Lleva el periodismo cultural en las venas y se ha convertido en un importante difusor del tango y la música popular del interior de Argentina y Uruguay. Es un descubridor y narrador de historias y personajes que va entrelazando con un hilo conductor fundamental: la cultura popular. En entrevista con La Mañana, el periodista, docente e historiador argentino Néstor Di Paola conversó sobre su más reciente libro Tangos del viento, su identidad artiguista y su ritual de trabajo en los cafés.
¿De qué se trata tu más reciente libro, Tangos del viento. Historias de música popular en el Uruguay profundo? ¿Cómo surgió la idea?
Es un libro que no es casual, sino que es el tercero sobre tango. Yo soy del interior de Argentina, de Tandil, y me siento con orgullo una persona del interior y gran defensor de lo que son los terruños en cualquier región del Río de la Plata. Mi primer libro vinculado con el tango se llama Último tango en el Sur y es una historia del tango en Tandil y ciudades vecinas como Azul, Rauch, Benito Juárez, Necochea, Mar del Plata, hasta Bahía Blanca. Con ese libro tuve la suerte de ganar un premio con el Fondo Nacional de las Artes e implicaba un dinero en cuotas que utilicé para investigar el tango en las provincias argentinas, ya que no había nada sobre el tema. En 2011 publiqué el libro El tango lejos del puerto y hay un capítulo dedicado a Uruguay, con lo poco que tenía. Pero todavía yo no pensaba en hacer esto.
Por razones de índole familiar empecé a venir más seguido a Uruguay, se me ocurrió preguntar si había algo sobre la historia del tango en el interior y me dijeron que no. Luego, releyendo un libro muy bueno de Juan Carlos Legido que se llama La orilla oriental del tango, descubrí que en la introducción que hace pide disculpas justamente por no haberse podido ocupar del interior. Entonces pude corroborarlo y me largué a hacerlo yo, aunque sea el intento.
¿Qué significa abordar las “historias” de la música popular?
No procuro una “historia” cerrada, sino que presento “historias”, es más abierto. Algún día habrá una segunda edición corregida y aumentada o habrá, ojalá, otros investigadores que podrán sumar elementos y otras historias. Toda historia, ya sea universal o de un pueblo chico, siempre va a ser abierta, porque es imposible tomar todo lo que ha pasado en todos los rubros, con todos los nombres y apellidos. Y digo historias “de la música popular” no solamente para no redundar con la palabra tango del título, sino porque esas historias de música no podían soslayar el canto popular uruguayo, que es una creación a mi modo de ver magnífica, brillante, de cuando no había nada y los folcloristas de aquí en la década del 50 se dan cuenta de que había poetas como Osiris Rodríguez Castillos y Rubén Lena que, sobre todo Pepe Guerra, Los Olimareños, entre otros, aprovecharon para hacer una música propia. Luego llega Zitarrosa, el Sabalero.
Yo tengo la teoría de que no casual que el canto popular haya surgido más o menos por Maracaná, que tuvo una importancia innegable, porque fue un hito que contribuyó a que otras esferas, sobre todo la cultural, quedaran imbuidas de ese triunfo impresionante y del impacto en el imaginario colectivo.
El tango se lo asocia con la ciudad-puerto, con Montevideo, Buenos Aires y Rosario, pero ¿qué expresiones has visto tierra adentro en Uruguay?
El tango fue tan fuerte en las décadas de oro que no hay pueblito que no tuviese aunque fuera una orquesta propia. Y empresarios de los clubes que contrataban orquestas como la de Donato Racciatti, que anduvo por todo el Uruguay y Argentina. Él era italiano pero afincado en Montevideo desde muy niño, un gran director de orquesta, que fue pueblo por pueblo y llenaba los escenarios por chicos que fuesen. Y hay un hecho que trasciende lo musical y me pareció importante que es el económico, porque directores de orquesta que yo entrevisté en ambas márgenes han coincidido que en algunos casos se llegaba a vivir de la música, porque además eran docentes de música y otros me confesaron que las orquestas les permitían tener un sueldo extra, en algunos casos muy importante, y que su gran aguinaldo no era en diciembre sino en febrero por el Carnaval, cuando había muchas actuaciones.
¿En estas recorridas buscando historias encontraste talentos olvidados o no suficientemente reconocidos?
Justamente es el objetivo de estos libros míos. Si uno, humildemente lo digo, no tuviese esa locura de hacer un trabajo de esta índole, esa gente se pierde para siempre en el olvido eterno. Porque si hablamos de César Zagnoli, que fue un prócer del tango de Durazno, o Lagrima Ríos, la única cantante de tango negra del Río de la Plata, están ambos en internet y hay mucha información, pero hay muchos otros con los que no pasa igual. Por ejemplo, en el capítulo sobre Durazno, a la par de Zagnoli y Lágrima, está Roberto Tarigo, que no es conocido en Montevideo, pero fue un prócer del tango del interior de Uruguay, que se fue joven a hacerse cargo de la orquesta de un club de ese departamento que se llenaba todos los fines de semana con los bailes de tango y hacía falta un gran director de bandoneón como era él. Tuvo posibilidad de quedarse en Buenos Aires, donde tenía ofertas y vivió un par de años, pero optó por Durazno porque además le pagaban bien.
En Canelones, por ejemplo, está la figura de Julio Sosa, mundialmente conocido. Muchos piensan que su carrera artística empezó en Buenos Aires donde murió, pero no. Empezó en Las Piedras y en La Paz, de donde era Carlos Gilardoni, el director de una orquesta típica de tango que nunca se fue de su pueblo. A él también había que mencionarlo y si no lo hacía también se perdía. Y en Rivera, quién diría, bien al norte en el límite con Brasil, habría tangos con bandoneón como logré el dato con un hombre llamado Julián Dutra, que murió hace poco, aunque pude entrevistarlo en su casa. En fin, este ha sido el espíritu y objetivo central del libro: rescatar del olvido eterno a estas figuras. Los libros tienen esta particularidad, que en alguna biblioteca van a pasar cien años y un investigador del 2100 va a tener el dato que Gilardoni, Tarigo y Dutra fueron importantes figuras del interior musical del Uruguay.
Hay un respaldo de muchas fotografías a lo largo del libro, ¿cómo accediste a este material?
En la mayoría de los casos las fotografías las obtuve en las entrevistas con la gente. En Rivera hice por lo menos tres o cuatro entrevistas y todos me dieron fotos de su pasado musical. También en Treinta y Tres me ocurrió lo mismo y en otros lugares. El caso de Tacuarembó es muy atípico, porque no hay muchos departamentos que se hayan preocupado realmente por hacerse cargo de un archivo histórico, sobre todo en temas culturales, pero allí sí lo hay. Lo que hay allí es maravilloso.
Realizaste una presentación del libro muy particular en el Bar Alabama, un café típico de Montevideo. ¿Qué sensaciones te dejó? ¿Y cuáles son las próximas presentaciones?
Antes lo había presentado, en diciembre, en el Bar Luz del cual soy habitué, un bar de 1908 y en el Bar Iberia, de 1954, fundado por gallegos, como indica su nombre. Y gracias a las gestiones del amigo Elbio López, gran difusor y amigo, habitué del Bar Alabama, el 21 de febrero pasado hicimos un acto, la verdad que muy lindo, con gente muy entusiasta, escuchando en silencio la charla. Allí aprovecho para conversar y dedicar algunos libros que compran, al precio de costo, porque un libro cultural no es para ganar plata, sino para el autor darse el gusto de poder hacerlo y compartirlo, para que circule. También intercambio obsequios con libros de otros autores.
Ahora me he abocado a preparar con mucho énfasis la presentación del viernes 14 de marzo a las 19:30 horas en el Centro Cultural Salinas, en esa localidad del departamento de Canelones, donde me han invitado gentilmente y también entre comillas es “mi lugar” porque en la Costa de Oro vive mi hija. Muchas veces agarro la bicicleta y voy a Salinas por un solo motivo: porque allá hay bares que en Marindia no hay. Y yo soy muy de trabajar en los bares. Para la presentación nos acompañará la cantante de tango Heidy Bravo y Marissa Di Candia en el acordeón, ambas del municipio de Salinas.
Has dedicado parte de tu carrera al periodismo cultural y a la difusión en la región. ¿Qué se puede hacer para potenciar estas vertientes?
En 1999 organicé en Tandil un congreso de periodismo cultural y uno de los mejores recuerdos que tengo es haber venido acá, a pocos metros de donde estamos ahora, concretamente en la redacción del diario El País y haber estado mano a mano con Homero Alsina Thevenet, un prócer del Uruguay cultural a nivel periodístico. Él no era muy asiduo a este tipo de congresos, pero esa vez fue a Tandil, ya veterano, y me confesó que pasó muy bien, con doscientas personas, organizado en la Universidad Nacional donde trabajé como docente y también como gestor cultural. Luego vino la crisis del 2001-2002 en ambos países y no pudimos continuar haciéndolo. Creo que se puede fomentar el periodismo cultural si nos juntamos, si nos agrupamos y lo debatimos, para saber qué se hace en un lugar y en otro.
Desde que descubrí el periodismo cultural, es lo más lindo que hay. Yo hice de todo, antiguamente empecé en deportes en el diario El Eco de Tandil, luego incluso policiales, turf y política. Pero desde el año 90 en adelante con el periodismo cultural y con una base popular, porque hay suplementos culturales que abordan temas, por ejemplo, de filosofía griega que podés encontrar en cualquier otra parte, pero distinto es con los temas locales. Muchos años hice una sección llamada “Tandilenses con historia”, con historias de vida y ahí me di cuenta de que los tangueros viejos eran los que más emociones sentían con la presencia de un tipo con un grabador que iba a escucharlos para recorrer el pasado. En ese momento entendí que el tango tenía caudal como para convertirse en un libro.
También hiciste contacto con un destacado pensador oriental como fue el antropólogo Daniel Vidart, que prologó uno de tus libros. ¿Qué recuerdos tenés de ese vínculo?
¡Uy sí! Te voy a contar cómo lo conocí. ¡Qué maestro! Fue el que hizo el prólogo de mi segundo libro de tango. Resulta que en otro de mis libros, sobre una historia general en Tandil, arranco con los indios de la pampa india, antes de fundarse los pueblos. En un viaje a Montevideo encontré el libro El mundo de los charrúas, de Vidart, y lo compré. Y ahí encuentro que dice que los charrúas están emparentados étnicamente con los indios pampas de nuestra región. Y publiqué unos párrafos citándolo. Luego por el año 1995 traje el libro y quise que Vidart supiera que alguien lo citó allá en el sur. Me fijé en la vieja guía telefónica, que ya no hay más, y di con él. Whisky de por medio, nació una amistad enorme. Fue un amigo y un maestro y su prólogo de cuatro páginas fue un legado cultural que me llevo.
Te definís como artiguista. ¿Qué representa esta dimensión en tu obra y tu pensamiento?
El legado de Artigas es enorme, tuve algún buen profesor en la secundaria que me hizo ver eso en la Asamblea del Año XIII, que es formidable, más de dos siglos y es un adelanto mental increíble. Concurrí primaria y secundaria a un colegio católico, el colegio San José, donde había religiosos uruguayos. El legado de Artigas sigue siendo fundamental y el concepto de Patria Grande, al que adhiero porque creo que tenía razón Artigas cuando peleó tanto y los porteños y el centralismo luego lo traicionaron.
Forjaste desde muy joven entonces ese vínculo con la región y con Uruguay en particular…
Entre Artigas y la música uruguaya, que también incluye mi gusto por la murga. En mi región, en muy pocas ciudades tenían su radio propia. Las emisoras de Buenos Aires no llegaban, no había tantas, pero sí llegaban y había más cantidad de Montevideo, que llegaban muy bien, dicen que por la cercanía de Tandil al mar. Todo el mundo allá escuchaba las radios uruguayas. De ahí que éramos hinchas de Zitarrosa, Los Olimareños y el Sabalero a la par de cualquier uruguayo o más, porque si vas a Colonia o el litoral están influidos por las radios argentinas. Escuchar Carve en nuestra zona era como local. Yo me crie en el campo escuchando Radio Rural con los payadores, de los cuales me hice hincha también y terminé escribiendo décimas influido por la métrica de los payadores.
Por el año 2001 hicimos un recital homenaje el 10 de marzo, cuando se cumplían 65 años del nacimiento de Alfredo Zitarrosa y pensamos hacerlo por única vez, pero la gente nos obligó a continuarlo por años y ahora se hace el correspondiente al 2025 en un club de barrio que está frente a la Plaza Zitarrosa. Esa plaza fue inaugurada en 2013 con apoyo de la Intendencia de Tandil y discursos del intendente y de las dos hijas de Alfredo, que invitamos expresamente, Carla Moriana y María Serena, muy emocionadas. Hay muchos uruguayos que se sacan fotos en aquel lugar.
Los músicos mueren de ganas por tocar o cantar
“Se nos podría preguntar qué está pasando hoy con el tango en el Uruguay profundo. En este punto, existen diferencias regionales. Hay ciudades en las que la actividad se mantiene, incluso con fuertes apoyos de las intendencias. En otras, es casi nula porque ‘ya nadie organiza’, se quejan los músicos, que a decir verdad se mueren de ganas por tocar o cantar y no encuentran cómo ni dónde hacerlo. Esto está expresado por los protagonistas en las páginas de esta publicación”.
(Fragmento de Tangos del viento)
El tango, casi una religión
“Creemos que hablar de una supuesta extinción del tango sería algo así como pensar en el ‘fin de la historia’ o la ‘muerte de las ideologías’, como llegó a arriesgarse allá por los noventa en el marco del complejo mundo social y político en el plano universal. Podrá haber un tango distinto, menos popular, casi ‘de culto’, pero habrá tango. Entre otras cosas, porque los pueblos no se suicidan. Y el tango es identidad. Es música, pero a esta altura, es casi una religión también”.
(Fragmento de Tangos del viento)