A esta altura de mi vida he heredado varias bibliotecas, o por lo menos, algún fragmento. Del que me tocó de la biblioteca de mi tío V. Grucci Ramos aprecié fundamentalmente dos libros: La tía Julia… de Vargas Llosa y uno con siete cuentos cortos de Pirandello. Este último es una edición del Club del Libro, aquel emprendimiento de Rúben Castillo impulsado desde su programa en Radio Sarandí, que nucleó a figuras de la talla de Carlos Maggi y Ma. Inés Silva Vila. Esos notables seleccionaban títulos, que en algún caso como este hacían traducir, y los enviaban a domicilio por la módica suma de cinco nuevos pesos.
Y si usted se pregunta: ¿por qué en este caso fue necesario traducir?, la respuesta la dan los editores en pocas y claras líneas. «No hay traducciones de la narrativa de Pirandello en las librerías de Montevideo» en 1977. Como Pirandello es uno de los mejores cuentistas del mundo, esta ausencia ameritaba una explicación. Siguiendo a José Janés (fundador de la editorial que a su muerte se transformó en Plaza y Janés) lo atribuyen a que escribía en italiano (¿?) y «tal vez también a la política que siguió su país de los años veinte a los cuarenta».
Esta última dubitativa y tímida referencia a la política italiana, en buen romance quiere decir que Pirandello era fascista. En esa época,«fascista» implicaba la adhesión al partido y a su jefe Benito Mussolini. Ahora, el término se utiliza, alegremente, como una etiqueta por parte de ciertos sectores, para descalificar a todo aquel que no se avenga a la corrección política -actitud que se parece peligrosamente al fascismo y al comunismo-.
Los biógrafos sugieren que después de ese apoyo temprano, el fascismo de Pirandello se había ido destiñendo. Tampoco de la lectura de sus obras se puede deducir un compromiso ideológico -si es que el fascismo puede ser considerado una ideología-. Alguien podría pensar en un propósito acomodaticio… Lo cierto es que Pirandello se declaró partidario de Mussolini en setiembre de 1924 dirigiéndole un telegrama. No era un buen momento para esa manifestación. A mediados de agosto había aparecido el cadáver del diputado socialista Giacomo Matteotti, asesinado por unos escuadristas y el futuro fascista no parecía promisorio. Si la apuesta era a obtener beneficios y reconocimientos, sin duda era arriesgada.
¿Fascista?
En 2019 el diario il Fatto Quotidiano, recoge de las páginas de La Sicilia el comentario del profesorPiero Mieli sobre un reportaje a Pirandello. Se trata de una nota titulada A colloquio con Pirandello, que aparece en la página tres de la edición de L’Impero del 12 de marzo de 1927. L’Impero fue una publicación editada entre 1923 y 1929, que puede consultarse en la Biblioteca nazionale centrale di Roma, lo que por el momento resulta difícil. Como se puede acceder en forma digital recorrí varios ejemplares -están por número, no por fecha- hasta dar con el N°61. Mi eureka duró poco. Puedo atestiguar que sí hay una nota con ese título, pero leerla excedió mis posibilidades. De modo que confiemos en lo que dice il FQ que dice Mileiquedice La Sicilia que dijo Pirandello. Y lo que expresó el autor italiano, en mi traducción, fue: «Mussolini no tiene parangón en la historia; no ha existido jamás un conductor que haya sabido dar a su pueblo una tan viva impronta de su personalidad».
En primera plana, L’Impero -no es necesario aclarar que era un órgano fascista- publica la foto de un manuscrito de Pirandello dirigido al medio: «¡Cuántos están muertos y se creen todavía vivos! ¡Y cuántos vivos son hoy agobiados por el pensamiento de los muertos! De buena gana me pondría a hacer de enterrador para liberar a Italia de todos los cadáveres que la apestan. L’Impero diario de jóvenes vivos, debería darme una mano».
Estas declaraciones nada tienen que ver con las que hace pocos meses después en Argentina y luego en 1933: «No vengo como representante del gobierno italiano, ni como miembro de determinado partido. No soy ni quiero ser un político […] soy un artista que va recorriendo el mundo en pos de sus obras». La crítica argentina reacciona con simpatía. No era esto lo que esperaba il Duce, sino marcar presencia ante la numerosa colonia italiana. Ya esa tarea la habían cumplido entre otros el futurista Filipo Tommaso Marinetti y el compositor Pietro Mascagni, el autor de Cavallería rusticana.
No nos bañamos dos veces…
En la obra pirandelliana no hay superhombres nietzscheanos ni odas a partido alguno. Y su éxito como autor era independiente del fascismo. En la Roma de 1921, hace ya casi cien años, había presentado su Seis personajes en busca de autor. Una de esas «comedias de Pirandello, que no hay quien las entienda, hechas adrede para que ni actores, ni críticos, ni público, estén jamás satisfechos», como surge del mismo texto, que produjo elogios y críticas y se convirtió en una de las obras más representadas del siglo XX.
«El padre», uno de esos personajes, dice: «hay en nosotros tal diversidad de sujetos como posibilidades de ser. Somos diversos con uno, ahora; con otro, más tarde». Tal vez Pirandello en esa dualidad hacia al público interno y al externo, estuviera ejemplificando ese rol. En 1934, por sus méritos literarios recibió el Nobel meses después de que Italia se coronara campeona del fútbol mundial.
Pablo Neruda, Nobel 1971, tampoco debe haberlo recibido por su militancia comunista. En cambio el Premio Lenín de la Paz, sin duda. Es solo leer su meloso «A mi partido»: «Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría./Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo». (Comunismo y alegría parece de Ionesco…).
Hombre metódico, Pirandello había instruido para su sepelio: «Carro de ínfima clase, como el de los pobres. Desnudo. Y que ninguno me acompañe, ni parientes ni amigos. El carro, el caballo, el cochero y basta. Incineradme».
Hábilmente fallecido en 1936, se libró -igual que Guglielmo Marconi en 1937- del fin de un proceso que terminó con Il Duce y Claretta Petacci colgados cabeza abajo en una plaza de Milán. De otro modo, tal vez hubieran pasado doce años en un manicomio, junto con Ezra Pound. Lina Cavalieri -usaba pendientes con la faz de Mussolini- fue víctima de un bombardeo aliado en el ’44. Mascagni murió en la extrema pobreza un año después. Mientras tanto, Margherita Sarfatti, firmante de Il Manifesto degli intellettuali fascisti, ideóloga, biógrafa, asesoray amante de Mussolini estaba en Buenos Aires al amparo de Virginia Ocampo. Pero esa, es otra historia.
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