Osiris Rodríguez Castillos es un nombre casi llevado al olvido. Mis padres y abuelos recuerdan su música con agrado y cariño; pero es muy difícil que alguien de mi generación tenga el placer de conocer la música y poesía de este prolífico artista oriental.
Nacido en Montevideo en el año 1925, Osiris vivió toda su infancia en Sarandí del Yi. Aunque volvió a Montevideo este artista era un verdadero nómade, en sus palabras:
“Trabajé en la ciudad y en el campo. He vagado por toda mi tierra y por la Argentina, y por Rio Grande do Sul. No sé cuántas veces atravesé con mi caballo sobre la frontera norte… ni cuántas veces crucé en canoa el Delta del Paraná… Mi principal oficio ha sido presenciar la vida… Me gusta el mundo, es algo que se está haciendo todos los días”.
La música y copla de este artista nos lleva por todo nuestro país con sabores criollos muy refinados. No es una composición campera cualquiera; en las manos de Osiris encontramos verdaderas creaciones y desafíos guitarrísticos, traídos por un músico de verdadero entendimiento sobre su oficio que llegó a publicar su propio método para guitarra. Su poesía, por otro lado, atraviesa una copla gauchesca de colores y situaciones a veces simples, pero que en sus palabras se convierten en la magia del interior de nuestro país.
Hay un reino bajo el agua
-un sauce me lo contó
donde el Pejerrey escucha
y canta el Bagre Cantor…
En la taipa de un azude
yo vi un gurí pescador
que confundiendo a las piavas
les cantaba esta canción:
“Tararira, Tararira,
qué arisca y sabia que estás.
Anzuelo que cae al agua,
mojarra que te llevás…”
(Fragmento de “Gurí Pescador”, una de sus obras más conocidas)
Debemos también agradecer a Osiris por volver a traer géneros casi perdidos y de esa manera repopularizar la composición de ciertos folclores. Su primera obra fue en cielito, género ya existente, pero del que no existía una nueva obra desde hacía décadas.
De la misma manera que Castillos rescató parte de nuestra identidad nacional, es hora de rescatarlo a él. Ese trabajo se lo puso al hombro el licenciado en guitarra Oscar Redón Cabrera con su serie de tres libros “Quiero una copla”. En ella y con la colaboración de Hamid Nazabay, recopila, corrige y rescata las obras del artista para que puedan ser ejecutadas y repopularizadas por los cantantes y guitarristas de Uruguay y el mundo. El trabajo de Oscar es una verdadera maravilla y una muestra de esfuerzo y amor; muchas veces tuvo que hacer las transcripciones a oído en base a grabaciones en mal estado, y evaluar diferencias entre lo escrito y lo ejecutado por Osiris que, según dicen, jugaba bastante con su interpretación. El resultado es una verdadera edición de lujo con digitaciones sugeridas por el mismo Oscar, un experto en la materia.
Además de esta serie de libros, Redón ha interpretado estas obras muchas veces junto a Luciana Ferrari con una calidad excepcional, formando entre ellos el dúo “Gurí Pescador”. El compositor que fue interpretado por Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Alfredo Zitarrosa y Joan Manuel Serrat, entre otros, hoy debe ser rescatado por los jóvenes en la música, y todos estamos agradecidos tanto con Osiris como con Oscar por dejarnos este trabajo a la mano de todos.
Osiris Rodriguez Castillos fue tardíamente exiliado durante la dictadura cívico-militar, en parte por su cielito “El cielo de los Tupamaros”, que a pesar de no tratarse para nada del MLN-T y haber sido compuesta en 1959, mucho antes de su creación, fue adoptada por esa organización. En palabras de Hamid Nazabay: “El nombre Tupamaro se debe a que los ‘godos’ (españoles) llamaban así despectivamente a los gauchos rebeldes (en 1811) y estos, identificados con la grandeza del cacique Tupac-Amaru, contrajeron con orgullo el mote. El asesinato de este cacique era muy cercano en el tiempo (1781) para los gauchos orientales y por ello toman el nombre”.
Con Venancio Benavídez
y Perico “el bailarín”
saldremos a chuza
y bolas agatas suene el clarín!
Yo vide un águila mora
volando sobre un chilcal,
y era el alma cimarrona
campiando la libertá!
Cielo, mi cielito lindo,
danza de viento y juncal,
prenda de los tupamaros,
flor de la Banda Oriental!
(Fragmento de “El cielo de los Tupamaros”)
Muere en Montevideo en 1996 a causa de un aneurisma. Como despedida, lo recuerdo con una de sus más finas coplas:
Cuando me fui de mi rancho
se puso a llorar el viento
estribé, monté a caballo
y lo acuñé en el invierno.
A gatas iba clareando
por una grieta del tiempo
y me fui como la noche
trote corto y poncho negro.
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