Alberto Zum Felde (1889-1976) y Ángel Rama (1926 -1983) con muchos años de diferencia entre ellos seguramente se conocieron. Tanto el uno como el otro escribieron sobre Roberto de las Carreras (1873-1963). El joven Zum Felde participó de las andanzas de Roberto y cuenta lo que vivió. Rama no. No es una fuente directa. Sin violencia podría decirse que su biografía de Roberto que antecede a Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas debería contener más, dice fulano o afirma mengano. Aunque para ser justo hay un «contaba el general Mansilla…». Hay también, como apunta Borges sobre aquel Pierre Menard que reescribe el Quijote textualmente, pero sin plagiar a Cervantes, algún homenaje secreto. Dice Zum Felde, al inicio de su semblanza de 1930:«Más que como escritor, Roberto de las Carreras es interesante como personaje». Dice Rama: «…compondrá cuidadosamente un personaje de teatro». Dice Zum Felde: «Fue, embozado en su sombra, a una última cita misteriosa». Dice Rama: «La vida lo recompensó… con una corona de sombras que duró cincuenta años». Desde 1915 Roberto estaba fuera de combate: «había heredado la neurosis paranoica de su madre».
Como se advierte, recurro a las citas. ¿Cómo podría afirmar que Clara García de Zúñiga padecía de neurosis paranoica, y más aún, que era heredada sin citar los estudios del Dr. Soiza Larrosa que a su vez se basa en los del Dr. Canaveris? ¿Cómo saber que doña Clara salía en camisón a los balcones del hotel donde estaba alojada y lanzaba una lluvia dorada de libras esterlinas sobre los transeúntes, sin acudir a los diarios de 1874?
El espacio público
En el barrio de Punta Gorda hay una calle denominada Roberto de las Carreras. Es un pequeño tramo, pero supone el reconocimiento de la ciudad a quien algo debió hacer para merecerlo. Trataré de llenar esa laguna informativa. En Nomenclatura de Montevideo, Castellanos y Mena Segarra lo mencionan como un escritor «cuya vida es acaso más interesante que su obra». Las obras de Roberto están en dominio público. En su mayoría pueden consultarse por Internet. La excepción es El Sátiro, porque nadie la conoce. «Su obra maestra quedó inédita… y ya no existen los manuscritos de ella», dice Zum Felde en 1930. No deja de tener un tinte borgeano esa afirmación…
Ya que no su obra, veamos cómo su vida le hizo ganar un sitio en la memoria ciudadana.
Volvamos a Zum Felde: «su vida fue un permanente motivo de escándalo en el ambiente católico y burgués de la ciudad». No parece haber trabajado nunca, porque a los 17 años se fue para Europa al haber cobrado parte de la herencia de su padre Ernesto, muerto en Buenos Aires. Desde Europa escribe para El Día crónicas donde se presenta como un superamanteque había tenido sexo con la Bella Otero y entrado disfrazado en un harén argelino, entre otras hazañas. Cuando regresa recibe la herencia de su madre, lo que libera su tiempo para dedicarse a proclamar el amor libre y seguir escribiendo. El Dr. Washington Buño, que lo conoció internado en la Colonia Etchepare, coincide con el eminente Dr. Pedro Visca: su adhesión al amor libre era «una postura para llamar la atención».
La esposa
Berta Bandinelli había nacido el 18 de diciembre de 1885, hija de Pascual Héctor Bandinelli y María Teresa de las Carreras y nieta de Ramón de las Carreras y Consolación Viana. La madre de Berta era hermana de Ernesto de las Carreras. De modo que Berta y Roberto eran primos. En 1901 se anuncia su matrimonio. El mismo día del casamiento Roberto publica en la prensa una carta a «Julio Herrera y Hobbes (ex Reissig)». Es que como adalid del amor libre cree necesaria una explicación. Y sin duda lo era porque estaba negando con un acto lo que había voceado a los cuatro vientos sobre la institución matrimonial. En su afán de justificarse dice que lo hace para no perjudicar a Berta. Aunque no para proteger su reputación, sino porque «el casamiento es un papel moneda que nada importa para nosotros», dice. Y hablando de moneda agrega la motivación: «la señorita, como menor de edad, no puede disponer de su fortuna heredada…».
Los lectores del siglo XXI, como usted y yo, nos enteramos de algo que tal vez en la época todo el mundo supiera y que el señor Carreras se encarga de dejar bien claro para la posteridad: la joven era menor de edad. El verborrágico autor nos aclara, además, que su relación llevaba cuatro años. Es decir que hacía cuatro años que mantenía relaciones sexuales con su prima. Una niña que tenía doce años cuando empezó la relación y él veinticuatro. ¿Esto no se parece sospechosamente a la pedofilia?
Llevaba un año de ese matrimonio –legalmente lo era, mal que le pesara– y cuando vuelve a su casa imprevistamente de Buenos Aires se encuentra con su esposa en la cama con otro hombre.
La noticia corre como reguero de pólvora, pero él tiene que cuidar su personaje. Escribe entonces su Amor Libre Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras destinado a evitar las risas burguesas, lo que implica que le importaban más de lo que declama. Es entrevistador y entrevistado y en ambos roles alimenta su narcisismo con cataratas de elogios entre humos opiáceos. Lo que no impide encontrar sus contradicciones. ¿Cómo no sabía que su mujer se acostaba con otro? «Los uruguayos, esos espías, cuidadores de las mujeres ajenas, se han vengado… no informándome de lo que sucedía». Un campeón del amor libre no necesitaría esa información, supongo. ¿Y qué pasó después?: «…nuestro divorcio libertario que ha seguido al infraganti…». Después del descubrimiento se separa de lo que él llama «su Favorita». Lo que le molesta es que «como elegante no puedo perdonarle que se haya acostado con un uruguayo [pero] como anarquista, admiro a la rebelada».
Y después agrega: «Lo poco que razonablemente puede exigirse a la mujer, es la renuncia en aras del preferido». ¿Exigir? ¿Un amor libre con exigencias no parece una contradicción en sus términos? Y como si fuera poco, remata: «Nunca fui más halagado que cuando una mujer me dijo: “Me gustaba un hombre. Me hubiera dado a él. Pero pensé que tú habrías sufrido… ¡He hecho ese sacrificio por ti!”». ¿En el amor libre también se sufre? No parece muy bien compuesto su personaje.
Vasseur
El escritor Álvaro Armando Vasseur lo insulta –¿o describe?– en una silueta periodística como «poseedor de una chifladura hereditaria, pobre diablo parasitario, intelectualoide pervertido, viciado por el ocio, corroído por la vanidad, un caso de clínica patológica. De todos sus esfuerzos intelectuales no ha brotado jamás ni una armonía serena, ni un impulso fecundo, ni una belleza plausible, ni una página vital. Degenerado de primer orden [que] odia la moralidad».
Roberto le responde: «Microcéfalo indigno; andrajo fisiológico, lisiado por bajos erotismos, molusco plebeyo, sietemesino ridículo, producto miserable de la inercia matrimonial…». Y lo reta a un duelo que Vasseur rechaza aduciendo que no se batirá con un bastardo.
Cuando se le termina el dinero de su madre le pide a Batlle –en épocas de bonanza había contribuido monetariamente al sostenimiento de El Día– un destino diplomático en París. Quiere ir a la antigua Lutecia para seducir a Lina Cavalieri y hacerla delirar de placer. Lo mandan a Paraguaná y Curitiba, de donde regresa con su razón ya totalmente perdida. Pasará el medio siglo restante internado o en la casa de su hijo.
Compadecerlo, sí. Una calle con su nombre es otra curiosidad de las muchas del nomenclátor.
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