“También vosotros
fuisteis extranjeros
en Egipto”
(Deut. 10.99)
Mi amigo dijo: “Ellos… ¡que no vengan! ¿Por qué nosotros tenemos que solucionar los problemas de otros países? ¡Que los arreglen allá!… Y acá no hay para todos. Si para colmo se vinieron los del interior… nos sacan el trabajo. Y se aprovechan: estudian y se van”. Yo pensé: Ellos… ¿quiénes son? Los paraguayos, los peruanos, los bolitas, los africanos, los musulmanes, los talibanes… Sí, tiene razón. No me gustan. Siento rechazo. Y tampoco a los argentinos tendrían que permitirles ir a estudiar a EE.UU. Mirá Favaloro. Se especializó allá y se vino. Y si mi mucama no se hubiese venido del Paraguay, yo podría estar ocupando su puesto como mucamo. Me lo sacó. ¿O no?
La realidad de migrantes y refugiados
El ser humano fue migrante antes de ser hombre. Antes de su posición erecta, como homínido, conoció bosques y praderas, ríos y lagos, valles y montañas. Y después de encontrar la agricultura, no dejó de ser migrante. Nada es para siempre. Cambian los fenómenos naturales, las condiciones, las necesidades, y se ve necesitado de cambiar. Y, además, su intriga por lo desconocido lo lleva a explorar y ahora se lanza al espacio sideral…
En la actualidad, cargamos con fenómenos de vastas consecuencias: el cambio climático, las guerras, el hambre, la pandemia… pero aunque se trata de una tragedia de envergadura colosal, del hecho de las migraciones no se habla. Hay un silencio universal. Es incomprensible la incomprensión ante tanto dolor. Se lo ignora. Se mira para otro lado o se “cambia de canal”. Y se dice: lo lamentamos, pero les tocó lo inevitable. Nosotros ¿qué podemos hacer? No es posible hacernos cargo de problemas ajenos y en países extraños. Nos resistimos a su participación social y a su plena ciudadanía en medio de nosotros. ¿Sería la misma nuestra actitud si se tratara de parientes o amigos?
Impresiona la dificultad para tomar conciencia de la realidad de los hechos. Acaso pueda ayudar la presentación de un minúsculo muestrario de episodios sobre el tema, pero seamos conscientes que la brevedad de estas líneas apenas resulta un bosquejo de un vasto sufrimiento.
Los conflictos son una de las principales causas de los movimientos migratorios masivos. Huyendo de la violencia y de los ataques armados, muchas personas desesperadas cruzaron a otro país con poco más que la ropa que llevaban puesta, forzadas a dejar sus hogares en busca de una vida que pueda llamarse humana.
En 2021, sobre todo en África, un gran número de personas fue desplazada dentro de sus propias fronteras o hacia los Estados vecinos. En la República Centroafricana, a las elecciones presidenciales le siguieron los combates. En el este del Congo, los grupos armados cometieron atrocidades y en Burkina Faso se incrementaron los ataques violentos de los yihadistas. El resultado fue el desplazamiento de varios cientos de miles de personas.
Al mismo tiempo, los eritreos que llegaron a Etiopía huyendo de la violencia en su país, pronto quedaron atrapados en los combates de Tigray. Los campos que albergaban a miles de estos refugiados habían sido completamente arrasados y todas las instalaciones de ayuda humanitaria saqueadas y destrozadas por actos de vandalismo.
En Afganistán, la inseguridad hizo que un cuarto de millón de personas se vieran obligadas al éxodo, lo que elevó el número total de desplazados internos a 3,5 millones. Tras la toma de posesión talibana, la pobreza extrema y las emergencias relacionadas con el clima colocaron a ese país al borde del colapso.
Por otro lado, el mar Mediterráneo ha sido durante muchos años la ruta más frecuente de los que buscan alcanzar lo que creen un refugio seguro: Europa. Esa peligrosa travesía se volvió cada vez más fatídica y sus aguas se han vuelto letales, ya que los países europeos intensificaron tanto las expulsiones como los rechazos en las fronteras terrestres y marítimas. Más de 16.500 migrantes han cruzado en los primeros meses de 2021 y al menos 1140 personas perdieron la vida intentando llegar en barco. Y hasta fines de noviembre habían perecido ya en esas rutas más de 2500 personas. Muchos migrantes también quisieron entrar a Europa a través de Libia. Su costa fue escenario de naufragios mortales, lo cual reclama la reactivación de las operaciones de búsqueda y rescate. Y los refugiados y migrantes enfrentaron un trato cada vez más duro e inhumano por parte de las operaciones selectivas de seguridad.
En septiembre se produjo una crisis en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. La Unión Europea acusó a Bielorrusia de ayudar deliberadamente a los inmigrantes a cruzar de manera ilegal la frontera con Polonia. Miles de migrantes de Iraq, Afganistán y otros países intentaran cruzar tratando de esquivar los gases lacrimógenos y abrirse paso a través de las alambradas. Se informó de varias muertes entre los solicitantes de asilo, y los refugiados y migrantes permanecieron varados durante semanas en condiciones cada vez más extremas.
En América, la cantidad de desplazados en México y Centroamérica no tiene precedentes. Casi un millón de personas de la región han huido de sus países a causa de la violencia, las amenazas, la extorsión, el reclutamiento de las pandillas o la prostitución, la falta de oportunidades, los estragos de la pandemia y el cambio climático. México se convirtió en un país de destino, además de una nación de tránsito hacia Estados Unidos, con un record de 116.000 solicitudes de asilo. Allí es urgente la necesidad lograr una migración controlada y segura de la que se carece.
A su vez, el continuo colapso socioeconómico de Venezuela fue el origen de una de las mayores crisis de desplazamiento en el mundo y las necesidades de los refugiados y migrantes del país se han visto agravadas por la pandemia.
Se va evidenciando la creciente importancia de la crisis climática en las migraciones. Aunque los conflictos seguirán siendo una de las principales causas de los desplazamientos, es probable que el cambio climático desempeñe un papel cada vez mayor. En la última década, las crisis relacionadas con el clima han provocado más del doble de desplazamientos que los conflictos y la violencia. Desde 2010, han obligado a desplazarse a una media de 21,5 millones de personas al año.
Asumiendo la realidad
Todos los seres humanos hemos nacido con los mismos derechos, obligaciones y la misma dignidad para convivir en un suelo que nos cobija a todos. Y todos tenemos derecho a la subsistencia y al desarrollo, tanto las personas como los pueblos.
Es comprensible la inquietud y la desconfianza ante la llegada de un contingente de extranjeros. Arrastramos un miedo ancestral al extranjero. Y a veces se trata de evitar a toda costa su llegada. Todo lo que no sea nuestro nos alarma, es lo “bárbaro”, lo desconocido, lo no confiable.
Es un hecho que atañe a la humanidad. Por tanto, debe ser resuelto con criterios de humanidad. Son insuficientes las fórmulas económicas, políticas, jurídicas o diplomáticas. En todo caso, pueden complementar, pero la esencia de la cuestión está en que se trata de vidas humanas y frente a su dignidad cualquier otra perspectiva se derrumba. Se cumple aquí también aquel axioma: “Donde surge una necesidad, brota un derecho”. Son situaciones límite de la existencia ante las cuales caduca toda ley. Se hace necesaria la actitud que menciona el texto bíblico: Les infundiré un espíritu nuevo. Les quitaré el corazón de piedra y les pondré un corazón de carne (Ezeq. 36, 26-28).
Ningún país está solo en el mundo. Todos dependemos unos de otros, los individuos y las naciones. La pandemia es un ejemplo. Los cambios de tierra ajena tarde o temprano nos afectan.
Hoy todos hablan de “estar abiertos al mundo”. Pero no advertimos la riqueza cultural que encierra el contacto con lo diferente. Cuánto aprendemos sobre nosotros cuando interactuamos con otros. Y cuánto nos enriquece el conocer otras formas de vida.
No podemos dejar pasar inadvertida una afirmación tan taxativa como “Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo” (Papa Francisco).
* Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
(1)Lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. Ver: Fenomenología de la indiferencia (pág. 252-253) en M. A. Espeche Gil – H. Polcan Política para todos (Edit. SB 2011).
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