Dice el Dr. Eduardo J. Couture que los homenajes tienen un texto y un pretexto. Y que los que se habían dispuesto por el Instituto Histórico y Geográfico y la Academia Nacional de Letras tenían como pretexto el aniversario de la premiada obra de Montero Bustamante sobre el jefe de los Treinta y Tres, pero el texto, «lo constituye su larga y ejemplar vida al servicio de la cultura de este país».
Para esta nota no hay pretexto. Se trata solo del modesto intento de cumplir un deber de memoria y justicia con una figura señera. Raúl Montero Bustamante perteneció a la laureada generación del 900. Los especialistas lo ubican junto a Carlos Vaz Ferreira y Roberto de las Carreras, entre otros. Pero Montero Bustamante no fue un escéptico como Vaz Ferreira ni un dandi ácrata como de las Carreras, sino un patriota y un hombre de fe.
Fue historiador, escritor, docente, periodista, poeta, presidente de la Academia Nacional de Letras y secretario general del BROU… Nacido en 1881, dedicó su vida a la cultura en la más noble acepción de la palabra. A sus jóvenes dieciocho años fundó su primera publicación, la Revista Literaria de vida efímera. Pero no se descorazonó por ello y a fines del año siguiente editaba junto con Alberto Palomeque una nueva revista: Vida Moderna, una publicación que Ramírez Monegal cataloga como «la más conservadora (por eso mismo más duradera)» de las que florecieron en la época.
Las revistas culturales
«Es tiempo ya de pensar en el presente, de mirar hacia el porvenir, —propone en una frase todavía vigente— … Y a eso venimos».
Promete ser una publicación «abierta a todas las ideas», pero no cae en el relativismo, esas ideas expuestas deben estar «dentro del marco de la moral». Pocos se preguntaban a qué moral se estaba refiriendo. Para ello Vida Moderna propenderá «a fomentar el amor a la lectura seria, al estudio, a lo que deja sano sedimento en el espíritu, concentrar la atención pública sobre lo útil, sobre lo sano, sobre lo justo…», dice en su número inaugural.
En 1938, durante la presidencia del Dr. Gabriel Terra, siendo Eduardo Víctor Haedo el ministro de Instrucción Pública, se crea por decreto una «publicación de letras, artes y ciencias que aparecerá por lo menos una vez por mes». El artículo 2o. designa a Montero Bustamante como director honorario de esa Revista Nacional, ocupación que mantuvo hasta 1956.
Patriota
Montero Bustamante cree que «existen dos sentimientos madres que mueven al hombre: Dios y Patria» y en él se trata de firmes motores.
En 1902 se llama a concurso para acompañar la inauguración del monumento a Lavalleja en Minas que se había encargado un par de años atrás al escultor Juan Manuel Ferrari. Su Canto a Lavalleja obtiene el primer premio en su categoría dado por un tribunal compuesto por Pablo De María, Gonzalo Ramírez, José M. Sienra Carranza, Manuel Herrero y Espinosa y Joaquín de Salterain, casi el callejero montevideano.
…Mirad cómo desfila: / Al pie del monumento, / Esa visión que vive en mi pupila / Al frente va el guerrero, / ¡Aquel de Sarandí!… pueblo, contempla / Su silueta de luz… transfigurado, / Erguido en los estribos se incorpora: / ¡Es la visión gloriosa del pasado! / Brilla sobre su frente / Toda una libertad, toda una aurora, / Todo un sacro poema sobrehumano, / Y está en sus labios el vibrante grito: / “¡Carabina a la espalda y sable en mano!”.
Su participación en el concurso fue una sugerencia de Zorrilla de San Martín en torno a una mesa de billar. Nada menos que del ilustre Poeta de la Patria que sería su suegro. En esos momentos el joven Montero era secretario del Museo Pedagógico. Una vez encontrado el «tono» de la composición, dice: «trabajé toda una mañana y toda una tarde. Volví por la noche y […] refugiado en mi gabinete, no sé si con algo de fiebre, esa misma noche di fin al poema».
En 1952, cincuentenario del poema, se le realiza el homenaje aludido por Couture. Con ese motivo adhirieron el Consejo Nacional de Gobierno, el Poder Legislativo, La Nunciatura Apostólica, el Arzobispado, embajadores de distintos países y diversas instituciones.
El entonces ministro de Instrucción Pública y Previsión Social, Justino Zavala Muniz, le escribe que si bien «en el orden filosófico profundas discrepancias nos separan […] la ejemplaridad con que usted ha trabajado durante toda una fecunda vida por la cultura nacional» no puede dejar de señalarse.
Mientras los discursos se deshacían en elogios, Montero Bustamante se definía como «un humilde habitante de la ciudad de los libros [que] no obstante las exigencias y azares de la vida, no ha desertado un solo día de su mesa de trabajo».
Hombre de Fe
La evocación a los gestores de la heroica Cruzada no podía quedar huérfana de la patrocinadora de la arriesgada empresa bajo cuya protección se pusieron los patriotas.
Es así en que en 1914 editada en los Talleres de Vita Hnos. y Cía., publica La Virgen de los Treinta y Tres (Monografía histórico tradicional).
El texto, de indudable interés, está redactado con ese espíritu docente que lo llevó a dictar clases de Historia y Literatura en enseñanza secundaria.
Así, comienza por la resolución del segundo Concilio de Nicea del año 787, –ratificado por el de Trento– donde se explica por qué es conveniente la representación de las imágenes sagradas. «Cuanto con más frecuencia se ven las imágenes de Jesucristo, de su Santísima Madre y de los Santos, se siente uno tanto más inclinado a acordarse de llamar a los originales». No debe confundirse esto con la idolatría. A estas imágenes se les debe salutación y honor en cuanto refieren «al original que representan», pero no latría (adoración).
A partir de allí analiza la vigencia del culto mariano en la historia nacional, empezando por el fundador Zabala, y siguiendo por la devoción de Artigas a la Virgen del Carmen, Rivera, Lavalleja y Oribe. Pero es la gente la que elige como símbolo tradicional a esa breve imagen de treinta y seis cm. conocida como Virgen de los Treinta y Tres. Traza entonces un minucioso análisis. En 1909 los hermanos Monestier, removiendo las capas de pintura, comprobaron que se trataba de madera de Misiones. En esa ocasión Montero Bustamante pudo comprobar «que la madera conservaba el color y el perfume característicos de su especie». Repasa luego la historia desde su emplazamiento original en la cumbre de la cuchilla del Pintado hasta su traslado a su actual localización.
En la página del Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia de América Latina, una publicación del Pontificium Consilium de Cultura, el trabajo de Montero Bustamante es la fuente bibliográfica más antigua citada.
Le hubiera agradado saber que el 21 de noviembre de 1962, el papa Juan XXIII designó a la Virgen de los Treinta y Tres como patrona del Uruguay.
Fallecido en 1958, fue objeto de diversos homenajes. La poeta, escritora y periodista Dora Isella Russell, que no solo lo conoció, sino que tuvo para con ella «afectos y deferencias de abuelo», lo despide desde el suplemento en sepia del diario El Día con estas palabras: «uno de los seres de más claro, suave e inolvidable señorío que nos ha dado sido dado conocer». No puede haber mejor epitafio.
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