Después del memorableSuplemento que acompañó la edición del miércoles pasado, parecería que referirme a Rodó pudiera resultar casi un sacrilegio. Y en cierta forma lo es, si atendemos a la pléyade de brillantes expositores que abordaron el tema. Pero Rodó siempre deja un resquicio para una nueva mirada. Hay un aspecto que, si bien es menor dentro de la obra del Maestro, convendría destacar. Atañe a ese espacio interior que el rey de su parábola quería reservar. Allí, anidaba el poeta. Un poeta al que no solo inspiran las marmóreas estatuas. O las hojas, que son «lo único que muere [en ese] desmayo de la vida» que pinta en su «Cuadro de Otoño». Un poeta que no se deja ganar por la tristeza, porque «la armazón escueta de los árboles, firme y desnuda como la certidumbre, […] en el acero claro del aire graba una promesa, simple y breve de nueva vida».
En Ariel,menciona veintidós veces la palabra belleza. La última, se refiere a «la belleza de la Helena clásica». Pero el alma de Rodó también era permeable a admirar modelos más actuales que la de esa disputada dama.
Lola
Dentro de las muchas destacadas artistas que a fines del siglo XIX y principios del XX, solían hacer exitosas giras por el Río de la Plata, estaba Dolores Millanes. Dolores había nacido en Barcelona en 1859 –aunque el medio valenciano Boletín Fonográfico, en su edición del 05/04/1900 afirma que era aragonesa, sin especificar si de Calatayud–.
A sus veintiocho años triunfaba en la antigua San Felipe. El Montevideo Musical de enero de 1887, dirigido por Francisco Sambucetti, en crónica firmada por Dilettante expresa que la tiple cómica Dolores Millanes «brilla y seduce» en el Solis y cuenta con un «crecido número de admiradores entre nosotros».
Años después, Lola continuaba ratificando su éxito montevideano con su especialidad: la zarzuela. El periódico Montevideo Cómico, que dirigía el gran dibujante Juan Sanuy, se deshace en elogios. «Cantando malagueñas, manchegas o cualquier copla popular, Lola Millanes será siempre única», dice bajo la firma de Vademécun. Y agrega, que «el público […] la probó su simpatía acudiendo en tal número que debió suspenderse la venta de entradas».
Víctor Pérez Petit, por su parte, en su biografía de Rodó, la define como plena de «gracia andaluza» de «ojos de infierno» y la llama «la saladísima». La Correspondencia de España, en 1897 –año posterior al que actuó en Montevideo– dice que cantó en Zaragoza «coplas saladísimas». El adjetivo, actualmente en desuso, no solo se aplicaba a una bonita cantante. Por esa misma época, otro medio español calificaba de saladísimo a un libro de Pérez Zúñiga titulado Cocina cómica. Y en 1934, el propio Marañón usaba el término en su discurso de ingreso a la Academia Española, refiriéndose a un sacerdote.
En ese mismo texto de 1918 que escribe bajo el impacto de la muerte de su amigo, Pérez Petit relata diversas anécdotas. Entre ellas señala algunas vinculadas a la timidez de Rodó –que parece haber abandonado en su viaje postrero–. Dice por ejemplo que Rodó se resistía a concurrir al teatro. Su amigo Daniel Martínez Vigil, a fuerza de insistencia, lo llevó a ver una zarzuela de Lola Millanes. Rodó quedó encandilado con la española. Tanto, que no se perdía una función. Compuso entonces un poema, que no estaba destinado a la publicación, pero que sí hizo conocer a Martínez Vigil.
Siguiendo el relato de Pérez Petit, «Daniel [Martínez Vigil] por una infidencia amistosa, envió esa poesía [al] periódico La Carcajada dirigido por Pedro W. Bermúdez, que la publicó en su Nº 1, de fecha 4 de enero de 1897».
A… (Lola Millanes)
De pie sobre la escena, desatada
en ondas la profusa cabellera,
¡alta la sien, radiante la mirada,
como jovial emperatriz impera!
Una purpúrea flor se abre sangrienta,
como en copa de ébano, en la cima
del casco negro que su frente ostenta
y un acerado resplandor anima.
Suena su voz, y en nuestra mente cruza,
como en un dulce sueño al escucharla,
la hechicera visión de la andaluza
que imaginó Musset para adorarla.
Cada rayo que vibra, atravesando
de sus pestañas por el tul sedeño,
es un hilo de luz que va bordando
el tejido impalpable del ensueño.
Y a cada giro de su cuerpo airoso,
las vueltas del mantón batiendo el aire,
semejan el ondear raudo y glorioso,
de un pendón en las justas del donaire.
En la ficción el arte ha modelado
su espíritu. Es ficción su vida entera.
¡Quién su fingido amor, su amor soñado,
En real amor transfigurar pudiera!
Lo más seguro es que la dama nunca haya sabido del poema de su secreto admirador –por otra parte, tenía miles– y Rodó no es conocido precisamente por su producción poética. La otra posibilidad es que hubiera sido suscriptora de La Carcajada o Martínez Vigil completara su obra benéfica haciéndole llegar el ejemplar.
Pero esto ya sería tema de ficción.
Lo cierto es que no se equivoca Pérez Petit cuando califica la composición como «muy bella».
Lola continuó visitando el Río de la Plata hasta 1906, en que pereció ahogada en el naufragio del Sirio –un vapor italiano– cuando se dirigía a prodigar nuevamente sus talentos por estos lares.
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