Transcurría la mañana cuando Helios, titán de titanes, dios mitológico, rey y señor, nos regalaba su amplia gama de luz y energía y todo lo iluminaba.
Yo iba rumbo al colegio donde enseño y aprendo de mis jóvenes alumnos.
Mi materia, “Educación sonora y musical”, que vinculo con la literatura y las artes plásticas en las hojas con los trabajos que les entrego, es una de las más dinámicas, producto de las posibilidades que ofrecen las variadas y aceleradas formas de comunicación del siglo XXI.
Por ello, estoy en constante aprendizaje.
Como docente, no solo debo impartir las formas y metodologías del pasado que quedaron escritas en los diversos pentagramas, sino que debo obligatoriamente nutrirme de lo que sucede en el mundo musical actual, escuchar a mis alumnos, analizar cada frase, ritmo y forma musical. Estoy en una especie de actualización semanal ya que, con gran frecuencia, los músicos y poetas presentan sus obras a velocidades de vértigo, en los difusores que pululan en línea y que se multiplican diariamente.
Sonó el celular y me encontré con un cálido mensaje de WhatsApp, que expresaba una muy amable invitación a escribir sobre un hombre, un uruguayo de la brillante generación del 900, de los mayores talentos y creador de finituras literarias y filosóficas, que definí y denominé como un “Orfebre de la palabra” ya que su engarzada y alhajada pluma, jamás empapada en tintas de la diatriba, merece, a mi valoración, la comparación con alguien que trabaja la palabra con el máximo cuidado y delicadeza, transformando la obra literaria en una joya de altos quilates.
Como estrategia pedagógica siempre relaciono mis trabajos con alguna canción alusiva y fomento a mis alumnos a compartir sus emociones para armar los versos de una canción para que la sientan como propia.
José Enrique Rodó era y es todo un desafío. Al escuchar su nombre vienen a la memoria las parábolas, “Ariel”, obra magistral que inspiró a millones y los “Motivos de Proteo”, entre otros tantos.
Y me voy a centrar en esta última, porque las transformaciones, la vocación, la actitud y la voluntad forman parte importante de lo central de este escrito.
Llegado al aula, planteo la situación del Día del Patrimonio y, para mi mayor sorpresa, ninguno de los adolescentes se había dado por enterado de la fecha y mucho menos de quién era José Enrique Rodó.
La respuesta más audaz fue la de un niño que arriesgo que el referenciado era el creador del parque de diversiones capitalino, donde estaban los autitos chocadores. Aquí, mi primera sorpresa.
Continué profundizando sobre los títulos de las obras y las biografía y así surgían preguntas en el aula. ¿Quién era “Proteo”?
A la respuesta de que era un dios mitológico del mar, y que cambiaba con frecuencia de opinión y de formas físicas, uno de los jóvenes me interrumpe afirmando que era como los X-Men, los personajes de la historieta de Marvel.
Mi preocupación fue en aumento. Cuando llegó el turno de recreo, fui a sala de profesores y pregunté a los presentes, maestras y docentes jóvenes, acerca de Rodó. La respuesta, casi unánime, me dejó atónito.
—Está en el programa de formación docente, pero nunca lo dimos.
—Yo me llevé muy mal con Rodó —comentó una maestra con algo más de experiencia—. Me resultó muy difícil comprender lo que expresaba y lo dejé de lado.
Al término del recreo y del breve intercambio, se escuchó la frase abrumadora y abominable:
—Es aburrido.
Ante estas afirmaciones, por un breve instante, tuve el deseo de ser Proteo y cambiar de forma, pero solo para evitar ser reconocido ante un inminente ataque de ira. O sea, ni alumnado, maestros y docentes tenían el conocimiento necesario para orientarlos en la lectura, obra y mensaje de Rodó.
Entonces vino hacia mí, como una flecha lanzada por Apolo, dios de la luz, la profecía y la música, una punzante idea.
Así como Rodó nos habló de la vocación en los Motivos de Proteo, me considero ser docente por vocación, y decidido a extremar la voluntad al máximo para lograr las transformaciones necesarias y lograr cambiar una realidad abrumadora. Y aunque debiera cambiar de estrategia día a día y entender que la educación pasa por los triunfos, fracasos, aciertos y errores de los educandos y educadores, que somos el resultado de fallos y aciertos, es que decidí transitar por el “Camino de Paros” en busca de José Enrique Rodó, a fin de que la juventud encuentre la esperanza, el entusiasmo, el optimismo, la fuerza para cambiar realidades que abruman y animar a renovar, poniendo énfasis en lograr una sociedad mejor, filosófica y culturalmente.
Y así empecé a cantarle a Rodó, en el tema “Orfebre de la palabra”, interpretada en el video–canción que más abajo podrán ver en el enlace.
Mañana la propuesta será otra, renovada y pensada para honrar la memoria y el legado de Rodó.
Observaré en los próximos días, los resultados, quizás desde el “Mirador de Próspero”, parafraseando a una de las más brillantes plumas de la generación del 900, el maestro de juventudes.
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