Hugo López Chirico nació en Melo en 1936, es director de orquesta y pianista. Dirigió la Sinfónica Municipal de Montevideo y la Filarmónica de Mérida, Venezuela, además de ser director invitado de otras orquestas latinoamericanas. A los cuarenta años, una profunda crisis personal originada por la dictadura y su subsiguiente exilio en Venezuela, donde fue profesor e investigador en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Los Andes, determinó la aparición en su vida de insospechadas actividades: la escultura y la escritura, que se sumaron a la dirección orquestal.
Retirado de la vida académica, a un período de adaptación a los radicales cambios actuales le ha seguido una actividad intensa en el campo del arte digital. López Chirico ha sido distinguido con la medalla Smetana de la ex Checoeslovaquia, las Palmas Académicas de Francia, el Premio Justino Zavala Muniz de su ciudad natal, la designación con su nombre del auditorio de la Fundación Pablo Atchugarry y el primer premio para la construcción del Monumento a Golda Meir en Montevideo. Incansable, también ha incursionado en la pintura.
¿La docencia fue una labor profesional más dentro de todas las que desempeñaste en forma destacada o fue siempre una marcada vocación desde muy joven?
Sin duda no fue una labor profesional más, desde el momento en que ha sido la única actividad ininterrumpida a lo largo de toda mi vida laboral, aún desde antes de ejercerla a cambio de un sueldo. La verdad es que nunca me detuve a pensar si tenía o no vocación. Entre los músicos, enseñar, más que una vocación, es una costumbre. Todos hemos tenido un maestro de piano, o de lo que sea, que nos ha enseñado persona a persona el instrumento u otra disciplina. De ese modo enseñé disciplinas muy técnicas como la armonía y la dirección coral y orquestal. Cuando pude hacerlo creé la Cátedra de Dirección en el Conservatorio Nacional, en la que yo no estudié porque no existía ni fue creada durante mi pasaje como estudiante.
¿Qué les repetías a tus estudiantes? ¿Qué tenían en común los espacios educativos de Uruguay y Venezuela?
Si el comienzo de la pregunta se refiere a esos discursos admonitorios, de sabio y viejo maestro, te diré que nunca les repetí nada. En primer lugar, porque hace mucho tiempo no era viejo; en segundo, porque daría lo que no tengo por ser sabio, y en tercer lugar, porque esos discursos son fastidiosísimos. Aquí enseñé en el IPA, en el Conservatorio Nacional y en la Escuela Municipal de Arte Coral, en todos ellos a muchachos grandes o a adultos no tan muchachos, todos de trato fácil y respetuoso. En ese aspecto ninguna diferencia con mis alumnos venezolanos, extremadamente respetuosos, responsables de su futuro y, sobre todo, libres de pensamiento, es decir de dogmas. Fui un privilegiado porque, además, eran unos vocacionales natos. Tenían que serlo, porque a diferencia de otras carreras universitarias, la de Historia del Arte, económicamente, era de futuro incierto y con toda seguridad nadie se haría rico con ella. Mis grupos, cohortes, como las llaman allá, fueron encantadores y eso facilitaba la comunicación. La diferencia con la experiencia uruguaya se planteaba en el nivel de tecnicismo de la enseñanza, lo cual dependía en alto grado, del enfoque que se le diese. A los efectos perseguidos, al enseñarles Historia de la Música a no-músicos pero futuros especialistas en arte, a mi entender, lo más fructífero era encarar la historia como historia de los lenguajes musicales.
¿Crees que el lugar de cada uno se logra por el trabajo y el esfuerzo o por la genialidad y capacidades innatas y los golpes de suerte? ¿Cuál crees que es tu caso?
No creo ser superdotado. Tengo sí, hasta hoy, una enorme capacidad de trabajo y de concentración en el esfuerzo, algo imprescindible incluso para los muy dotados, hasta en grado de genialidad. La suerte sin duda importa, pero hay que ayudarla. El aforismo budista “Cuando el alumno está pronto aparece el maestro”tiene que ver con esto. Hay, además, dos tipos de suerte: la macro, extendida en el tiempo, y la puntual. He tenido de las dos. En la primera ser hijo de unos padres fantásticos y alumno de profesores y maestros admirables y unas mujeres magníficas como esposas; en la segunda, ver, por ejemplo, un afiche que me cambió la vida: el anuncio del curso de Markevitch, seguido de varias otras suertes sorprendentes.
¿Sufriste el desarraigo? Estás muy al tanto de lo que sucede en el mundo. ¿Algo de lo que pasa hoy te lleva a actuar haciendo arte, como cuando empezaste con la escultura?
Sí, me afectó muchísimo el desencaje, como he comenzado a llamarlo a partir de mi trato con los cajones de Claudio Rama. La pérdida del horizonte, del viento, de las estrellas revivía constantemente el desgarramiento brutal de mi circunstancia, mi núcleo de amigos, mi trabajo diario, mi todo, excepto mi mujer embarazada y mi hijo de menos de dos años que, si ya eran mi todo, en ese momento se convirtieron en una cápsula salvavidas. Me afectó tanto que, inconscientemente, pasó a ser parte importante de mi estilo escultórico y, mucho tiempo mediante, al pasar de las 3D a las 2D, ya concientizado, de mi pintura actual.
Ahora, ya conscientemente, el desgarramiento es fundamental, desde dos grandes puntos de vista: uno, el más obvio y general, de su profunda fragmentación; el otro, más personal: el desgarramiento del desarraigo, del exilio, por cualquier motivo, ya sea voluntario o involuntario. Compruebo que el mundo contemporáneo es una máquina de producir desarraigos.
Estoy convencido que capitalismo, socialismo y todos los ismos que se te ocurran son expresiones transitorias de algo que es o bien de una transitoriedad mucho más lenta en su desarrollo o bien una constante, no lo sé. Trato de estar lo mejor informado que puedo de lo que sucede en el mundo. Tengo hijos y nietos. Espero, sin mucha certeza, que personas de buena voluntad eviten lo peor, nos hagan crecer madurando y las frecuencias más negras del acorde queden para siempre fuera del cuadro.
Tu amigo, el escultor Germán Cabrera te dijo que ibas a pasar a la fama como escultor y no tanto como músico.
Mi querido y recordado amigo, Germán, era un humorista. No dijo fama, sino historia. Lo cual no cambia nada las cosas. El pasar a la historia es una ilusión de trascendencia. Me basta y sobra con que mis hijos, nietos y amigos entrañables me recuerden como alguien que los amó.
¿Cómo es tu rutina diaria
No puedo tocar el piano. Leo, casi exclusivamente libros electrónicos. Voy raramente al cine y lo veo poco en las plataformas. Mi vida es rutinaria. Necesito que sea así, para hacer cosas que no lo sean. La inmensa mayoría de mis amigos o bien se ha ido definitivamente o bien está muy lejos. De la familia, una parte está aquí y la mayor parte en el exterior. Estamos en contacto diario.
A los 81 años encaraste la pintura. ¿Qué más te falta hacer en arte? ¿Tienes planes de incursionar en algún espacio desconocido aún?
No siento la falta de algo. Estoy en lo que estoy. Solo pido conservar la suficiente salud como para seguir haciendo lo que hago. En materia de incursiones a lo desconocido, aparte de la ineluctable gran incógnita, no planifico otra. Si haciendo lo que hago surge espontáneamente esa necesidad, bienvenida será con todos los honores y atenciones del caso.
¿Te interesa la investigación en lo artístico más allá de los fenómenos sinestésicos y de las correspondencias entre frecuencias sonoras y visuales, a lo Mastrogiovanni? ¿Por qué?
Investigar es hurgar en lo desconocido. Si los artistas celebrásemos ruidosamente cada pincelada que damos o acorde que ponemos, nos pasaríamos la vida exclamando “¡Eureka!”.
Como director de orquesta, ¿cuáles fueron los mayores desafíos que tuviste que afrontar y cuáles los mayores logros?
Técnicamente, La consagración de la primavera, que dirigí tres veces con la Ossodre y el Ballet del Sodre bajo la responsabilidad de Eduardo Ramírez y una escenografía espectacular de Carlos Carvalho. Fue un destello luminoso que marcó el fin de un modelo de país. A la semana se incendió el Sodre. Tremendo símbolo.
Escribes muy bien y ya tienes varios libros. ¿Estás escribiendo algo en estos momentos?
Gracias por el piropo. ¿Hay alguien que no esté escribiendo algo en este momento? Hace mucho tengo entre manos la continuación lógica de mi libro sobre la partitura: cómo comunicarles a los músicos, sin palabras, la decodificación de sus signos, pero los imprevistos que interrumpen se suceden. Deben ser los hados. Por otra parte, cuanto más nos alejamos de la edad de oro del sinfonismo, ese libro se vuelve más innecesario. La música va por otros caminos.
Si pudieras cambiar algo, ¿qué cambiarias? ¿Qué te haría feliz?
Si fuese Dios, tendría piedad de los hombres, dice el viejo rey Arkel en Peleas y Melisenda, de Debussy. Como solo soy un humano, puedo cambiarme a mí mismo, enfocado en que la especie sea menos trágicamente autodestructiva. Sin ingenuidades, claro, pues son enemigas de la lucidez, más necesaria que nunca.
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