«Saldré a la calle y trataré de enamorarme», escribe Felisberto Hernández, en «Juan Méndez o Almacén e ideas o Diario de pocos días». Pero quiere un amor que no le cause problemas, al estilo del siglo XX. «Los jóvenes de ahora estamos de vuelta de los amores […] trascendentales y ridículos». A renglón seguido, la duda: no está seguro de enamorarse al estilo del siglo. Hay otros amores que son «enfermizos, pedantes, cargosos […] pero también más nobles, más hondos, más responsables». Porque después de todo, «muchas veces preferimos no estar de vuelta en muchas cosas». Aunque aclara que estos pensamientos son del personaje con el que dialoga, reflejan perfectamente un aspecto no menor de su existencia. Felisberto tuvo una intensa vida sentimental con sus cuatro casamientos y varios amoríos. Observa Vargas Llosa que «para casi todos los escritores, la memoria es el punto de partida de la fantasía».
Su primer casamiento fue con María Isabel Guerra en 1925, luego seguirán la artista plástica Amalia Nieto en 1937, María Luisa de las Heras en 1949, y la docente y escritora Reina Reyes en 1954.
El objetivo de esta nota no es la carrera del pianista, compositor y escritor Felisberto Hernández ni tampoco su vida amorosa. Enfocaremos el aspecto de la existencia de autor que atañe a su filiación política. En su caso particular hay una paradojal relación entre el amor y su posición ideológica.
Hernández era visceralmente anticomunista. Si bien, como señala Raúl Blengio Britos, los textos de Felisberto no trasuntan sus opiniones en la materia, ello no significa que no las tuviera.
Entre fines de diciembre de 1957 y los primeros días de 1958 publica en el diario El Día un par de artículos criticando duramente al comunismo. Por esos tiempos integraba un movimiento denominado MoNdeL (Movimiento Nacional en Defensa de la Libertad) y hacía propaganda fustigando al totalitarismo soviético a través de las ondas de la radio El Espectador.
En un interesante trabajo de Ignacio Bajter en Revista de la Biblioteca Nacional de 2015, este autor afirma que se trata de artículos «incalificables», propios de una «postura ingenua, simplificadora y reaccionaria» sobre «un sistema político, económico y social (que conocía a través de la prensa y la radio)». Otros afirman que Felisberto era una suerte de mercenario pago por la embajada de EE.UU. y que en ese momento pasaba necesidades económicas que lo condicionaron. Otros, en fin, achacaron la actitud del notable escritor a un desengaño ocurrido durante su tercer matrimonio.
Ninguna de esas afirmaciones podemos negar. No hemos leído sus artículos. A diferencia de don Emilio Frugoni –que escribió La esfinge roja, de recomendable lectura–, no tuvimos el gusto de conocer personalmente el sistema soviético. No sabemos si figuraba en la nómina de la embajada yanqui. En cuanto a su tercer matrimonio, hay bastante material.
África en París
Divorciado de Amalia Nieto, Jules Supervielle le facilita el acceso a París. A fines de 1946 embarca en el Formose rumbo a la capital francesa en uso de una beca del gobierno galo. Allí conoce a una mujer que se presenta como María Luisa de las Heras, con estatuto de refugiada y que fungía como modista de alta costura. No era precisamente una belleza, pero se ve que el día que la conoció Felisberto había salido a la calle a tratar de enamorarse. Como resultado, la dama resolvió compartir con el escritor la vida matrimonial. En realidad, más que una resolución de esta señora, el visto bueno lo dio el Comité para la Seguridad del Estado más conocido como KGB. Era necesario a los fines soviéticos colocar una espía en Sudamérica y que mejor que hacerlo en Uruguay y casada con el insospechable Felisberto.
La vida de África –había nacido en Ceuta– no María Luisa, como se hacía llamar, es por demás interesante. Su servicio a los comunistas españoles, la colaboración en el asesinato de Trotsky en México, sus años de guerrillera durante la Segunda Guerra Mundial la habían llevado a una posición de relevancia dentro del sistema soviético. Una vez seducido Felisberto y casada con él le resultó sencillo infiltrarse en los medios sociales uruguayos y continuar sus actividades. Poco duró su relación y después del divorcio se volvió a casar –siguiendo las instrucciones de Moscú– con un italiano radicado en Uruguay, también espía soviético. Felisberto ignoraba las actividades de su esposa, de todos modos, era más seguro ocultarlas viviendo con otro espía. África terminó su vida en la URSS con el grado de coronel y condecorada con la Orden de Lenín –la misma que le concedieron a Seregni–.
Máximas para Mínimos
El citado Ignacio Bajter comienza recordando que Ángel Rama, desde París, le había pedido a Ana María Hernández –hija del autor con Amalia Nieto– que le mandara un escrito de Felisberto titulado «Máximas para Mínimos», para incluirlo en un trabajo que estaba haciendo. Rama falleció en 1983, unos meses después del pedido. Aclara Bajter que Rama desconocía el texto que solicitaba. Dice también que «es la única muestra de expresión literaria anticomunista de Felisberto Hernández y que Felisberto «echó a andar los prejuicios de época y los prejuicios de clase». Sitúa el escrito contemporáneamente al MoNdeL y juzga que si Felisberto lo hubiera publicado «en aquel momento, los simpatizantes comunistas lo habrían maltratado».
«Trate de conocer, por lo menos Máximas para Mínimos o recibirá La Hoz en el pescuezo y El Martillo en la cabeza. No olvide que URSS significa Un Rebaño Sin Salida», titula sus apuntes Felisberto.
Se trata de una producción artesanal, con el texto precedente manuscrito en la portada y que solo replicamos parcialmente como curiosidad. La primera página contiene unas líneas introductorias y el resto son variaciones utilizando la sigla URSS:
Un Rufián Sin Saberlo, Único Resultado Su Sepulcro, Una Rama Sin Sostén, Una Ruta Sin Señales
Una República Sin Solvencia, Utopía Ridícula Sin Seriedad, Un Renegado Su Servidor, Una Racha Sin Suerte, Una Roca Sin Salvación, Una Roña Sí Señor, Un Reptil Sin Sosiego, Un Rodar Sin Seguridad, Un Repetido S.S. de Hitler, Un Regresivo Sistema Secreto, Una Rúbrica Sin Solvencia, Un Rústico Sistema Social, Un Resfrío Sin Sobretodo.
Por raro que parezca Felisberto no advirtió que su esposa era una espía soviética. Tal vez estuviera demasiado ocupado. O acaso el amor lo había convertido en un pianista ciego.
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