Desde la antigüedad, el vacío no ha tenido buena prensa. Claro que ello pudo deberse a que Gutenberg inventó la imprenta hacia 1440 y, si consideramos que todavía hubo de recorrerse un buen camino, no podría hablarse de buena o mala prensa en un tiempo en que no existía. Pero no empecemos ya a poner objeciones.
Mala prensa equivale a mala opinión. Y mala, en general, era la opinión sobre el vacío. Esa creencia la define con justeza la expresión horror vacui, que literalmente significa horror al vacío y que ha sido tema de discusión desde tiempos de Aristóteles. Si la Naturaleza odia el vacío, este no puede existir. Tal la postura dominante. En el verano florentino de 1644, Evangelista Torricelli, demostró lo contrario con un tubo de vidrio y algo de mercurio. Constatar que el vacío realmente existe debería haber zanjado la cuestión. No obstante, tal vez por una fijación en el ADN humano de la que aun no hemos podido liberarnos, seguimos teniendo horror al vacío.
El vacío tiene color gracias a Gutenberg: es blanco. El blanco es un color acromático, es decir, incoloro. Un color que no tiene color. Lo más parecido a la nada, que no es que no sea, sino que es nada. Si no existieran esos blancos deberíamos escribir: lomásparecidoalanadaquenoesquenoseasinoqueesnada, que de todos modos se entiende. La cosa mejoró con el uso de los espacios en blanco hacia principios del siglo XII.
Dice Lao Tse:
Treinta radios convergen en el centro
de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas
en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitarla.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no-ser depende la utilidad.
El olvido es un hueco de la memoria. No negamos su utilidad. De otro modo no podríamos continuar con el aprendizaje a que nos obliga la vida: olvidar el Windows 7, aprender el 10. Cortar un amor para copiar y pegar otro. Cuestionar cuál es la utilidad del «síndrome del nido vacío» es como cuestionar la del sepulturero. El nido vacío genera trabajo. Psiquiatras, psicólogos, entretenedores varios, recogen la siembra. La señora va al gimnasio, a pasear por el Shopping, descubre una tardía vocación literaria, tal vez encuentre un amante. El marido… bueno, respetemos al marido.
No solo de pan vive el hombre
La historia está llena de ejemplos de la humana preocupación por llenar los espacios en blanco. Afortunadamente el mundo moderno nos provee de buen circo. En alta definición disfrutamos del mejor fútbol del Universo. No es necesario ir al gimnasio porque podemos ver televisión y hacer ejercicio, gracias a una especie de apoyapiés movedizo, con la ventaja de que si lo compramos ya, nos darán otro (pensarán que somos cuadrúpedos) más una cómoda almohadilla que nos masajeará la nuca mientras vemos (veíamos) los goles de Suárez, desarrollamos la musculatura y eliminamos cualquier consecuencia cardiovascular producto del sedentarismo.
El pasaje del homo tipograficus al homo videns ha inspirado mucha literatura. Leemos libros y libros que nos hablan de que la gente ya no lee libros. El propio Vargas Llosa advierte en 2001, de una encuesta de la Sociedad General de Autores Españoles de la que surge que la mitad de los ciudadanos de España jamás ha leído un libro. En ese mismo trabajo el autor de La tía Julia y el escribidor recuerdaque Bill Gates -el fundador de Microsoft- había visitado la Real Academia Española y prometido que se mantendría la «ñ» en las computadoras. En esa ocasión también Gates afirmó que su objetivo era eliminar el libro de papel, que sería ventajosamente reemplazado por la pantalla del ordenador. Vargas Llosa entiende que en ese caso la literatura recibiría un golpe mortal y el mundo pasaría a ser «incivil, bárbaro, huérfano de sensibilidad y torpe de habla, ignorante y ventral». Conformista y sometido, ese mundo albergaría una resignada humanidad de robots que habrían abdicado de su libertad. Los medios audiovisuales disputan el tiempo a la lectura, rellenando cada vez más esos espacios en blanco, con chatarra.
Unas geishas comprensivas
Sin embargo las predicciones de Marshall McLuhan sobre la muerte del libro todavía no se han cumplido y para alegría de autores, editores y libreros la cultura del libro no ha muerto. Las últimas cifras en España arrojan un 38.2% que no lee nunca y un 12.5% que lee al menos «una vez al trimestre», o por lo menos eso dice.
El escritor y poeta mexicano Gabriel Zaid aporta una interesante mirada sobre el tema. No es que no haya lectores sino que están ocupados escribiendo.
Postula que el problema está en que «el narcisismo compartido del “si me lees, te leo” degeneró en un narcisismo que ni siquiera es recíproco: no me pidas atención, dámela. No tengo tiempo, ni dinero, ni ganas de leer lo que publicas; quiero tu tiempo, tu dinero, tus ganas de leer. No me aburras con tus cosas, dedícate a las mías». Todos quieren escribir, no leer lo de los demás.
Entre las «soluciones» propone con humor un servicio estatal de geishas literarias, «con maestría en letras y psicología autoral, que trabajara a tiempo completo en leer, escuchar, elogiar y consolar a todos los autores no leídos». Un instrumento que le hubiera venido bien a aquel Enoch Soames del cuento de Max Beerbohm, que le canjea el alma al diablo a cambio de que lo deje visitar una biblioteca del futuro, para comprobar si figura en el catálogo.
Es que los espacios en blanco más difíciles de llenar son los de la propia mente. Algunos le llaman «síndrome de la página en blanco» y consiste en la dificultad del escritor para llenar el vacío. Dicen los especialistas que eso sucede muchas veces después de haber publicado un «best seller». He decidido curarme en salud: no publicaré best seller alguno.
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