de agosto se presentaba Granada en casa de Santos con el manifiesto. Téngase en cuenta que Santos había recibido hacía siete días un disparo con una bala explosiva en la cara que le había perforado la lengua y fracturado la mandíbula. Sin embargo, atiende a Granada, este lee la carta, discrepa con el tono del manifiesto y redacta:
«Señor Juez del Crimen, Doctor Don Joaquín del Castillo. Estimado señor y amigo: Justo y legítimo es que la autoridad se muestre siempre celosa y activa en la averiguación del crimen y en el castigo de los criminales, sin lo cual no hay orden ni progreso posibles en la vida de las sociedades. Pero si bien esto es cierto, no lo es menos que hay crímenes que no deben tener otros autores que el agente que los ha ejecutado. […] El criminal Ortiz, como conducido por la mano de la Providencia, se ha encargado de aplicarse a sí mismo el castigo de su negra acción. Con él todo ha concluido: que Dios lo perdone como lo hubiera perdonado yo mismo. […] no vacilo en expresar a Vd. mis sinceros deseos de ver terminado el proceso criminal a que ha dado mérito aquel lamentable suceso, en cuanto esa terminación sea compatible con nuestras disposiciones legales y los deberes de las altas funciones judiciales que están a Vd. confiadas…».
¿Lo escribió Granada? Lo firmó Santos.
Un amigo bueno
El escritor santafecino Enrique García Velloso (1880-1938) lo evoca en Caras y caretas (Buenos Aires) del 11/05/1918 y lo hace a través de una anécdota. Tanto él como Granada eran seguidores y amigos del actor cómico español Bonifacio Pinedo, que se encontraba actuando en Montevideo. En esos momentos Pinedo estaba sufriendo un gran dolor, dice Velloso. Sin duda el actor se parecía más al personaje de Leoncavallo que al de Discepolo que inmortaliza Gardel, que en situación similar exclama: Victoria, saraca, Victoria / Pianté de la noria, se fue mi mujer… Ignoro a qué se dedicaba el personaje de Discepolo. Pero este tenía que vestir la giubba, empolvarse lacara –porque la gente paga y quiere divertirse– y soportar la pena que le envenena el corazón.
Al finalizar la función, Pinedo se encerró en su camarín. Dice Velloso que nadie se atrevía a llamarlo y que incluso Samuel Blixen recomendaba que lo dejaran solo. Pero Granada desoyó la sugerencia, forzó la puerta y entró. Sobre la mesita de los afeites estaba el revólver. Y esto es lo que valora Velloso: «Granada guardó el arma y habló [para] infundir esperanzas en aquella alma atribulada. ¡Cuánta maravilla dijo!; ¡cuánta elocuencia persuasiva! […] Y a pie, hablando siempre, ahuyentando la pena del pobre histrión, el alba nos sorprendió en Ramírez, junto a la playa rumorosa toda verde de esperanza».
Y Velloso concluye resaltando una cualidad de Granada que no suele aparecer en los resúmenes wikipédicos: «Fue un amigo bueno, un compañero sincero, un filósofo necesario en ciertos instantes en que el desaliento nos asaltaba. […] Y por sobre su obra, y sus bondades, y sus risas» lo recordará siempre frente a la playa uruguaya abrazando a aquel hombre «a quien había reconciliado con la vida».
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