El 11 de julio, la Iglesia católica celebra el día de San Benito de Nursia, quien fue uno de los fundadores de la cultura europea, en un tiempo en que el viejo Imperio romano daba paso a la Edad Media. Su obra más reconocida, y cuya influencia perdura hasta la actualidad, fue la redacción de la regla monástica, escrita en torno al 530 d.C., cuyo lema fue: “Ora et labora” (reza y trabaja).
“Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar San Benito Abad, libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito”.
Gregorio Magno, Vida de San Benito Abad.
Los siglos V y VI de la era cristiana en Europa supusieron el fin de una edad y el nacimiento de otra. Las invasiones bárbaras, compuestas por pueblos diversos –godos, vándalos, burgundios, francos, lombardos, hunos, entre otros– que emigraban a Europa meridional desde el norte y el este, huyendo principalmente del hambre y la guerra, asolaban los últimos vestigios de la grandeza romana de Occidente. De hecho, Roma había sido saqueada en el año 410 por Alarico.
La península itálica como también la Galia eran tierras muy apetecidas por su fertilidad y sus condiciones para la labranza, lo que hizo que los pueblos bárbaros se lanzaran rápidamente a su conquista, aunque eso no supuso la expulsión de las antiguas familias romanas. Al contrario, en la medida de lo posible los pueblos bárbaros toleraron a los romanos y se esforzaron por adoptar las leyes romanas, especialmente aquellas que referían a los títulos de propiedad de la tierra. En ese sentido, el derecho sálico de los francos probablemente se haya visto influenciado por la lex romana.
Igualmente, cabe aclarar que había diferencias sustanciales entre los diversos pueblos bárbaros que circulaban por Europa en aquel entonces, como por ejemplo los hunos de Atila que eran temidos por la crueldad de sus campañas y sus saqueos, y que fueron, en gran medida, bastante incapaces de “romanizarse”.
La vida de Benito, el Abad
En ese contexto de transición entre un mundo y otro, nació Benito de Nursia en el seno de una familia libre, en una Italia desgajada por la violencia y por las turbulencias políticas y bélicas.
Según nos cuenta el papa Gregorio Magno, de joven Benito fue enviado a Roma a estudiar artes liberales, pero viendo allí la manera en que el vicio y los placeres desbarrancaban a los jóvenes de su edad, y temiendo caer él mismo en aquel lamentable estado, abandonó sus estudios y los bienes materiales que pudiera recibir de su padre, buscando únicamente agradar a Dios.
Algunos milagros de San Benito
De esa forma, buscando la vida en el desierto, llegó junto a su nodriza a Effide donde comenzó su vida monástica junto a otros hombres piadosos que vivían junto a una Iglesia allí apostada. Un buen día, su nodriza había pedido prestada una criba para limpiar el trigo e de forma incauta la dejó sobre una mesa donde fortuitamente se cayó y se quebró. Al descubrir la criba rota y tener que devolverla, la nodriza se puso a llorar. Al ver qué había sucedido, Benito tomó en sus manos los trozos de la criba y se puso a orar. Al cabo de un momento, la criba milagrosamente estaba en perfecto estado. Este hecho fue conocido por todos los que allí vivían, y produjo tanta admiración aquel milagro que colgaron la criba en el pórtico de la Iglesia y allí estuvo hasta la llegada de los lombardos.
Pero queriendo Benito vivir de forma anónima, en la mayor soledad posible para dedicarse al fin, a una completa contemplación de Dios, dejó Effide y a su nodriza sin decir palabra, y en secreto marchó en dirección a Subiaco, donde halló una cueva entre unos peñascos donde corría cerca el agua de un manantial. Allí vivió como un eremita durante tres años y su devoción por Dios era reconocida por todos los de aquella comarca. Sin embargo, unos monjes que vivían en un monasterio cercano le rogaron en reiteradas ocasiones que fuese su prelado ya que el anterior había muerto. Benito se negó aduciendo que su modo de vida era muy diferente al de ellos, pero ante la insistencia de aquellos, terminó por aceptar. Al cabo de poco tiempo de vivir en el monasterio bajo las reglas de Benito, aquellos monjes querían volver al modo de vida que llevaban anteriormente. Entonces tramaron su muerte.
De esa forma, le echaron veneno al vino que se serviría en la mesa y como era costumbre el vino se presentó al abad para que lo bendijera. En el momento en que Benito realizó la señal de la cruz, el recipiente que contenía el vino estalló como si le hubiesen lanzado una pedrada. Benito se percató rápidamente de la intención de los monjes. Por lo que abandonó aquel monasterio y volvió a su cueva.
Así, a muchos hombres ilustres y piadosos les llegó la fama de Benito, e iban a verle a su cueva, donde recibían el espíritu del señor a través de sus palabras, y con el correr del tiempo algunas familias romanas enviaban a sus hijos para que aprendiesen de él la verdadera piedad y se le atribuye la fundación de varios monasterios de los que él era el principal referente.
El monasterio de Montecasino
No obstante, Benito decide, ante los celos y la admiración que despertaba su fama, emigrar nuevamente, pero esta vez, acompañado por algunos de sus mejores discípulos. Así fue que llegó al monte Casino, en el que antiguamente había en la cima un antiguo templo dedicado a Apolo.
“Cuando llegó allí el hombre de Dios, destrozó el ídolo, echó por tierra el ara y taló los bosques. Y en el mismo templo de Apolo construyó un oratorio en honor de San Martín, y donde había estado el altar de Apolo edificó un oratorio a San Juan. Además, con su predicación atraía a la fe a las gentes que habitaban en las cercanías” (Gregorio Magno).
Al poco tiempo levantaron en aquel lugar un monasterio, que congregó muchos ilustres monjes, cuya fama quedó grabada para siempre en los anales de la historia europea.
Regla monástica: “reza y trabaja”
“No quiero que ignores que el hombre de Dios, no sólo resplandeció en el mundo por sus muchos milagros, sino que también brilló, y de una manera bastante luminosa, por su doctrina, pues escribió una Regla para monjes, notable por su discreción y clara en su lenguaje. El que quiera conocer con más detalle su vida y costumbres, podrá encontrar en las ordenaciones de esta Regla todo lo que enseñó con el ejemplo, pues el santo varón de ningún modo pudo enseñar otra cosa sino lo que había vivido” (Ibidem).
San Benito es considerado por los medievalistas como el fundador del monacato occidental. Antes de la escritura de su regla, y del ejemplo que significó el monasterio de Montecasino, se adoptaba en Europa con mayor o menor disciplina el estilo de vida monástica heredado de Oriente, en el que la vida dedicada a Dios se realizaba en la más completa soledad.
La regla de “Ora et labora” (Reza y trabaja) fue escrita bajo la imperiosa necesidad de regular la vida en comunidad de los monjes congregados en un monasterio, basada en los principios de humildad, caridad, obediencia, estabilidad, pobreza y fe en Dios. Sin embargo, la innovación de Benito estaba, primero, en el desarrollo de la vida en comunidad –no existía tal concepto en oriente– y segundo, en que además de dedicarle una porción del día a la contemplación y a la oración, se debía dedicar otra parte para el trabajo y para el estudio.
La regla fue escrita en latín vulgar, que era el latín que en aquel momento se hablaba mayoritariamente, porque la intención de Benito era que fuese accesible a todo público. En cierta manera la regla fue escrita para el comienzo de una nueva edad, la edad de los bárbaros.
Por eso, Benito buscó rescatar lo que consideraba lo mejor de la cultura romana del pasado, en la que la familia estaba atada al suelo en que vivía, produciendo y viviendo humildemente para su propia satisfacción, bajo la tutela del paterfamilias.
Del mismo modo, los monjes se congregaban en torno a un padre (abad) que los guiase en el cumplimiento de los principios monásticos, tanto aquellos que referían a Dios, como los que referían al cultivo de la tierra para el autoabastecimiento del monasterio.
De esa forma, los monjes benedictinos desarrollaron una nueva cultura que se expandió en poco tiempo por toda Europa y que forjó los cimientos de la cultura occidental europea. De hecho, Le Goff llegó a decir que, sin la obra de San Benito, probablemente los excesos y la violencia de los pueblos bárbaros hubiera sido incontenible.
TE PUEDE INTERESAR: